¿Qué ser humano comprometido y digno no admira a Fidel? Con seguridad, la inmensa mayoría de nosotros venera las ideas, ejemplo y trayectoria del Líder Histórico de la Revolución. Ser fidelista no es una opción más, ni forma parte de un simple cliché o moda pasajera. Fidel es la opción atemporal y la brújula que dicta el sendero definitivo.
Al auscultar la historia de las últimas siete décadas encontramos hombres y mujeres forjados bajo esa estela revolucionaria del Comandante en Jefe: el Che, Camilo, Almeida, Celia, Vilma, Raúl... pero dentro del selecto grupo, también figuran obreros, gente común y corriente que su norte en la vida ha sido solo uno: Fidel.
Cándido Palmero Hernández, fallecido recientemente, pertenece a esos millones de cubanos que abrazaron desde muy joven las ideas del líder revolucionario. Debo confesar que, antes de conocer a este hombre cubanísimo, apenas tenía vagas referencias sobre su historia de constructor de sueños. Pero bastó escucharlo con voz rasgada y sentida —hace algunos meses— para entender que se trataba, ante todo, de un fidelista auténtico, sin matices ni medias tintas en sus palabras.
Cándido, más que la persona designada por el Comandante en Jefe para fundar el contingente de la construcción Blas Roca Calderío, en octubre de 1987, fue toda su vida un guajiro de Cumanayagua que salió desde bien joven a combatir los bandidos en el Escambray «porque creía firmemente en la estampa guerrillera de Fidel», según le escuché decir.
Su vínculo con el eterno Caguairán comenzó mucho antes del Blas Roca, cuando fue alcalde de su pueblo: Cumanayagua, en momentos en los que aún no existía el Poder Popular. «Allí le comentaron a Fidel que yo era un joven de trayectoria en la lucha contra bandidos, militante del Partido, y respondió: Gente con esos méritos no lo quiero de alcalde. Yo lo necesito de constructor conmigo», recordaba Palmero durante un intercambio en el Centro Fidel Castro Ruz hace algunos meses.
Con 23 años este cubano asumió construcciones importantes del país, como la de la presa Ejército Rebelde, el Primer Anillo en la entrada habanera o la misión de llevar la Autopista Nacional hasta el kilómetro 144.
Durante el liderazgo de Cándido, el Blas Roca se multiplicó con el paso del tiempo y creció hasta 50 brigadas. Para que se tenga una idea de la prioridad que le daba el Jefe de la Revolución a esa fuerza constructiva de la Revolución, solo en los inicios de la década de 1990, Fidel visitó en más de 200 ocasiones el contingente.
Sobre el Comandante, siempre reconoció Palmero con su cubanía guajira y dotes de buen interlocutor, «no ha habido otra persona en el mundo con su capacidad y talla humanista».
Cándido tenía una anécdota que guardaba con extremo celo y pasión: cuando le pidió a Fidel que los trabajadores involucrados en la construcción del Hotel Meliá Cohíba y el personal de la instalación pasaran unos días como huéspedes, luego de finalizado y entregado el recinto. «El Comandante accedió a aquella propuesta. Ese era Fidel, el hombre más humano que he conocido», decía.
Para quien fuera miembro del Buró Político del Comité Central del Partido, un rango que jamás pensó ostentar, el Líder Histórico de la Revolución llegó a ser su mejor educador, pero también su mayor crítico.
Se reconocía un hombre feliz cuando hablaba del Comandante y, tal vez por eso, repitió varias veces en aquel intercambio que «a él no se le podrá faltar jamás ni con el pensamiento». Fidelidad es una palabra hecha para revolucionarios, para hombres como Cándido a los que nunca podrán arrebatarle —aún en otra dimensión— su auténtica lealtad a Fidel.