Quizás fue en las noches felices de su niñez, cuando se apagaba la luz eléctrica de la planta en Sabaneta de Barinas y el pequeño Hugo Rafael le pedía a su abuela Rosa Inés que le «echara el cuento», cuando nació la vocación de justicia y el sentido humanista del futuro líder bolivariano.
«Al lado de Rosa Inés conocí la humildad, la pobreza, el dolor, el no tener a veces para la comida; supe de las injusticias de este mundo (…) Conocí la solidaridad (…) Yo aprendí con ella los principios y los valores del venezolano humilde, de los que nunca tuvieron nada y que constituyen el alma de mi país», confesaría el mandatario durante una entrevista, recogida en el volumen Chávez nuestro, de Rosa Miriam Elizalde y Luis Báez.
El joven militar que comandó la rebelión castrense en febrero de 1992, tenía en los ojos la nobleza del hijo humilde, el brillo de la compasión por la gente y la convicción de que había llegado para Venezuela el momento definitivo.
Por ahora. Con esas dos palabras, el entonces teniente coronel dejaba sellado su destino y su compromiso inexcusable con el pueblo.
Es inconmensurable su obra en beneficio de la humanidad, aunque, quizás, el mayor mérito del Comandante Chávez radique en haber reavivado la llama de la independencia, encendida muchos años antes por El Libertador Simón Bolívar y, además, haber catapultado hacia toda la región la concepción, no ya solo bolivariana, sino martiana y fidelista, de que solo en la unión de todos los pueblos podía fundarse la verdadera independencia de América Latina.
Había en él un misterioso encanto, uno inexplicable, que solo le pertenece a los héroes.
Se conjugaban en su carácter, la osadía del guerrillero, la coherencia entre acciones y palabras, el estoicismo ante la adversidad y la voluntad de mejorar la obra construida.
Hugo Chávez reimpulsó la construcción diaria de la Patria Grande. Las mayorías invisibilizadas por las élites y los medios hegemónicos, dejaron de ser objeto para transformarse en sujetos de la política. Vida digna para todos, empoderamiento de los pobres: acceso a la educación, alimentación, salud.
Fue un sobreviviente en toda la extensión de la palabra: salió victorioso del Caracazo, en 2002, sobrevivió al sabotaje petrolero y paro patronal de 62 días, a referendos y a elecciones, a las apetencias imperiales, hasta que el cáncer le puso la zancadilla final, cuando se preparaba para el inicio de un nuevo mandato.
Con su muerte, nació también la certeza de su sobrevida, la reencarnación de su espíritu en cualquier rincón de la tierra de Bolívar y más allá, en esa porción generosa de pueblos que se extiende entre el Río Bravo y la Patagonia.
Chávez se ha convertido en un profeta de las obras nobles y a 71 años de su nacimiento, sigue resurgiendo en la ciudad, en el campo, en los pulóveres de los jóvenes y viejos, acompañando sus esperanzas, sus anhelos, su fe.