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A río revuelto, ¿ganan revendedores?

Autor:

Laura Brunet Portela

No es difícil reconocer a un acaparador, sobre todo el que lo hace con fines de lucro, para llenarse el bolsillo tras sus tarimas de reventa. Aunque también existen «acaparadores pasivos», esos que compran mucho para repartir a su familia, o para tener reserva en casa y evitarse algunas colas. Ese, en mi opinión, acapara igual, aunque sin malicia.

Siéntase libre de calificar a tal personaje como desee, (dudo que usted no haya actuado como «acaparador pasivo» alguna vez). Pero los que ocupan estas líneas son bien activos y han querido ver en la triste circunstancia de la COVID-19 un río de billetes hacia su bolsillo.

Acaparadores y revendedores… Deben haber sido los primeros en dar con un algoritmo para entender las colas y estar en varios lugares al mismo tiempo. Para vender turnos, comprar, cambiar de manos los productos (incluso en la propia fila), sembrar la discordia en el tumulto y salir ilesos con la bolsa llena.

Hasta no hace tanto, los puestos de misceláneas ofertaban «a la cara» lo más perdido y lo mejor en cualquier esquina: aceite y detergente en varios formatos, jabones, champú, líquido de fregar, puré de tomate y otros que usted seguro buscó en las tiendas estatales, probablemente sin éxito.  

Hoy las medidas de venta limitada y controlada han puesto el mismo freno a todos: a quien abastece su hogar y al revendedor que nutre su mesilla. He visto las caras de algunos de estos conocidos comerciantes furtivos y escucho gustosa sus protestas al pasar por la puerta de sus casas: «¡Qué clase de aburrimiento! Pa’ lo que hemos quedado…».

Sin rencor, pero con mucho regocijo, veo las ventanas llorando qué vender, y sus «plazas» habituales llenas ahora de policías que organizan la cola, cuidan al pueblo y espantan esas auras que habían anidado allí.

Por ahora, en Cienfuegos no hay más pregones de queso, jamón, atún o jabas de papa en la esquina del Mercado Habana; ni gel de baño, perfumería de Suchel Camacho, escobas, papel sanitario o toallitas húmedas en los alrededores de El Encanto.

Como estos emplazamientos, la mayoría de los comercios en el Boulevard de San Fernando son también áreas libres de esos aprovechados personajes, porque las autoridades cortan las raíces corruptas que alimentaban la reventa.

Hay reportes de varios operativos. Por ejemplo, la detención de un auto particular con cuatro sacos de papas en Horquita, importante polo productivo de ese tubérculo en el país, y allí mismo aprehendieron una volanta con 20 costales del producto, en un acto que la ley reconoce como apropiación indebida.

Tal como lo hacen los virus, estos tristes personajes también han mutado: ahora van con su comercio de puerta en puerta para «clientes habituales», o se dedican a las compras por encargo, con descarados impuestos sobre los precios originales, y claro, algunos cienfuegueros que desean quedarse en casa solicitan sus «servicios», así que ellos salen, se arriesgan, compran sin precauciones y llevan hasta su umbral el pedido… tal vez con la triste bonificación del temible Sars-CoV-2 impregnado en sus bolsas.

Aún con menos suministros, los revendedores todavía andan por ahí. Aburridos. Rondando las esquinas. Proponiendo lo poco que les queda en el morral. Raspando hasta el último quilo de un desesperado que no alcanzó alguna mercancía, y que bien puede ser un médico, un trabajador del comercio y la gastronomía, la cocinera de una unidad del Sistema de Atención a la Familia o la estudiante de Medicina que hace poco pesquisó la casa del propio revendedor para constatar que los suyos estaban sanos… Una de tantos que siguen afuera para que ellos puedan permanecer en la seguridad de sus hogares, aunque no quieran.

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