Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Donde duerme el corazón

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

En uno de sus antológicos reportajes, publicado en los años iniciales de la Operación Carlota, Gabriel García Márquez reveló que Henry Kissinger, el entonces secretario de Estado del presidente norteamericano Gerald Ford, andaba consternado al descubrir la presencia internacionalista de Cuba en Angola.

Su inquietud era tan grande que en una conversación con el mandatario de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, dijo: «Cómo estarán de deteriorados nuestros servicios de información, que no nos enteramos de que los cubanos iban para Angola sino cuando ya estaban allí».

A partir de ahí nació una historia dura y heroica, llena de valentías de todo tipo, de dolores por las pérdidas de seres queridos, de tensiones interminables; incluso de asombros. Ante el pragmatismo tan fuerte que por lo general envuelve a la política internacional (al punto de confundirse con el cinismo), provocan una profunda extrañeza las causas y motivaciones por las cuales hijos de una pequeña isla del Caribe viajaron medio mundo para apoyar la liberación de pueblos pobres bajo un atraso terrible, con personal militar y civil y a costa de su propia seguridad nacional.

La lógica del capital indica que Cuba participaría para extraer recursos naturales y poder de todo tipo. La realidad fue lo contrario: lo único que se sacó del suelo angolano fueron los restos de los caídos, y la retirada militar se realizó bajo el respeto a acuerdos internacionales que preservaron la independencia de esos países para que ellos vivieran sus propias libertades y contradicciones.

Hoy esa historia —cuyo nombre se tomó de Carlota, una esclava lucumí que lideró una rebelión en la región matancera— tiene todavía mucho que decir. Sobre todo urge cuidarla ante los peligros que el tiempo produce en la pérdida de la memoria, y también por los intentos bastante interesados por desdibujar, disminuir e, incluso, ocultar el importante peso de Cuba en la liberación de varias naciones africanas.

Los peligros que entrañan los olvidos, las manipulaciones oportunistas o las narraciones panfletarias de ese pasado, están a la vista. No hace mucho, varios combatientes de la batalla de Cangamba nos contaban su asombro cuando en un conversatorio en una secundaria básica varios muchachos preguntaron cuánto les habían pagado a ellos para ir a luchar a Angola. Otros fueron más directos: «¿Verdad que ustedes fueron obligados?».

«Aquello me dejó loco, periodista», confesó Luis Guillermo Pérez Rojas, uno de los combatientes. Sin embargo, el pasmo mayor ocurrió no ya del lado de los internacionalistas, sino de los alumnos al escuchar una respuesta muy serena. «Nada —se oyó en el aula—, no nos pagaron nada ni tampoco lo pedimos. Fuimos por voluntad propia». «¿Aunque los mataran?», insistió alguien. «Aunque nos mataran», asintió un combatiente, como si hablara con los nietos más queridos del mundo.

¿Cuáles eran los valores morales que impulsaron a hombres y mujeres a actuar con ese altruismo, incluso al nivel más cotidiano de la vida? Eso es algo sobre lo que se debe meditar y reconstruir en las zonas de la sociedad donde sea necesario y, lo más importante, preservar ese legado en la Cuba de hoy, donde se quieren robar los símbolos, tergiversar su pasado y hacer ver como progresista lo que en verdad oculta una restauración neocolonial del país.

Los innumerables ejemplos de valentía, entrega y  decoro demostrados por esas personas son los activos más importantes que posee la sociedad para enfrentar los inmovilismos, los acomodamientos y las burocracias que entorpecen la vida de la ciudadanía, y también para reactivar la economía y poner la tan necesaria creatividad en cada cosa que se haga.

Esa memoria para mantener viva no es algo ocioso. Porque es allí donde duerme el verdadero corazón de todas las personas que participaron en la Operación Carlota: en los significados morales que emanan del recuerdo de cada uno de sus actos más preciados.

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