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Tardíos y feos

 Amparo Pérez Borrego es estomatóloga y labora en el Hospital Pediátrico William Soler, en la capital. Ella es especialista de segundo grado y profesora auxiliar de la Facultad de Estomatología. Su desempeño profesional ha trascendido las propias limitaciones que le impuso la vida: ser impedida física. Tiene un acortamiento de cinco centímetros en la pierna derecha, y está obligada a calzar zapatos ortopédicos. He ahí el problema.

La lectora, quien reside en Carlos Núñez 12405, entre 11 y 12, reparto Aldabó, en el municipio capitalino de Boyeros, relata que a las personas con esos padecimientos les dan el derecho a adquirir un par de zapatos de ese tipo al año, y bastante que demora la confección de los mismos.

La afectada mandó a hacer los suyos el 28 de febrero de 2006 en la Unidad 4121689041, en Curazao 15, entre Luz y Acosta, municipio de Habana Vieja: corte bajo, de señora, tipo Bluch, modelo 516. Y los mismos no estuvieron listos hasta octubre pasado.

«Cuál no sería mi asombro, señala, cuando me hacen entrega de mis necesarios y urgentes zapatos, y veo que los mismos eran carmelitas con suelas amarillas, para completar el mal gusto de unos zapatos que ya de hecho son horribles».

Amparo habló con la administradora de la unidad y le explicó que, como si fuera poco la demora, el diseño era una falta de respeto, pues ella debe usarlos todo el tiempo. Y la responsable le respondió que ese era el material que tenían, pero le aseguró que en una semana le daría respuesta. Todavía estaba esperando la misma cuando me escribió, transcurrido más de un mes de la promesa.

En su carta, Amparo despliega un manojo de agudos cuestionamientos: «¿Quién realiza las compras del material? ¿Quién vela por la calidad del producto? ¿Cómo es posible que hagan algo así con personas que dependemos de este calzado y lo usamos en toda ocasión? ¿Cómo es posible que atropellen así la sensibilidad de los trabajadores con una vida social útil y activa? Quienes compran este material y quienes lo confeccionan, ¿usan este calzado?».

La segunda misiva la envía Amarilys Ruiz Marín, de Águila 114 entre Colón y Trocadero, en Centro Habana. Ella tiene una hija pequeña con la que frecuenta los parques infantiles de la capital. En tal sentido tiene fundamentos para manifestar sus inquietudes sobre ciertas indisciplinas en los mismos.

Cuenta la lectora que no pocas veces ha decidido retirarse con su hija del parque situado en el Boulevar de San Rafael e Industria, pues le indigna que algo que ha costado esfuerzos y recursos sea utilizado libérrimamente. Aunque reza un cartel que es para niños de 0 a 7 años, adolescentes irrespetuosos hacen de las suyas en los aparatos.

«Solo cuando está trabajando un guardaparque muy serio y responsable, dice, sé que esa tarde mi niña podrá montar tranquila sus aparatos».

Amarilys confiesa que peor es la situación en el Parque Zoológico de 26: se montan adultos en los aparatos y no hay guardaparques ni nadie que evite tal atropello. Y ella alerta que debe ponérsele coto «a todos los que inescrupulosamente no cuidan esos bienes, que son para el disfrute de nuestros niños».

La tercera misiva la envía Miguel Ángel Escalona Pupo, vecino de calle 19 número 1216, esquina a 20, en el municipio capitalino de Plaza de la Revolución.

El lector viajó recientemente de vacaciones a la ciudad de Holguín e hizo un hallazgo bastante curioso para él: se cobra el servicio de guardar bolsos a 40 centavos en tres tiendas: El Encanto, otra más que está al lado de los estudios de Tele Cristal, y la que radica en calle Libertad frente al parque San José.

Miguel Ángel considera un absurdo que se le cobre al cliente un servicio que en el resto del país y en cualquier parte del mundo constituye una atención al cliente. Y contrasta con lo que observó en una de las mejores tiendas de Holguín, La Luz de Yara. Allí el cartel anunciaba lo contrario: «El servicio de guardabolso es gratuito para nuestros clientes».

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