Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Hablar tu idioma

Autor:

Liudmila Peña Herrera

Mi amigo sordomudo Albertico no imagina cómo lo extrañé este martes en el Palacio de Convenciones de La Habana. No sabe cómo lo necesité. Te lo estoy diciendo ahora, Albertico: tenías que haber estado allí para no «quedarme en blanco» ante tanto movimiento rápido de las manos, tanto gesto del rostro desconocido para mí… ¡Cuántas palabras y frases que no me enseñaste! Hablábamos, cuando niños, de nuestras madres, de mi abuela —que era como la tuya—, de tu hermana —que es como si fuera mía—; pero me faltó curiosidad para aprovechar más eso que algunos llaman tu «discapacidad» y entender en profundidad «tu lenguaje» antes de que la vida nos alejase geográficamente.

Por cierto, acabo de saber que no es un lenguaje. Me lo ha explicado la Doctora en Ciencias Lingüísticas Marianela Garau Cordovés. Ha insistido en que es una lengua de señas, porque «no es un sistema artificial, pues no se superpone al Español ni es un correlato del mismo, porque tiene sus propias reglas gramaticales; es un sistema complejo, completo, es útil a la comunidad sorda, como mismo nos es útil a la comunidad oyente nuestra lengua en cualquier parte del mundo».

Eso me ha explicado la investigadora, después de participar en un panel dedicado, en buena medida, a la lingüística de la lengua de señas cubana. ¡Qué desconocimiento el mío, Albertico! No sabes cómo parecía yo una escolar asombrada mientras escuchaba sobre la gramática de esa lengua a través de la cual nos comunicamos tú y yo tantas veces. 

No imaginé que volvería a la redacción central de este periódico, luego de la primera jornada de ese congreso, más que con la información que publiqué en la edición del día siguiente, con una inquietud que me persigue: es verdad que debemos ser mucho más incluyentes, es cierto que el reclamo para que se incorpore la lengua de señas cubana como idioma oficial, a la par que el español, es totalmente justo y lícito. Hemos avanzado, pero no significa que no debamos seguir insistiendo para lograr una sociedad donde las limitaciones de desarrollo humano sean cada vez menores.  Aún martilla en mi cerebro una frase lapidaria del Doctor Leonardo Pérez Gallardo, profesor titular de Derecho Civil de la Universidad de La Habana: «Mientras no haya un reconocimiento de la lengua de señas, la comunidad sorda se convierte en extranjera en su propia nación, porque la lengua en la que ellos se comunican no necesariamente es el español».

Jamás había pensado en eso. Me hubiera gustado dialogar un poco con alguno de los delegados sobre ese particular, pero las premuras del periodismo y mi incapacidad para hacer preguntas más allá de la hora, el tiempo, el sentimiento… no me lo permitieron. ¿Cómo se pregunta en la lengua de señas cubana lo que piensa un joven, por ejemplo, sobre la batalla cotidiana por la inclusión? Son deudas, querido amigo, deudas conmigo, contigo y con la sociedad.

Por eso, cuando una colega de Cubavisión Internacional me dijo en un susurro: «Mira, esa es Telmary», sinceramente no entendí qué hacía la cantante allí, callada, interesadísima en todo lo que se discutía. Después, cuando se presentó el videoclip «Soy el verso», pensado delicadamente para personas que no pueden escuchar, lo comprendí todo.

Luego de la reproducción del clip, los delegados alzaron sus manos y empezaron a mover sus dedos con entusiasmo. Aplaudían. Ella se levantó de su asiento, inclinó su cabeza en señal de agradecimiento, pero no se pudo contener y se dirigió al estrado para intentar comunicarles en su lengua. Dijo poco así, sobre todo agradeció. No supo cómo seguir y entonces habló, entonces dijo:

«Seguiré apoyando a esta comunidad desde mi arte y deseo que muchos artistas puedan sumarse para que colaboren y se acerquen a ella. Yo he recibido mucho cariño de ustedes».

Después de otros muchos aplausos —si es que se llama aplausos en la lengua de señas—, todos quisieron tomarse fotos con ella. Yo me quedé pensando que un artista no es artista porque sí, sino por el valor de lo que transmite, como tampoco un periodista es solo lo que escribe y transmite, sino la persona que vive, siente y a veces sufre lo que después informará.

Luego de aquella mañana de aprendizajes y sensibilización, de afectos e inteligencia, me quedó la certeza y la inquietud de que los periodistas tenemos la responsabilidad de visibilizar más la vida de la comunidad sorda cubana y, sobre todo, de contar más sus historias —la tuya y las de otros tantos miles de personas que no escuchan o no pueden hablar— y sus capacidades para construir una mejor sociedad para todos. Quiero hablar tu propio idioma, entenderte mejor y que te entiendan.

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