Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

De estrellas bajitas y otros milagros

Autor:

Osviel Castro Medel

HAY relatos que nos pasan por el lado como soplos del estío y seguimos caminando sin voltear la cabeza. Hay historias preciosas que, en el torbellino del día a día, se nos van como arena entre los dedos sin darnos cuenta de que deberían formar parte de nuestra memoria colectiva.

Ahora mismo estoy revisando, por ejemplo, en rápida retrospectiva, la semblanza de Mateo Benítez Verdecia, aquel muchacho de 11 años que bajó de las lomas de Santo Domingo con una modesta ropita y su mochila invisible llena de sueños hasta la Ciudad Escolar que comenzaba a construirse en El Caney de Las Mercedes. Fue allí —hecho extraordinario— donde lo inscribieron y donde lloró a raudales cuando supo que el ciclón Flora (1963) se había llevado a sus padres.

Aun con esa noticia tremenda tuvo la capacidad de ir subiendo los diferentes peldaños de enseñanza hasta convertirse en instructor de Educación Física, más tarde en jefe de cátedra de esa asignatura, después en subdirector docente, hasta terminar como director de una de las instituciones que ahora conforman esa gran escuela.

También me detengo en la hermosa novela de Luis Ángel Fonseca (Piro), un niño que inspiró la serie Cuando bajen las estrellas. En su lugar de residencia, en las entrañas de la Sierra Maestra, nunca había visto la luz eléctrica y la primera noche en la Ciudad Escolar, al mirar los bombillos, llegó a gritar maravillado: «¡Qué bajitas están las estrellas!».

Como si fuera poco, horas después, quiso guardar como reliquia el diamante frío que se había encontrado (un trozo de hielo) y al poco rato, debajo de su almohada, lo vio hecho agua.

Andando el tiempo, en esa escuela, pasaría cerca de Fidel, el Che, Celia, Manuel Hernández Osorio, «Piti» Fajardo y el escritor Herminio Almendros. Pero tal vez lo más estremecedor sobrevino cuando Piro se graduó de maestro y, con su pedagogía singular, escaló la pirámide de cargos hasta convertirse en director general de toda la institución.

Estos son apenas dos casos sobresalientes. Mas los cálculos conservadores indican que en 60 años, cumplidos oficialmente hace unos días —el pasado 26 de julio—, se han graduado cerca de 80 000 cubanos en diferentes enseñanzas en esta fábrica espiritual que es la Ciudad Escolar Camilo
Cienfuegos, la primera gran obra educacional construida después de 1959.

Muchos de esos egresados llevan consigo historias vinculadas con astros: los que editaron el periódico Camilos bajo la dirección del capitán rebelde Sidroc Ramos; los que recibieron lecciones del pintor chileno Hugo Jaramillo; los que vieron correr al legendario maratonista checo Emil Zátopek; los que jugaron
ajedrez contra el Gran Maestro Eleazar Jiménez; los que conocieron el rostro de Tania la Guerrillera.

En esa singular urbe, en las faldas de la Sierra, bordaron historias alumnos que cursaron desde el círculo infantil hasta la mismísima universidad. Allí crecieron el artista de la plástica Nelson Domínguez, el escritor Abel Guerrero, el periodista Martín Corona, el médico Céspedes Argote y muchísimos más, casi todos hijos de campesinos.

Hace 20 años alguien con prestigio y larga obra me dijo que, acaso, algún día, la Ciudad Escolar —sede del
primer trabajo voluntario masivo en Cuba convocado por el Che, escenario de la celebración del 26 de julio de 1960, obra colosal inaugurada por Fidel— podía declararse Monumento Nacional.

Pensé entonces, como ahora, que no sería tan difícil armar un expediente repleto de argumentos y que esa placa significaría un sencillo homenaje a los que ya no están, pero también a los que sobreviven, no siempre recordados. No obstante, si tal declaratoria no llegara, lo verdaderamente urgente es rescatar historias como las esbozadas en estas líneas con todos sus significados y lecciones. Que no se nos vuelvan hielos, sino estrellas hablantes. Que nos alerten sobre torceduras, pifias y desgastes generados por el azote del tiempo; que nos ayuden a no perder conquistas ganadas con sacrificios y rebeldías.

 

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