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¿La era Soyuz?

Tras el retiro de los transbordadores espaciales las antiguas naves rusas Soyuz asumirán durante algunos años los viajes del hombre fuera de los confines de la Tierra

Autor:

Amaury E. del Valle

Son estrechas, incómodas, pueden llevar poca carga, se va apretado y al aterrizar precisan de un paracaídas gigante y hay que aguantar algún que otro traqueteo. Pero son seguras, fiables y mucho menos costosas.

Así describen los astronautas a las antiguas naves Soyuz, un ingenio espacial nacido en la época de la Unión Soviética y que se ha mantenido funcionando hasta nuestros días, al punto de que tras el retiro del transbordador Atlantis, el último vehículo espacial norteamericano que quedaba en funcionamiento, las naves rusas asumirán el liderazgo del espacio.

A estas corresponde mantener en funcionamiento, avituallada y con presencia humana, a la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés), esa especie de colonia sideral tecnológica que orbita alrededor de la Tierra.

No por gusto en un comunicado de la Agencia Espacial Rusa, Roskosmos, que coincidió con la jubilación del «Shuttle» norteamericano, como se le dice también a los transbordadores, se afirma que «empieza la era Soyuz de los vuelos tripulados al espacio, la era de la fiabilidad».

Al espacio en botella

El pesimismo invade los pasillos de la Agencia Aeroespacial de Estados Unidos, NASA, desde que se conoció la decisión del presidente Barack Obama de suspender el programa de los transbordadores espaciales, por costoso, económicamente y también en vidas humanas.

Tras el aterrizaje del Atlantis, afirman los expertos, la NASA se enfrenta por primera vez en sus 53 años de historia al «vacío» espacial, sin un vehículo propio y dependiendo exclusivamente de su viejo rival de la Guerra Fría, al que pagará una media de 63 millones de dólares por cada astronauta que ponga en órbita.

La tristeza fue evidente en las palabras del actual administrador de la NASA y ex piloto del transbordador espacial, Charles Bolden: «Hemos pasado la página de una era memorable y empezamos el siguiente capítulo en la extraordinaria historia de las exploraciones de nuestra nación».

Bolden intentó levantar los ánimos al afirmar que «reiteramos nuestro compromiso para seguir adelante con la misiones espaciales tripuladas, y dar los pasos necesarios y difíciles para asegurar el liderazgo americano en los años venideros».

Pero las críticas han sido muy ácidas con respecto a la suspensión de los transbordadores.

Quizá uno de los más agresivos fue el gobernador de Texas, el republicano Rick Perry, quien aseguró irónicamente que la decisión de Obama ha dejado a los cosmonautas estadounidenses sin otra alternativa que viajar «a dedo» al espacio.

Otros hombres siderales como Neil Armstrong o James Lowell, han acusado a Bolden y a Obama de jugar a la «ruleta rusa», no solo por la dependencia de la Soyuz, sino por su confianza prematura en el sector privado, que aún tardará varios años en tener a punto la tecnología para mandar naves tripuladas al espacio.

Muertos en el cielo

Aun así, la decisión de llevar a los museos a los tres transbordadores que quedan de los cinco que fueron construidos, parece inevitable ante el fiasco económico de un Estados Unidos precisado de recortar gastos por todos lados.

Si bien es verdad que durante tres décadas estas naves garantizaron la transportación de carga, sin la cual no hubiera sido posible la construcción del laboratorio orbital y varios grandes avances científicos, tales como los descubrimientos hechos por el telescopio espacial Hubble, también lo es que cada vuelo cuesta como media unos 450 millones de dólares.

Para realizar 22 vuelos de los Space Shuttle desde mediados de 2005 hasta 2010, por ejemplo, se asignaron al presupuesto de la agencia espacial estadounidense unos 1 300 millones de dólares, según reporte de la agencia de noticias EFE.

