Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La muerte misma…

Ileana no solo perdió la carrera universitaria, su casa, la familia y sus amigos. Salvó a muchos desde su sufrimiento, pero ella no pudo salir de las adicciones

Autor:

Francisco Arias Fernández

Desde la segunda mitad del siglo XX, el intelecto humano puso a disposición de la medicina el Clorhidrato de Ketamina, introducido en la clínica hospitalaria en 1970 como anestésico general disociativo, que continúa teniendo uso en intervenciones quirúrgicas de niños y ancianos, así como en otros tratamientos específicos y en la veterinaria.

Su empleo en la Medicina resulta totalmente seguro y requiere de altos niveles de especialización por parte de los profesionales que lo administran al ser humano, de acuerdo con las necesidades de aplicación. Sin embargo, su uso fuera del hospital puede resultar letal, porque es imposible controlar las dosis que el organismo es capaz de resistir. Además, como la mayoría de los fármacos, esta sustancia tiene contraindicaciones, pues no es compatible principalmente con personas con problemas hepáticos, psiquiátricos, de hipertensión, de tiroides y oftalmológicos.

El uso indebido e irresponsable de la Ketamina puede provocar profundos problemas físicos y mentales, incluidos el delirio, brotes psicóticos, ataques de pánico, ansiedad, amnesia, alteración del sueño, taquicardia, afectaciones digestivas, deterioro de las funciones motoras y problemas respiratorios potencialmente mortales.

La «euforia» que provoca se denomina «Hoyo K», y la bibliografía especializada la describe como alucinaciones profundas que incluyen distorsión visual y pérdida de la percepción del tiempo, la sensibilidad y la identidad.

Según los expertos, está entre las sustancias más peligrosas entre las consumidas irresponsablemente en lugares de diversión, por sus efectos destructivos y la fuerte dependencia psicológica que genera en los consumidores. Sus efectos son aún peores cuando es transformada o procesada fuera de la industria farmacéutica, por traficantes y especuladores, que la alteran e incrementan sus efectos tóxicos.

La cascada hacia el «Hhoyo k»

Para la psicóloga María Esther Ortiz, uno de los casos más tristes en su larga carrera tratando de salvar pacientes por adicciones, fue el de una joven que se le acercó un día al finalizar una conferencia denominada: Drogas: ¿placer o dolor?, con la propuesta de intercambiar criterios sobre la exposición que acababa de escuchar.

Relata que Ileana —era su nombre— apenas pudo sobrepasar el primer año de una licenciatura en Letras. Su carrera universitaria, los proyectos futuros y su inteligencia se estrellaron contra su adicción a medicamentos, que se autoadministraba con el supuesto del «experimento». En el primer encuentro con la psicóloga defendió mitos, «tesis» e historias a las que se aferró como ciertas y absolutas.

Estaba consciente del peligro, lo visualizaba en otras personas, pero subestimaba los riesgos y el deterioro de su propio organismo.

Su belleza se esfumaba por mínima que fuera la dosis. Su mente y su cuerpo se alejaban cada vez más de la Ileana que asistía a las aulas universitarias, a conferencias culturales y fiestas, ávida de conocimientos y distracción. Más de una vez falló ante sus compañeros de consulta, a quienes prometió en muchas ocasiones que dejaría de consumir y que se «graduaría» victoriosa para salir de aquella pesadilla.

Ayudó a otros que llevó a la consulta y lograron salvarse. Ella no pudo. Estaba ya demasiado atrapada y dañada física y mentalmente cuando buscó ayuda profesional.

También tuvo problemas en su casa. Primero discutía mucho y luego, de forma inconsulta y a precios irrisorios, vendió de todo para comprar drogas. El juego de sala de maderas preciosas lo cambió por tres o cuatro dosis. Agredió físicamente a la madre en múltiples ocasiones, hasta que finalmente quedó sola en un cuarto y perdió todas sus pertenencias.

La psicóloga y otra amiga fueron sus últimas compañías. Batallaron con ella hasta el final, pero su dependencia era sumamente severa y su organismo ya no resistía. Ileana murió de un paro respiratorio provocado por consumo indebido de Ketamina.

Cuando buscaba en Internet referencias especializadas sobre esta terrible droga, encontré un macabro comercial de los tantos que proliferan en el ciberespacio, que afirma: «La administración de Ketamina puede dar lugar a que se experimenten experiencias cercanas a la muerte»… Y es la muerte misma.

En Cuba son escasos los pacientes por el abuso de esta sustancia. Sin embargo, quienes consumen psicofármacos de manera irresponsable pueden caer en sus garras cuando manos inescrupulosas sacan de control este medicamento y lo introducen entre las alternativas de quienes —en contra de toda lógica— inician la macabra práctica de ingerir indebidamente drogas concebidas para la vida, convertidas en enemigas de la especie humana.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.