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UCI, escuela, laboratorio, taller

La Universidad de las Ciencias Informáticas, a diez años de creada, ha logrado demostrar que es posible, incluso en ese nivel, conjugar estudio y trabajo

Autor:

Amaury E. del Valle

Para muchos, era como una especie de sueño cuando la idea fue planteada públicamente por el Comandante en Jefe Fidel Castro más de diez años atrás. Convertir lo que había sido una inmensa base militar en una mayúscula universidad, donde se estudiara y produjera a la vez, parecía una quimera.

Poco a poco se fueron reacondicionando locales, se derribaron cercas y garitas, se transformaron locales en aulas; nacieron edificios, calles, teatros, hasta centros culturales… pero también productivos.

A su vez, junto a la fusión de ladrillos y cemento, comenzó a gestarse en la Universidad de las Ciencias Informáticas, o simplemente como se le conoce por sus siglas, la UCI, una nueva mentalidad de centro docente-productor, que involucrara a profesores y alumnos en el aprendizaje y a la vez en la creación de softwares.

Se trataba de formar a un estudiante-creador, que aprendiera y creara a la vez, y de hacer nacer un centro universitario que fuera en sí mismo una gigantesca fábrica de softwares.

Diez años después, como todo alumno que da tropiezos, que sale mejor en una asignatura que en otra, que es universitario porque logra una calificación de cinco, pero en ocasiones aprende de un tres y hasta de un dos, la UCI sigue empeñada en labrar un camino nuevo en la educación superior cubana, en el cual ya tiene algo que enseñar, pero a su vez aún le queda mucho por aprender.

No solo números

Su juventud puede resultar engañosa, porque aunque prefiere guardarse para sí la edad, la vicerrectora de Producción de la UCI, Ailyn Febles Estrada, con un doctorado en Ciencias y 312 proyectos productivos que atender, ha debido aprender muy rápido cómo aprovechar cada minuto de su tiempo para atender las múltiples obligaciones que tiene, sin descuidar tampoco su hogar.

No se trata solo de números, pues si fuera así, llevar estadísticas, con la ayuda de tantas computadoras y programas, sería mucho más fácil.

Pero entre los más de tres centenares de proyectos que hoy se desarrollan en la UCI, explica la vicerrectora, 103 son con destino a la exportación, a partir de unos 70 contratos, lo cual, además de responsabilidad, significa un flujo de ingresos frescos a la educación superior y por ende a la misma universidad.

Tampoco son para desdeñar los 99 proyectos de alcance nacional, o los 31 de informatización de ese centro de altos estudios, e incluso los 79 que sustentan, con investigaciones y desarrollo de tecnologías novedosas, los restantes empeños que se ejecutan.

Detrás de estos, porque ya dijimos que no es cuestión de números, están los 14 centros de desarrollo especializados con que cuenta la UCI, y dos más generales que los auxilian, pero a su vez más de 5 000 alumnos y unos 1 008 profesores, de ellos 579 especialistas de alto nivel.

Los proyectos de gestión para el proceso electoral cubano, los de automatización y control en la producción de níquel, el Sistema de Identificación Nacional, los de imagenología médica, la colaboración con el centro de Inmunología Molecular, la automatización de la banca, los portales de la prensa, para el turismo… muchas y diversas son las aristas en las que se trabaja en la UCI.

Son ámbitos muy diversos de creación, donde los alumnos y profesores de las siete facultades del centro se mueven lo mismo por la medicina, la economía, la seguridad interior, procesos industriales, el diseño gráfico, el mapeo geoespacial o la informática pura, entre muchos otros campos de aplicación de las nuevas tecnologías.

No por gusto muchos de sus proyectos, u otros que han nacido por solicitudes específicas, han interesado a empresas, instituciones y hasta gobiernos de varios países.

Juego de roles

Cuando uno escucha por primera vez que un estudiante en la UCI en primer y segundo año es un «probador» o «soporte», y que solo a partir de tercero es que se convierte en «profesional», ya sea como analista, desarrollador, diseñador o administrador de base de datos, lo primero que piensa es en una especie de broma universitaria que se les está aplicando a los bisoños que recién comienzan su vida universitaria.

Pero es en este juego de roles donde radica uno de los secretos que explica el porqué la Universidad de las Ciencias Informáticas ha logrado articular estudio y producción en el complejo mundo de la creación de softwares.

Según el diseño curricular ideado, además de las asignaturas propias de la carrera, los muchachos y muchachas de los dos primeros cursos sirven como una especie de «testadores» de lo que producen los de años superiores, lo que además de irlos entrenando les permite familiarizarse y hasta decantarse por los proyectos de su interés.

Por ello cuando comienzan su tercer curso la mayoría no solo están insertados de lleno en una investigación o desarrollo, sino que tienen una función ya concreta dentro de este complejo ajedrez de códigos y bytes.

Y es que no se trata solo de producir y estudiar, sino que el juego de roles está en consonancia con la propia filosofía que rige en la UCI desde su creación.

«Nuestros graduados en Ingeniería Informática no solo tienen que estar preparados para actuar como investigadores, como científicos, sino que deben ser capaces de diseñar, ejecutar y dirigir por sí solos un proyecto de informatización, no solo donde no se haya hecho nada al respecto, sino incluso allí donde está la tecnología, pero no se aprovechan todas sus potencialidades», explica Ailyn Febles.

«Cuba presenta escenarios tan complejos, y nuestros egresados van a lugares tan disímiles, que deben actuar como ingenieros, como informáticos, sin por ello dejar de ser a su vez científicos, transformadores», afirma.

Más que un grano de arena

Aunque como parte de los cambios que vive el país, la Universidad de las Ciencias Informáticas no ha dejado de tener los suyos, el objetivo de ser un centro de estudios y de producción sigue siendo una de sus metas fundamentales.

La matrícula se ha reestructurado y se accede a través de las pruebas de ingreso, sin que sean necesarios otros requisitos, como mismo sucede en las carreras similares que se estudian en otros centros de altos estudios del país.

No obstante, la disminución de alumnos ha hecho que se optimicen los planes, en función de seguir asumiendo y cumpliendo los importantes retos que le han sido asignados a la UCI.

Todavía falta, quizá, que algunos de los logros de sus proyectos sean más palpables en la cotidianidad del cubano, pero calladamente la UCI está poniendo mucho más que un grano de arena en la informatización de la sociedad cubana.

A su vez, si sigue demostrando que puede ser una universidad provechosa no solo por el encargo social de formar egresados de altos conocimientos, sino por el de producir por sí misma y por ende obtener ingresos que la autosustenten, probablemente también contribuya a ese necesario cambio de mentalidad que debe extenderse en la educación superior.

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