Un reportaje de la misma fuente indica que el orbitador puede transportar entre 20 y 25 toneladas y de seis a ocho astronautas a ese costo, mientras que la Soyuz, que apenas lleva a tres personas y mucha menos carga, en cambio puede costar por vuelo muchísimo menos, ya que las cápsulas son reutilizables.

El millonario programa de transbordadores fue desarrollado por la compañía North American Rockwell, por encargo de la NASA, y entre 1975 y 1991 se construyeron seis vehículos espaciales, uno de estos la Enterprise, utilizada solo para entrenamientos.

El Columbia, construido en 1979, fue el primero en entrar en funcionamiento, pero sufrió una catástrofe fatal en la etapa final de su vuelo número 28 el 1ro. de febrero de 2003, cuando la falta de un aislante térmico, perdido en el despegue, hizo que se desintegrara sobre Texas cuando venía de vuelta, muriendo siete astronautas.

El segundo transbordador, el Challenger, inició sus vuelos en 1982, pero estalló pocos segundos después de su décimo despegue el 28 de enero de 1986, muriendo sus siete tripulantes.

En total, ambos siniestros significaron la pérdida de 14 astronautas y un golpe demoledor para el programa, a pesar de que las naves restantes siguieron yendo y viniendo del espacio, como el Discovery, que realizó exitosamente 39 vuelos entre 1982 y 2011; el Atlantis, que desde 1985 tuvo 35 misiones; o el Endeavour, construido para reemplazar al Challenger, que desde 1991 voló al espacio 25 veces.

En cambio, las primeras Soyuz, junto con sus respectivos cohetes, fueron fabricadas en la Unión Soviética en la década de los 70, pero se fueron modernizando con el tiempo. A diferencia de las naves norteamericanas, las cápsulas necesitan poco mantenimiento, son muy seguras y se pueden colocar en un cohete portador para reutilizarse. Además, el cohete Soyuz o R-7 es considerado por los expertos como el más exitoso de la historia de la astronáutica, con un índice de confiabilidad desde su creación del 97,5 por ciento en más de 1 700 lanzamientos.

En las Soyuz solo uno ha muerto, cuando el 24 de abril de 1967 la Soyuz 1, tripulada por Vladímir Komarov, se estrelló contra el suelo a su regreso debido a un fallo del paracaídas.

Al compás de las balalaikas

Para poner a cada astronauta en el espacio la NASA deberá pagarle a su homóloga rusa al menos hasta el 2016, según los cálculos más optimistas, pues es muy difícil que antes de esa fecha encuentren un sustituto que reemplace a los museables «Shuttles».

La ironía es que no será directamente la NASA la encargada de volver a poner los pies en el cosmos, pues la «iniciativa Obama» ha apostado por la privatización de los vuelos siderales como punta clave para el futuro.

Actualmente, según un reporte de AP, la NASA tiene dos contratos —de 1 900 millones de dólares con Orbital Sciences y de 1 600 millones con Space X— para enviar inicialmente 20 vuelos de carga a la Estación Espacial Internacional hasta 2015. Aunque existen muchas dudas sobre si ello será viable o no.

Space X, la empresa más avanzada en el proyecto, ya en diciembre puso en órbita su cápsula Dragón, impulsada por su propio cohete, el Falcon 9, pero alega que todavía necesita tiempo antes de montar a un ser humano en esta con seguridad.

Orbital Sciences, por su parte, ha hecho pruebas con la nave Cygnus, pero todavía no está lista para mandarla más allá de los confines de la atmósfera.

Otras compañías, de Boeing a Lockheed Martin, también han presentado planes competitivos, e incluso la misma NASA, después de renunciar al programa Constelación, que pretendía volver a la Luna para 2020, está testeando una cápsula tripulada y un cohete para lanzamientos pesados.

Incluso en los cálculos más optimistas, las fechas más cercanas de tener una alternativa a las viejas pero eficientes Soyuz rondan el año 2015 o 2016.

Hasta entonces, el eje de las misiones espaciales se desplazará a la Siberia, y los cosmonautas se remontarán al cielo al compás de las balalaikas.

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