Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El Código y los perros del «Paraíso»

Autor:

Enrique Milanés León

¡La gran familia que es Cuba lo volvió a hacer! Cuando a su almanaque le cuelgan mil fechas doradas, como medallas de la nación, los electores sumaron otra efeméride al 25 de septiembre. Ahora, desde las casas, se alista la defensa frente a la campaña que organizaciones anticubanas asentadas en Estados Unidos tenían previsto ejecutar —¡porque ellas también esperaban nuestra victoria!— cuando el Código nuevo tuviese la firma del pueblo.

Vencimos —no sin lucha, ciertamente— la maniobra de la tergiversación del Código de las Familias, la de la distorsión de sus contenidos, la del estímulo a la ausencia a urnas, al voto negativo y a la boleta en blanco, pero viene más pelea, a juzgar por ciertos audios filtrados de grupos establecidos en tierra del dueño americano.

«Si a esto le ponemos unos coctelitos molotov, el barrio va a sentir miedo», se dice en el material, según publicó el sitio Las razones de Cuba, que denuncia el financiamiento federal de las acciones, especialmente desde la Alcaldía de Miami.

La desaprobación personal es una cosa, pero el ataque al Código desde el exterior, otra muy diferente. A quien tenga vocación, e incluso talento, de ingenuo, habría que preguntarle con qué objetivo organizaciones terroristas tan ajenas a nuestra familia como la Brigada 2506 y Radio y Televisión (anti) Martí meten sus manos, en sus billeteras, por nuestro hogar. «La plata, cuando es para estas cosas, sobra», afirman los involucrados.

Que reúnan dólares, lo único que saben sumar. En Cuba las cuentas son diferentes: desde que el Consejo Nacional Electoral ofreció una información parcial, sabíamos que la tendencia a la aprobación era irreversible, porque cuando nos unimos, todo toma esa tendencia. Y este fue el caso.

Aunque, aparentemente, prevaleció de cara a las urnas la promoción del Sí llevada a cabo por instituciones afines a la Revolución, la mayor campaña —y, por tanto, la gran derrotada— fue la del No, ejecutada desde poderosas fuentes multinacionales que a menudo hacían a uno preguntarse: ¿Y este es cubano…? ¡Porque no tiene de congo ni de carabalí!

Disímiles medios de prensa, con mal disimulada intención de polarizarnos en torno a un punto de por sí polémico, presentaron el referendo apenas como la decisión sobre el matrimonio igualitario, tijeretazo con el que tajaban un cuerpo legislativo muy rico y reducían al pueblo de Cuba al rol de asumirse, o no, como simple testigo de un tipo de boda, entre varios. Por fortuna, nuestra gente es sabia y pudo ver el ramo más allá de la flor.

Vencido en blanco y negro el No que promovían, se hicieron entonces licenciados en Mal/temáticas para buscar en los números el odio que no se sienta a nuestra mesa. Hicieron la necropsia de la abstención, compararon la hemoglobina —esto es, la participación— de este ejercicio contra la de otras consultas, para menoscabarlo; idearon rocambolescos algoritmos para menguar el resultado que, a fin de cuentas, impuso su voz al torcido murmullo de otras cifras: 66,87 por ciento de los cubanos decidió que Sí acepta el Código.

El especialista consultado por cierta agencia extranjera, en un despacho que parecía más una boleta contraria que un reporte de prensa, comentaba las «señales» de los descontentos que mandó el referendo. Claro que las hubo —no faltaron descontentos, incluso, entre los electores del Sí—, pero lo que se echa de menos en ciertos expertos es que vean con sus ojos rubios las señales de los resistentes, el sector mayoritario en Cuba, y no solo en este evento.

Ese mismo profesor vaticinaba que la consulta no cambiará el rumbo del país. No lo hará, pero sí fortalecerá los brazos de quienes lo sostienen.

Ya se sabe que los días, y especialmente las noches, no son fáciles para los cubanos, sumidos en una crisis energética cuyo crédito, en buena parte, hay que dárselo a la Casa Blanca. Tan cantada y coreada estaba la copla del «voto de castigo» que el Presidente Miguel Díaz-Canel la admitió públicamente.

A la postre, como recomienda la receta imperial, algunos intentaron dañarse a sí mismos con tal de dañar al Gobierno que Washington no quiere… ¡en Cuba!

Este referendo fue otro capítulo de coraje nacional. Seguramente había coyunturas mejores para librarlo, pero ninguna como esta de precios desbocados, apagones, tensión sanitaria, bloqueo extremo, dolorosa migración y unos cuantos talibanes —hasta ahora solo mentales, «gracias a Alá»— apostados a tiempo completo en las redes da la idea de la audacia con que el liderazgo del país da la arrancada para otra carrera por Cuba.

Corremos juntos, y es lo que más molesta. Ven control del Estado a las familias cuando es el Estado el que pide a la gente que las plasme en Ley; si se convoca debate abierto, ellos perciben oscura propaganda, y aun los que admiten el avance que implica el Código, se niegan a ubicarlo como otro peldaño camino a toda la justicia y lo describen como rara avis que llama a la sospecha…

Este Código enfrenta a los mismos adversarios —o a sus parientes y descendientes ideológicos— que colaboraron o callaron en los años 60 del siglo pasado cuando una mentira del Gobierno de Estados Unidos a las familias cubanas desarraigó en aquella tierra a 14 000 de nuestros niños.

Los parientes de aquel secuestro político no soportan nuestra foto de familia en la que posamos frente a la casa agrietada por el odio, pero con sonrisa preservada por los afectos. Les pone la cabeza mala, para escribirlo con una expresión de barrio. Por eso nos llamaron a «tirarnos pa’ la calle». Y nos tiramos… a votar.

No nos quieren. No nos quieren unidos. No nos quieren con Martí ni con Fidel, esos dos electores incansables. No quieren saber de nuestra continuidad. ¡Pero no son nuestra familia! Vale entonces recrear la célebre frase —que Miguel de Cervantes Saavedra jamás escribió— para decir una nuestra: Ladran, Sancho; señal de que amamos. (Tomado de Cubaperiodistas)

 

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