Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Entre el temor y el buen hacer

Autor:

Roberto Díaz Martorell

Además del sistema de bioseguridad aplicado en fronteras, la celeridad para atajar y aislar contactos y un flujo epidemiológico eficiente, el temor al contagio sentido por la población fue crucial para mantener a Isla de la Juventud fuera del mapa de la COVID-19 por tanto tiempo, incluso cuando el resto del país pasaba por los peores momentos en este año 2021.

Y es el temor precisamente el que se vuelve a posicionar entre los pobladores pineros —la mayoría con tres dosis de Abdala y completando el esquema con Soberana— ante la inminente apertura de las fronteras aéreas y marítimas.

Es un sentimiento racional, expresado en frases como «Ahora sí hay que cuidarse más». Y no es que lo hecho hasta ahora no fuera suficiente, pero esa actitud evidencia la responsabilidad colectiva de un territorio que apuesta por la vida y la salud como tesoro prioritario en pleno regreso a la vida «normal».

Es cierto que no es factible sostener el esquema de aislamiento para todos los viajeros que llegarán a este pequeño territorio insular, ahora en cifras superiores a las 200 personas, atendiendo a la capacidad del catamarán, pero esa espera fue (y es) una iniciativa aplaudida hasta por familiares cercanos, quienes aguantan y hasta exigen los 14 días establecidos antes del abrazo, que no por demorado será menos elocuente.

La realidad epidemiológica del país revela una disminución paulatina de casos positivos —señal de que la estrategia de vacunación ha sido efectiva—, pero el regocijo no nos nubla el juicio, ya que las aperturas, necesarias en los ámbitos social y económico después de tanto tiempo de asfixia, pueden abrir brechas peligrosas por la confianza que ese hecho sugiere.

Ese próximo retomar de las transportaciones entre provincias, incluido este Municipio Especial, debe generar también altas dosis de responsabilidad individual y colectiva, para no pasar del júbilo al pesar en un pestañazo.

Por eso no hay que temer al temor, esa reacción tan humana, tan lógica de autoprotección cuando está en juego la vitalidad del país y la vida de cada ciudadano, desde el más longevo hasta el nacido un minuto atrás.

Confieso que yo temo también, por mi salud y la de las personas que aprecio. Pero es el momento ideal para hacer realidad una frase utilizada a diario por el doctor Israel Velázquez Batista, director sectorial de Salud Pública en Isla de la Juventud: «De la responsabilidad individual dependerá la suerte colectiva».

En pocos días, Cuba llegará al 90 por ciento de la población inmunizada, con vacunas nacionales y de alta calidad, además, cuya efectividad contra las diversas variantes del SARS-CoV-2 está más que probada científicamente, pero no por eso reduciremos las dosis de una correcta conducta social, esa que respeta los espacios y cumple los protocolos de bioseguridad, que más que normas para cuidarnos, son principios básicos de convivencia y sobrevivencia durante cualquier pandemia.

Así las cosas, sanamente temerosos y expectantes, apelamos a la disciplina como única herramienta para curarnos en salud, dejar atrás lo peor de esta etapa y sus secuelas sicológicas y retomar la vida en su «normalidad» con nuevos bríos y esperanzas.   

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