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La compleja asignatura de la virtud

La grandeza de la obra educacional cubana no debe llevarnos a eludir el debate acerca de sus insuficiencias, así como ponderamos sus aciertos. Porque, de aferrarnos al idilio con la perfección, podemos estar eludiendo el mejoramiento de lo que es patrimonio de todos. Y eso sí es retardatario.

María Victoria Martín (calle 67 No. 12818, Marianao, Ciudad de La Habana) es una madre preocupada. Me cuenta que la Escuela Primaria Jorge Dimitrov de ese municipio, donde estudia su hijo, es una muestra de cómo en la educación es decisiva la calidad profesional y humana de sus directivos, profesores y demás trabajadores. Y eso no viene de arriba ni se logra con ordenanzas.

La Dimitrov, relata ella, andaba muy mal debido a una deficiente dirección. A la falta de maestros se sumaba el relajamiento de la disciplina. Los alumnos llegaban tarde, sin justificaciones. Por los huecos de la cerca, accedían a la institución personas ajenas a ella. Los baños no funcionaban…

Se cambió la dirección, y fue para mejorar, según María Victoria. El nuevo director comenzó a disciplinar a todos por igual: alumnos, padres y maestros. Los estudiantes arriban a la escuela hoy con puntualidad y son un poco más disciplinados. La ausencia de maestros es mínima y bien justificada cuando se produce. La puerta se mantiene cerrada y con su portera, ya nadie accede por los huecos. Se fomenta un pequeño huerto. Hay un jardinero excelente, que ha logrado un jardín precioso. Los teléfonos funcionan y los baños se arreglaron.

Pero hay padres —despreocupados, los califica ella con indulgencia— que ya enjuician a quien quiere rescatar el respeto y el rigor: que si llegó poniendo órdenes, que si se cree el dueño de la escuela, que si está muy equivocado… Y hasta ofensas.

Como en toda obra educacional —la del país, la del territorio y la de la propia escuela— hay algunos maestros —como bien señala María Victoria— «que no están a la altura ni apoyan la ética y la estética que lleva y caracteriza a un buen educador: la bondad, el hablar pausado, el dar un regaño y explicar por qué, el buscar opciones, el sonreír y ser dulce…». La educación para ella es firmeza y convencimiento, lograr el progreso con la propia participación de los niños.

Cuenta ella que, por ausencia del maestro de su hijo en Tercero B —debido a citaciones que lo sustraen de la labor docente—, lo sustituyó una estudiante quien, ante la incapacidad de mantener la disciplina el aula, obligó a un alumno a escribir en una hoja: «No se debe “benir” a la escuela a comer m…». (¡…!)

A su hijo se le extravió la libreta de Español y se lo comunicó a la maestra. Esta le respondió que a ella no le importaba. Y en vez de buscar una opción, concluyó diciéndole que, a fin de cuentas, ella no era su maestra (¡…!).

Al respecto, María Victoria fue a la escuela y le contó a la Subdirectora, la cual le respondió que ya llovían quejas de otros padres, y esa maestra no le iba a dar más clases. «¿Esa es la solución?, cuestiona la madre. ¿En otro grupo no seguirá siendo igual?»

El aula de su hijo está conformada por niños que estuvieron disgregados en otros grupos por falta de maestros, sin una estabilidad. Y ahora el que tienen es para María Victoria de los mejores profesores. Un maestro que los niños quieren y comprenden. «Pero los niños necesitan un maestro estable y no uno distinto todos los días», sentencia.

Recuerda María Victoria que cuando su hijo mayor se graduó de técnico medio en Mecanización, se apeó del carro en que venía; y aun sabiendo la gran distancia que debía caminar, fue hasta la primera escuelita que tuvo, muy apartada. «Se quedó en medio de aquel camino, para llevarle el título a su querida maestra Juana, de Preescolar. Mi hijo la lleva en el pecho como a una madre».

Nos emplaza a todos María Victoria cuando concluye en que hay que educar y enseñar a nuestros niños amor, respeto y otros valores, no solo instruirlos. Para que, cuando pasen los años, sigan añorando a sus maestros y no se les difuminen en una semana.

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