Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Una palabra al oído

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

Padres hay muchos; madres, una sola. Tú podrás tener muchos padres, pero siempre habrá una sola madre. Los padres van, las madres quedan. Cuando un padre no está, la madre siempre lo hará. Y que se lo pregunten a Franz Kafka, el de La metamorfosis, el de Gregorio Samsa convertido en escarabajo, a ese.

Quizá sea una exageración; pero en verdad parece ser que, después de Judas Iscariote, el discípulo traidor a Jesucristo, el padre se ha convertido en una de las figuras más controversiales de la cultura occidental, al punto de ubicarlo en una especie de ser oscuro, lejano y, cuando más, cargado de una autoridad asfixiante.

Kafka se pasó una buena parte de su vida intentando conciliar el amor filial insatisfecho con la lejanía afectiva del padre, y una buena parte de sus páginas más brillantes son esas que salen del dolor del hijo ante su progenitor.

El gran escritor ruso, Fiódor Dostoyevsky, tampoco se quedó muy atrás y en la novela Los hermanos Karamázov presentó a uno de esos patriarcas antológicos por lo negativo: un tipo burlón, cínico, tan lleno de maldad que no hacía falta mucho esfuerzo para imaginarlo con la mirada zigzagueante y encorvado, rumiando entre dientes sobre sus libros de cuentas: la maldad y el egoísmo hechos persona.

El listado pudiera continuar con las pinturas de Francisco Goya o ese cuadro brutal de Ilya Repin, donde el zar Iván el Terrible abraza a su hijo moribundo, con la cabeza bañada en sangre, después de haberlo golpeado en medio de una disputa familiar.

En resumen, hay ejemplos para escoger y tela por donde cortar en ese prontuario dedicado al padre malo, cuyas expresiones más altas posiblemente sean el rosario de afirmaciones que inician estas líneas y que de seguro más de una persona ha escuchado alguna vez en la vida.

Existe, sin embargo, otra dimensión de la figura del padre; a veces no tan pública, pero sí bastante íntima y que hace saltar por los aires el estereotipo del progenitor maligno. 

Con La vida es bella, el actor italiano Roberto Benigni dió un ejemplo supremo del padre que lucha contra lo imposible para proteger a su hijo del horror; mientras que en Cinema Paradiso (para algunos, una película de culto), Giussepe Tornatore regaló el otro ángulo del problema: la del hombre que no es padre biológico, pero que se convierte en el verdadero por obra y virtud de los afectos.

En verdad, los hechos parecen indicar que hay otra versión masculina, quizá la real y es la de individuos que, con todos sus defectos, asumen callados el rol de madre y padre, a veces por la fuerza bruta de las circunstancias.

Algo de eso puede aparecer en la mente cuando se escuchan algunas historias de estos tiempos. Está la del hombre al que se le murió la esposa y asumió a sus hijos por completo. Está la del hombre que su mujer dijo un día: «Voy a salir» y la próxima llamada fue para decir: «Estoy en Tapachula, cruzando frontera» «¿Y los niños?». «Ahí te los dejo, querido».

Pero, también, hay otras más: la del hombre que le tocaba ser abuelo y no lo pudo ser porque la familia se fue y tuvo que volver a ser padre para cuidar de los niños que los padres reales dejaron atrás con aquello de que voy a emigrar para ayudar a todo el mundo. ¿Incluso con el beso diario?

En los días duros de la Cuba de hoy, hay una épica callada que la están escribiendo padres que hacen malabares para sostener un hogar, que son el punto de equilibrio de una familia o el espacio donde buscar consejo o refugio cuando todo parece venirse abajo en medio de apagones y precios de cobardes.

En este torbellino de eventos, es posible que también existan padres, que en la distancia, estén pensando las relaciones con sus hijos y estén meditando en el beso o la caricia que no dieron por aquello del machismo barato, pero que estuvieron al lado cuando las tormentas aparecieron en las vidas de sus hijos. Incluso, para ellos, en medio de su sequedad, vale la pena acercarse un día y decirles bajito: «Felicidades, viejo. Yo te quiero».

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