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Cintio Vitier: salir de sí

Su escritura, páginas ejemplares por la reciedumbre, la riqueza conceptual y la espiritualidad que siempre caracterizaron a esta figura esencial de la cultura cubana, nos llega con una extraordinaria fuerza y una conmovedora lucidez

Autor:

Enrique Saínz

Muy joven, hacia 1937, Cintio Vitier (1921-2009) había comenzado a escribir sus primeros poemas de rigor, muchos de los cuales aparecerían al año siguiente en su libro Luz ya sueño, con autógrafo de Juan Ramón Jiménez. En esas páginas juveniles está ya el poeta seguro, de palabra entera, en búsqueda que nunca cesaría hasta el último aliento.

En 1941 publicó un ensayo magnífico acerca de Eduardo Mallea en el que nos dice que es necesario encontrar sentido, problemática central de su pensamiento a lo largo de toda su vida. Había iniciado así una obra intensa, vigorosa, dilatada, reunida en numerosos poemarios que fueron agrupados en tres tomos [Vísperas. 1938-1953 (1953), Testimonios. 1953-1968 (1968) y Nupcias. 1987-1993 (1993), a los que se suman La fecha al pie (1981), Viaje a Nicaragua (1987), Cuaderno así (2000), Epifanías (2004)], en varios volúmenes de prosa reflexiva [Lo cubano en la poesía (1958), Poética (1945-1958) (1961), Temas martianos (1969, con Fina García Marruz), Crítica sucesiva (1971), Ese sol del mundo moral. Para una historia de la eticidad cubana (1975), Temas martianos (1982), Crítica cubana (1988), Resistencia y libertad (1999), Vida y obra del Apóstol José Martí (2010), et al.] y en una novela-testimonio [De Peña Pobre (1977)].

Durante siete décadas fue integrando un cuerpo de obra con inquietudes y búsquedas, certidumbres e iluminaciones del más alto linaje, y al mismo tiempo nos entregó su amistad y magisterio en sustanciosos diálogos y penetrantes conferencias.

Su escritura, páginas ejemplares por la reciedumbre, la riqueza conceptual y la espiritualidad que siempre caracterizaron a esta figura esencial de la cultura cubana, nos llega con una extraordinaria fuerza y una conmovedora lucidez. Los premios que recibió a lo largo de su vida honraron su obra, pero esta también honraba esos galardones, pues cada uno de ellos vino a demostrar la justeza de la decisión.

Cuando entramos en sus textos percibimos de inmediato la copiosa experiencia de un escritor que ha dialogado en profundidad con la naturaleza de la realidad y llegó a integrar una visión propia de la cultura en su más alta dimensión. Después de años de continuo batallar con sus angustias y desasosiegos, en soledad con la palabra, vio con absoluta precisión que era necesario volverse hacia los otros y salir de sí, ir en busca del prójimo. Con esa certidumbre se abre su segunda etapa creadora y se ahonda su acercamiento a las grandes figuras de la cultura cubana, en primer lugar Martí, nuestro maestro mayor.

A todo lo largo de su quehacer con la poesía y con las ideas nos dejó la riquísima herencia de sus libros, siempre lecciones de las que no podemos prescindir si queremos conocernos y alcanzar, como dice el verso de Lezama, nuestra «definición mejor».

Su obra se inscribe con orgullo en la espléndida tradición cubana que tiene como nombres cimeros, entre otros, a José Agustín Caballero, Félix Varela, José Antonio Saco, José María Heredia, Gertrudis Gómez de Avellaneda, José Jacinto Milanés, Plácido, Julián del Casal, José Martí, José Manuel Poveda, Regino Boti, Rubén Martínez Villena, Enrique José Varona, Manuel Sanguily, Jorge Mañach, José Lezama Lima y Eliseo Diego. Su magisterio estará siempre ahí para enriquecernos y para ayudarnos a comprender quiénes somos y de dónde venimos, por qué senderos han transitado nuestros predecesores y qué invaluables enseñanzas nos legaron.

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