Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Hombre de verdeolivo

Autor:

Dorelys Canivell Canal

En agosto nació un gigante. No hubo luego fecha en el calendario que pudiera arrancarlo, muchos años después, de la vida ni de la muerte, porque los hombres fallecen, pero ya sabemos que las ideas no.

No pudieron acallarse sus palabras que volaron con el viento y se tradujeron en acciones, en creencias, en principios, en faro para los países del Tercer Mundo; tampoco sus valores, ni su forma siempre clara de decir las cosas, de hablar con transparencia para que todo el mundo entendiera y opinara, porque en esta Revolución suya y que hizo para todos, desde el obrero, el carbonero, hasta el intelectual, podía conversar por horas con Fidel.

Vino a la vida un 13 de agosto para no irse jamás y creció entre libros, enamorando a su paso; incluso, aquellos que se declararon sus enemigos debieron tener el decoro de reconocer su valía, su estirpe.

Fue Fidel un hombre de su tiempo y a la vez de todos; imposible encasillarlo en una época, en un contexto, porque en cada uno supo lo que debía hacer, aunque errara y lo reconociera y emprendiera después una contienda para enmendarlo.

No son pocos los que lo sienten vivo todavía, porque el armón que llevó sus restos hasta Santa Ifigenia se encargó de dejarlo a su vez en cada pedazo de Cuba.

Agosto nos recuerda que sigue naciendo, como hacen los grandes, para no morirse nunca, para estar cuando más este pueblo lo necesita.

En sus sueños de justicia van las escuelas rurales, los médicos de la familia, los campesinos dueños de su tierra, campañas de alfabetización y de vacunación masivas. 

Y quizá más que nunca haya que volver a su pensamiento para no flaquear ante lo mal hecho, para trazar políticas que miren al obrero, al médico, al maestro, a la empresa estatal socialista, para cerrar brechas visibles en extremos distantes de la sociedad.

En su ideología va una Isla independiente, va la irreverencia a quien pretende dominar, la intransigencia ante el que aspira enriquecerse sobre el bolsillo ajeno, va la tolerancia cero a quien quiera llenar de vicios a esta Isla, que es el hogar de muchos dentro y fuera de ella.

Fidel construyó puentes de solidaridad y denunció con su palabra audaz a todo el que, en lugar de apostar por el desarrollo de las naciones y la paz, pedía sangre, colonización y guerra.

Fidel construyó siempre y no lo hizo solo. Edificó con las manos y las ideas de millones de cubanos que apostaron por su perspectiva de futuro. 

No todo fue perfecto, no hay perfección alguna en la obra humana, pero su sentido de libertad es acaso el más completo de todos, el que coloca al ser humano en el centro de la Patria, porque su cercanía con el Apóstol lo llevó a tener como bandera aquel principio martiano que pide que la ley primera de la República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.

En agosto nació otra vez un gigante porque Cuba lo necesita y lo hizo como hacen los grandes: con las botas puestas, la humildad de la mano, el decoro en los hombros y su traje de verdeolivo.

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