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El rapto y no precisamente de las mulatas

Autor:

Yuniel Labacena Romero

Al estilo más criollo del célebre detective privado Sherlock Holmes transcurrieron los últimos minutos de 2020 en mi barrio. El detective privado de ficción —creado en 1887 por el escritor británico Sir Arthur Conan Doyle— me remontó a sus ardides para rescatar, de manos de unos malhechores, «el año viejo» que, con amor y hasta un poco de venganza, habíamos confeccionado para que ardiera todo lo malo de 2020 con él.

Desde el amanecer del 31 de diciembre nos habíamos reunido los vecinos. Acopiamos trapos y cuanto sirviera para darle vida a aquel hombrezuelo que simbolizaba el pasado llegado el minuto cero de 2021. Imaginamos la escena en que sería devorado por las llamas para que, en catarsis colectiva, los malos recuerdos de ese año pandémico, con un país extremadamente bloqueado y afrontando inmensos sacrificios, se volvieran energía para un 2021 mejor.

Lester, uno de los amigos del terruño, buscó la yerba seca, incluso, antes que llegara la fecha fijada para que estuviera a buen resguardo; Yaimiri unió pantalón con camisa y luego la cabeza de coco para conformar el muchachón final… y, por si fuera poco, le hizo algunas «obras» de las suyas. La creatividad de todos se reflejó en aquel condenado a la hoguera que, por buen rato, nos fue raptado por quienes prefieren los mangos bajitos y no poner manos a la obra.

Como ha sido habitual ubicamos al muñecón en las escaleras a la entrada de la casa. Mientras esperamos la medianoche los transeúntes lo miraban, le lanzaban piropos y hasta aseguraban que se parecía a algún conocido. Confiados de que solo sería objeto de elogios y burlas sanas, le retiramos la custodia y nos dedicamos a los preparativos familiares del cierre de año. Pero ya entrada la noche, cuando supervisamos su existencia, nos sorprendió el espacio vacío. No había ni rastro de aquel cabeciduro con corazón de paja seca.

Darle la vuelta una y otra vez al pueblo, buscar en cada paso de escalera, mirar si existía rastro del muñecón… fueron las tareas de última hora en este 2020 para los progenitores del simbólico como condenado sujeto. El razonamiento deductivo, la observación para resolver aquel caso que no podía postergarse ni por un segundo para el día siguiente nos llevaron hasta los asaltantes, no sin antes sentirnos escépticos, porque no éramos ni los primeros ni los únicos a quienes ese día le habían robado su «año viejo».

Aquel ejercicio de búsqueda nos permitió encontrarlo cuando regresamos a casa camino de la zona wifi. Faltaban diez minutos para la medianoche cuando lo vimos ya prendido en llamas, porque los malhechores se habían adelantado para asegurar su festín. Así, medio encendido, lo rescatamos hasta su lugar de despedida cada 31 de diciembre.

Por suerte, el trayecto era pequeño. Y a la voz de ¡lo encontramos, lo encontramos…! los vecinos salieron e intentaron apagarlo para esperar justo a las 12 de la noche. Como es debido con esta tradición, siempre llega acompañada de complicidad familiar y de diversión, pero fue imposible. Así que tuvimos nuestra celebración también por adelantada.

Vivir felices depende en un tercio del azar, dicen algunos expertos, el resto de la felicidad debemos agenciárnosla trabajando, siendo cooperativos más que competitivos, usando la virtud a cada momento. En todo eso pensé cuando el fuego redujo a nada a aquel simulacro del pasado que nos movilizó y nos hizo creer en la proverbial advertencia de que siempre el que busca encuentra y el que persevera triunfa, sobre todo si lo hace con la ayuda de los buenos amigos. ¡Ah!, y algo de la perspicacia de Sherlock Holmes.

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