Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Delitos y Periodismo en Cuba: ¿caso cerrado?

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

Algún «jodedor cubano», de los que tenemos suficientes como cadenas genéticas, decía por estos días que los noticiarios nuestros le estaban resultando muy «apetecibles» en medio de la pandemia, porque favorecían una sorprendente variedad de situaciones dramáticas, desde las más amorosas y sublimes hasta las más sórdidas.

 Zanjó su ironía aduciendo que era como si estuviesen estructurándose esos espacios en base a la famosa y tan discutida teoría del dramaturgo veneciano Carlo Gozzi. Este último, al indagar en todas las situaciones dramáticas posibles en el teatro y la literatura determinó —muy matemáticamente—, con un concluyente 36.

 Pasó el tiempo y pasó un águila por el mar —como se dice popularmente—, y después de olvidos y negaciones la famosa lista de Gozzi resultó reivindicada por el escritor francés Georges Polti. Después de una no menos exhaustiva inmersión, este coincidió en que son 36 las situaciones dramáticas posibles porque 36 son las emociones humanas básicas.

 Hasta aquí la «clase de dramaturgia», que solo viene a «cuento» por la sencilla razón de que es cierto que los noticiarios, planas y los más diversos espacios tradicionales y virtuales de los medios públicos cubanos dispararon tremendamente sus audiencias.

 Esto último es una espectacular fortuna para el equilibrio y la sensatez que demanda el funcionamiento de cualquier sociedad en medio de esta no menos dramática e insólita situación sanitaria, humanitaria, política, económica y social mundial, cuyos desenlaces integrales son todavía —pese a prestidigitadores y vaticinios disímiles—, un duro suspenso.

 Vale la pena subrayar que en situación de tanta vulnerabilidad para la salud en el país —agravada por recurrentes y malsanos sainetes políticos y comunicacionales contra la Revolución—, el sistema de prensa cubano está alcanzando su mayor brillo y ofrece sensibles señales de responsabilidad social, el carácter ético de la profesión, su indeclinable vocación de servicio público y capacidad de respuesta ante imprevistos y requerimientos de innovación y cambio.

 Ahora bien, tiene razón el «jodedor» de turno al referir que no faltan giros inesperados en la dramaturgia de los noticiarios y otros espacios estelares; entre estos la serie de hechos delictivos que han irrumpido en las últimas semanas, algo bastante inusual para los estándares sobre estos temas en nuestra prensa.

 Este es del tipo de asunto, como otros que se barajan a diversas instancias nacionales, que merece una detenida consulta pospandémica, si apostamos a una sociedad libre del presente y de otros más antiguos y muy perniciosos y hasta mortales COVID, algunas de cuyas úlceras se nos hacen más visibles y dolorosas hoy.

 La apertura en el tema es importante, considerando los «cuidados intensivos» con que los asumimos a lo largo de la Revolución. Alejándonos del sensacionalismo y la espectacularidad humillante y enajenante del capitalismo nos desbocamos a un puritanismo enmudecedor, que favoreció no pocas distorsiones y desajustes.

 Todavía en la actualidad, mientras las nuevas tecnologías hacen imposible evitar la expansión social de determinadas noticias, por dolorosas que estas sean —incluso, mientras más lastimosas son igual de expansivas y mejor requeridas de explicaciones y profundizaciones—, resulta complejo acomodar nuestra visión editorial al nuevo escenario.

 Cuando nos dejamos arrastrar a esas incoherencias ignoramos que hay hasta una «matemática» de la corrupción, uno de los delitos que reflotan ahora y de los más costosos y corrosivos para Cuba, porque están emparentados —ya está suficientemente reconocido—, hasta con la contrarrevolución.

 C = M + D – T es la famosa ecuación de Robert Klitgaard. Para este académico de la Universidad de Harvard —estudioso de esos fenómenos— la corrupción es igual a monopolio más discrecionalidad, menos transparencia, una ecuación —mírela detenidamente— muy útil para cualquier sociedad, con independencia de colores ideológicos o políticos.

 «No importa si la actividad es pública, privada o sin fines de lucro, si es en Nueva York o en Nairobi, tenderá a haber corrupción allí donde alguien tenga poder monopólico sobre un bien o un servicio, pueda decidir discrecionalmente a quién entregárselo o en qué proporción, y no tenga que hacerse responsable ni rendir cuentas de ello», afirma.

 Otros analistas del tema han demostrado que a mayor discreción burocrática ocurrirá mayor corrupción. En definitiva, en cualquier geografía coinciden en que para evitar este preocupante fenómeno universal se requiere eliminar al mínimo la discrecionalidad de las decisiones que afecten a los ciudadanos y acentuar los sistemas de funcionamiento que conduzcan a la transparencia, una palabra heredera de tantas sospechas, pero tan sanadora en estos complejos tiempos.

 Un sistema de prensa blindado por el crédito y la autoridad ante sus públicos semeja un enorme respirador social, con independencia de las insatisfacciones que podamos tener y que cristalizan en la búsqueda de un nuevo modelo de prensa pública para el socialismo cubano.

 No es casual que entre los principios que rigen la administración pública estén el control y la responsabilidad. Una sociedad que aspire a la limpieza ética y la moral pública no puede descuidar ninguno de los tipos de control —o privilegiar unos en detrimento de otros—, incluyendo el popular, del que debe formar parte la prensa.

 De ahí la relevancia de que esta apertura en los temas delictivos sirva para tratarlos con toda la profesionalidad, profundidad y ética que corresponde, evitando cualquier tentación amarillista o efectismo desproporcionado, en detrimento del valor informativo, el razonamiento profundo y la función educativa y de movilización de la opinión pública.

 Solo así la inusitada serie de nuestros noticiarios, que se arrastra de otras epidemias, nos dejará los suficientes tonos dramáticos de humanidad, civilidad, legalidad y decencia.

 

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