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Las señales del canario

A pesar de los beneficios de las vacunas para evitar males como el sarampión, resulta insólito ver cómo en el mundo hay quienes deciden no vacunar a sus hijos

Autor:

Julio César Hernández Perera

Algo raro está pasando en el mundo cuando alcanzamos a ver cómo ciertas enfermedades prevenibles con vacunas no han podido ser desterradas de la humanidad. Algunas de estas llegan a emerger en ofensiva de guerra, con un hálito lúgubre.

El sarampión se podría tomar como ejemplo. Se especula que esta enfermedad ancestral y extremadamente contagiosa llegó al hombre por una adaptación del virus del moquillo canino o de la peste bovina.

Antes del descubrimiento de una vacuna contra este virus, en 1963, casi toda la población mundial estaba afectada por la infección, que ocasionaba millones de muertes anuales. A partir de aquel año muchos vislumbraron un cambio decisivo en el adverso panorama.

En Estados Unidos, por ejemplo, se declaró en el 2000 la eliminación del sarampión gracias a la vacunación. Pero poco duraría esa conquista: para desconcierto de muchos, diez años más tarde empezaron a registrarse nuevos brotes de la afección.

En este hecho mucho tiene que ver un movimiento de ideas en contra de las vacunas, capaz de propagarse peligrosamente. Es alarmante ver cómo en aquel, y en otros países, se acrecienta el número de padres negados a vacunar a sus hijos.

Los antivacunas

La existencia de personas opuestas a la vacunación data del mismo momento en que se descubrió por primera vez el método preventivo. Prejuicios como estos alcanzan en la contemporaneidad un marcado impulso a partir de un gran embuste.

En 1998, el médico británico Andrew Wakefield declaró la existencia de una relación entre el autismo y la vacuna contra la papera, la rubéola y el sarampión, también conocida como PRS. Publicada inicialmente en la revista médica The Lancet, los medios informativos se apropiaron de esta historia y engendraron miedo y confusión en las personas.

Dos años más tarde la citada revista retiró ese artículo tras descubrirse que el doctor Wakefield había falseado datos y recibido pagos indecorosos por la búsqueda de pruebas que apoyaran un litigio llevado por padres de familia, quienes en busca de indemnizaciones millonarias manifestaban que la vacuna había perjudicado a sus hijos. Los cargos levantados contra el actuar antiético de este galeno llevaron a que fuera inhabilitado para ejercer su profesión en el Reino Unido y su nombre fue retirado del registro de médicos.

A partir de esta farsa aparecieron coyunturas para que en algunas partes del orbe los exiguos movimientos antivacunas se soltaran y tomaran auge; se empezó a advertir un gran retroceso cuando reaparecieron casos de sarampión, paperas, tos ferina y difteria, males que casi habían sido confinados al olvido en muchos de estos lugares.

También puede ser catalogado como desacertado el juego hecho por ciertos espacios políticos a este movimiento. El actual presidente norteamericano Donald Trump ha coqueteado con los «antivacunas»: durante su cruzada electoral se reunió con Andrew Wakefield —quien ahora vive en alguna parte del país norteño—, y así dio otro espaldarazo al oscurantismo.

Se han realizado numerosos estudios científicos para evaluar la seguridad de la vacuna PRS: ninguno ha encontrado una relación con el desarrollo del autismo.

Son bien sabidas las secuelas individuales y colectivas por no vacunar: un niño, en particular, queda en situación de susceptibilidad; y las poblaciones, como colectivos, quedan muy débiles ante males prevenibles.

Un ejemplo

En 2017 se cumplen 55 años de haberse implantado en Cuba el Programa nacional de inmunización, que en la actualidad protege a la población cubana contra más de diez enfermedades. Según publicaciones médicas cubanas, antes de 1962 morían anualmente por enfermedades prevenibles cerca de 500 niños. Entre las causas estaba el sarampión.

La vacunación contra este mal se inició en 1971, y ya para 1989 la cobertura de inmunización era del 95 por ciento. Estas campañas llevaron a que en 1993 se declarara a nuestro país libre de sarampión, hito que hemos defendido hasta la fecha y que nos ha convertido en uno de los primeros países del mundo en lograr esa meta.

Para los expertos en salud pública, la ausencia de sarampión es una de las señales clave que habla de la fortaleza de un sistema sanitario. Como sucede con el canario dentro de las minas de carbón, capaz de avisar con su muerte del peligro ante una corriente de gas venenoso, los actuales brotes son visibles advertencias de problemas mayores, como los promovidos por corrientes antivacunas, heraldos del oscurantismo que jamás conseguirán confundir a las madres y padres de nuestra Isla.

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