Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Solo sé que…

Autor:

Osviel Castro Medel

Desde hace mucho tiempo andan entre nosotros unos seres superpensantes, capaces de aparecer en distintos escenarios y de crear las más raras atmósferas: los sabiondos.

Tienen la capacidad de disertar a su modo sobre la historia del fongo, la caries en los colmillos de un tigre, los tipos de curvas en una carretera o el repertorio de un pitcher, los viajes a la isla de Zoquetilandia y cualquier otro tema de este mundo.

Tal vez algún lector esboce una sonrisa al leer la lista de asuntos mencionados, que obviamente han sido incluidos ex profeso en tono de broma. Sin embargo, la existencia de estos sabelotodo presupone un serio reto para la sociedad, porque a veces confunden, enredan, generan falsas matrices de opinión y se toman tan en serio el papel de «rosca izquierda» que van contra el viento de la racionalidad.

El auge de internet, algo excelente para generar conocimientos, ha servido también para que ellos aumenten exponencialmente y opinen en las redes sociales como si fuesen los dueños de la verdad absoluta, la que, como bien sabemos, no existe.

Por regla, están emparentados con los francotiradores, quienes lo critican casi todo; emplean la burla como método y andan con un saco de fórmulas mágicas en cada palabra.

Lo peor radica en que cualquiera de ellos puede gritar a los cuatros vientos «su verdad» y crear un coro de crédulos a su alrededor, como presencié hace unos días en las afueras de un banco comercial de la ciudad de Bayamo.

«El coronavirus no es letal y estamos usando este nasobuco como formalismo, para que no nos pongan multas», decía el personaje-sabedor-supremo, al tiempo que relataba su experiencia, traída por los pelos, de su estancia en Siberia, en Groenlandia o en Muymuy Lejano, yo no sé.

El hombre habló incluso sobre los «ocho metros» (con 96 centímetros) que vuela una partícula de saliva, sobre la penetración (de una vacuna), y hasta del hombre de la máscara de hierro, que él no colocó en Francia, sino, erróneamente, en una celda de Inglaterra.

«¿Ustedes se piensan que si este virus fuera mortal estuviéramos aquí?», preguntaba el individuo, que a la sazón respondía varias interrogantes, al estilo de una magistral conferencia de prensa.

Sabía tanto que olvidó que globalmente han fallecido más de 3 500 000 seres humanos, y que hasta ese momento más de 900 compatriotas habían perdido la vida después de haber enfermado de COVID-19. Tenía tanto conocimiento que dejó de lado la importancia del uso del nasobuco y de la distancia física para contener la pandemia.

Como él, ¿cuántos hay? No son pocos. A veces chocan entre ellos en risible ejercicio de terquedad. Es como un juego de «creerse cosas».

«Sepan todo lo que puedan, aunque nunca piensen que pueden saberlo todo», expresaba casi a modo de trabalenguas una de mis primeras maestras, para ilustrar que el conocimiento alumbra, ayuda, abre caminos. Que mientras más preparación tengamos, mejor juicio nos haremos de los fenómenos y sucesos.

Pero también nos decía eso para que no pensáramos que el mundo entero debía rendirse ante nuestros cerebros. Para que no anduviéramos como globos por la Tierra y entendiéramos la sentencia de Sócrates (470-399 a. C), uno de los mayores eruditos de todos los tiempos: «Solo sé que no sé nada».

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.