Las 285 alcaldías ganadas por el chavismo y los partidos aliados en las elecciones municipales del domingo —de un total de 335— constituyen el cuarto triunfo al hilo de las fuerzas bolivarianas y colocan sello de oro —y lacrado— que relegitima y confirma la autenticidad de las instituciones y el orden venezolanos.
Tras el intento saboteador de la derecha violenta hace justamente un año, cuando encabezada por María Corina Machado y con respaldo del conservadurismo internacional quiso imponer la narrativa de que la reelección de Nicolás Maduro era fraudulenta, el Gran Polo Patriótico se adjudicó en mayo de este año la más rotunda de las victorias en el plano regional con la obtención 23 de las 24 gobernaciones con que cuenta el país, lo que tiñó de rojo un mapa donde ese color adquirió hace dos días, matices más vivos.
Además,la coalición ganó ese día 253 de los 285 escaños con que cuenta la Asamblea Nacional, lo que dotó a los revolucionarios de suficiente representación legislativa para hacer expeditas las medidas que buscarán, también en este periodo, profundizar el modelo bolivariano.
El hecho de que ello se lograra a contrapelo de la guerra económica declarada por Estados Unidos, y pese a los llamados a la abstención propalados por la Machado y su cohorte, añade valor a los resultados.
Una circunstancia que debe contarse como ganancia es la presencia de una cincuentena de partidos de oposición —entre nacionales y locales—, así como de movimientos populares, en los comicios para gobernadores y alcaldes, lo que avanza otro poco en el propósito de conquistar el disenso pacífico y desterrar de una vez las guarimbas y, en general, la violencia con que los sectores duros han querido una y otra vez desestabilizar el país, al precio de decenas de víctimas fatales.
A la par de los logros en materia electoral debe ubicarse la capacidad del Gobierno y el pueblo venezolanos para levantar la economía golpeada por las medidas coercitivas unilaterales de Washington, pasando por la recuperación de la industria petrolera, y con la relativa ventaja que ha significado la cooperación de países como Irán y, además, la necesidad que tiene la producción hidrocarburífera estadounidense del crudo pesado que alberga el subsuelo de Venezuela, contentivo de las mayores reservas del mundo.
Ahora mismo, la licencia recibida nuevamente por la firma estadounidense Chevron para seguir operando con el petróleo venezolano, da marcha atrás a la medida restrictiva que había decretado Donald Trump, y demuestra no solo aquella necesidad, sino la capacidad de negociación de un gobierno asediado que, al mismo tiempo, es reconocido y relegitimado por Washington.
El voto mayoritario del domingo puede que no sea solo ideología: hay resultados.
De forma paralela, el justo regreso a su patria de los más de 200 inmigrantes venezolanos apresados en EE. UU. por la administración republicana y deportados y confinados en la terrible cárcel salvadoreña conocida por sus siglas Cecot, constituyeron otra evidencia de la autoridad de Caracas y su humanismo,y abonó el sabor dulce de la nueva victoria en las urnas.
Como contrapartida, el Gobierno venezolano devolvió a su país a una decena de ciudadanos estadounidenses apresados cuando pretendían atentar contra la seguridad nacional. No podía dar Miraflores evidencia mejor de capacidad de diálogo y fuerza.
Pese a esas negociaciones bajo cuerda que han seguido empoderando al ejecutivo venezolano y con el discurso agresivo de Trump, algunos personajes del establishment republicano como el jefe del Departamento de Estado, Marco Rubio, ensanchan ahora el pecho para vociferar que el gobierno de Maduro «es ilegítimo», y le acusan de liderar una organización narcoterrorista.
Entonces… ¿cómo queda su administración?