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¿Durofrío o melcocha?

Cualquier ser humano puede hartarse de una pareja que no le acaricia jamás, ni se preocupa por sus intereses, pero también de aquella que vive como un chicle y no respeta el espacio personal

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

El ser humano puede soportar
una semana de sed, dos semanas
de hambre, muchos años sin
techo, pero no puede soportar la
soledad.
Paulo Coelho

Cuando se trata de pareja, ¿qué prefieres: alguien frío y discreto o una persona que adore hacerte mimos sin pretextos especiales?

No hay respuesta única, ni una más acertada que la otra. La interrogante solo sirve para reflexionar sobre experiencias pasadas, lo cual puede ayudar a elegir compañía en función de lo que nos hace más felices, según nuestra historia personal.

En el foro de Sexo sentido el tema ocupó varios meses de discusión y aún aparecen comentarios al respecto. Tanto las parejas frías como las «melcocha» recibieron argumentos a favor, pero no puede hablarse de una tendencia predominante o calificada como «superior» por la mayoría de los participantes.

Lo que sí quedó claro es que nadie se muestra indiferente. Eso de que hoy prefiero el frío estilo inglés y mañana me inclino por un ritmo caribeño es bastante escaso. Y tiene lógica, porque al elegir pesa mucho la conducta propia, nuestra peculiar manera de mostrar interés: nada enturbia más un romance que esa sensación de no ser valorados ni compensados en lo que hacemos por la otra persona.

Ni muy muy…

En nuestro foro se opinó en contra de ambos estilos cuando son llevados al extremo, tanto por hombres como por mujeres. Cualquier ser humano puede hartarse de una pareja que no le acaricia jamás, ni se preocupa por sus intereses, pero también de aquella que vive como un chicle y no respeta el espacio personal.

Ambos casos demuestran poca inteligencia emocional, lo que se traduce en inmadurez a la hora de manejar afectos. Tampoco es muy maduro esperar que la gente nos ame con la misma intensidad con que lo hacemos, o que nos lo demuestre siempre del mismo modo.

Lo importante —resumían foristas de varias provincias— es percibir amor, aunque eso implique sintonizar con la manera única de expresarlo de esa otra persona. No se puede vivir esperando algo más, porque otras parejas lo tengan.

Claro que si eliges tu compañía en función de intereses ajenos al gusto erótico, es muy probable que el desacople físico y emocional se patentice en cada encuentro. En ese caso, la desventaja mayor es para quien busca beneficios extras, pues deberá ceder en cada faceta de la relación al gusto de la parte empoderada.

Bajo la cáscara

Un error frecuente es sacar cuentas sobre el desempeño sexual de un individuo a partir de su manera de expresar cariño en espacios públicos. «Empegotamiento» no es sinónimo de creatividad erótica, tanto como introspección frecuente no significa desamor o falta de chispa.

Hay mucho de adquisición cultural en la conducta emocional de nuestra especie. Nadie da lo que no tiene, y quien no es cariñoso o detallista con la gente que ama puede ser porque en su infancia no recibió tales muestras, aun cuando su familia lo quisiera mucho. Un amor parental parco en caricias corporales no siempre adolece de otros elementos esenciales: confianza, lealtad, buenos ejemplos…

Hasta hace pocos años se consideraba de mal gusto que las parejas se besaran o acariciaran delante de su prole. Varias generaciones crecieron creyendo que el amor carnal no existía entre mamá y papá, por no hablar de otras manifestaciones repudiadas socialmente como la ternura homoerótica, los mimos con madrastras o padrastros, el coqueteo en la tercera edad…

Por otro lado, quien recibió muchos arrumacos pero poca disciplina, y no aprendió el valor de la constancia y la retroalimentación en las relaciones humanas, difícilmente se convierta en amante hábil, aunque se pase el día manoseando a la pareja de turno.

La adolescencia es el momento de mayor contraste entre exhibicionistas del cariño y «espantacaricias» habituales. Con el tiempo se llega a tener mejor sentido del momento: las «melcochas» aprenden a comportarse en público para no avergonzar a su pareja, y el individuo más desapegado gana confianza y desborda sensualidad en el instante oportuno.

Un cambio radical es más difícil en la adultez. La gente aprende a ser flexible y trata de ser consecuente con las necesidades del ser amado, pero la esencia de su personalidad se mantiene estable mientras exista un equilibrio psicológico y emocional.

Si alguien te enamora con la idea de frenar tus besuqueos o desatar un entusiasmo inexistente en ti, es esa persona quien se autoengaña. No tienes que disculparte ni forzar tus modales, siempre que te sientas a gusto con tu proyección y esta no responda a prejuicios ajenos.

Si con el tiempo no se acoplan los impulsos y uno de los dos sufre demasiado por la manera de amar del otro, es mejor dejarle ir en buenos términos y buscar pareja nueva. Nadie debe condenarse a soltería por su tendencia a mostrar mucho o muy poco sus afectos. Lo que necesita es paciencia y mejorar su puntería, pues, como dicen las abuelas, siempre habrá un roto para un descosido.

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