Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El rastro de los feroces vientos

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Ian trastocó a Cuba con sus macabras ráfagas, como si no bastaran tantos desordenamientos en nombre del ordenamiento, precios por las nubes, apagones de un sistema electroenergético en franca obsolescencia y carencias  de todo lo posible e imposible, agudizados con asfixias de un bloqueo 90 millas al norte, que se solaza en llevarnos a la  inanición.

Ian se cebó sobre el occidente del país, con particular saña sobre los humildes y avispados pinareños, que siempre exhiben cátedra en levantarse sobre los destrozos de los vientos. Muy inteligentes y creativos, a contrapelo de esos tontos chistes estereotipados sobre ellos que pululan por ahí.

Pero durante largo tiempo Cuba de punta a cabo cargará sobre sus hombros y tendrá que resarcir las dolorosas pérdidas que dejó el huracán a su paso, en momentos tan difíciles. Y requeriremos decisiones más audaces y emprendedoras para que nuestra economía no siga sobreviviendo a las crisis con «facilidades temporales» como receta, sino con una armazón y un diseño eficaz y sostenible, con bloqueo o sin él.

Con Ian se reafirmó la proverbial previsión en la protección de vidas características de Cuba, a pesar de ser un país pobre y carencial. Contrastan sus dolorosas pérdidas de tres compatriotas con el más de un centenar de fallecidos en los opulentos Estados Unidos por el paso del mismo huracán. No obstante, habrá que sacar lecciones de lo que no pudo preverse en cuanto a daños a las débiles infraestructuras y otras pérdidas materiales, como las casas de tabaco, el mejor tabaco del mundo.

Otro saldo que ha caracterizado la recuperación pos-Ian ha sido la mano extendida de la solidaridad internacional, que ya viene siendo, desde el tornado de 2019, el accidente del hotel Saratoga en La Habana y el incendio de la base de supertanqueros en Matanzas, una recíproca reacción amorosa ante todo lo que Cuba ha ofrecido a otros pueblos, pobres y holgados, sin esperar nada a cambio.

Y a lo interno, como todas las situaciones límite, el paso del ciclón polarizó actitudes en los cubanos. Unos revelaron sus partes más oscuras con los apagones y ensombrecieron su alma especulando oportunistamente con medicamentos, agua y hasta cargas eléctricas. Otros maldecían y manipulaban ferozmente desde las gradas cómodas de las redes sociales sin ningún gesto honorable por los necesitados.

Pero han brillado los cubanos generosos, de todos los orígenes, credos y filiaciones. Puentes de amor desde afuera y desde adentro. Por cuenta estatal y por cuenta propia, privados y cooperativos, artistas sensibles hasta el tuétano, gente compartiendo lo exiguo de sus estantes y bolsillos con los sufrientes, en un país donde hoy casi todo escasea.

Estos misioneros de la bienaventuranza han iluminado de fe el paisaje de destrozos y tristezas, donde no hay pared para recostarse a llorar tanta pérdida ni techo bajo el cual guarecer la esperanza. Cuba está redescubriendo el potencial de nobleza, desinterés y fraternidad que se desata en situaciones como esta, y debe ser más aprovechado y canalizado en la rutina cotidiana de la vida.

Los damnificados, a pesar de sus desesperos y lamentos, nos conmueven cuando miran más allá de sus destrozos y proclaman, de humildes que son, que hay que recomenzar de nuevo, no hay de otra. Y los solidarios siguen atenuando las heridas y alegrando esos parajes que semejan eriales.

Un pueblo así merece todas las atenciones y preocupaciones, desde todos los ángulos de la sociedad. Es el mensaje y el desafío para quienes deben obrar la recuperación con sensibilidad y fórmulas expeditas y ágiles. Sin laberintos burocráticos, obstáculos mediocres, acomodamientos ni olvidos; acelerando además los cambios saneadores para que no proliferen las «facilidades temporales» que aletargan la prosperidad.

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