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Desprotegida con el protector

Pensando que estaba protegida como consumidora, Lucía Silva adquirió el pasado 11 de noviembre, en el Ten Cent de Obispo, en la capital, un protector eléctrico de refrigerador, a 168 CUP.  Y lo hizo porque donde vive, San Nicolás 1059, La Habana Vieja, el voltaje desciende con frecuencia.

En la propia tienda el protector venció las pruebas. Pero ya en casa de Lucía, al siguiente día, que era viernes, no encendió más. El lunes siguiente, ella lo llevó  al taller de la tienda Miralda, en Galiano, donde deben atenderse esos dispositivos en el tiempo de garantía. Pero el taller no está prestando servicios, según conoció Lucía, porque la empresa GEDEME, fabricante de esos productores, tiene deudas con Comercio, por no pagar el espacio que ocupan en dicha tienda para dar su servicio.

Al siguiente día ella fue al Ten Cent de Obispo: allí le explicaron que no tienen más equipos de esos; y, además, que ellos no son los responsables directos del problema. Le prometieron que la llamarían una vez que hicieran contacto con GEDEME.

No obstante, Lucía llamó a GEDEME, al teléfono que aparece en el documento que le dieron cuando adquirió el protector. Y, según ella, el teléfono o es fantasma o tiene grandes desperfectos, pues no se establece comunicación alguna.

Lucía no tiene protector aunque lo adquirió, vive con la incertidumbre de que se rompa el refrigerador, el cual aún paga por un crédito. Y se pregunta si es justo que se engañe así al consumidor, al punto de que tenga que faltar a su trabajo para acudir a los otros dos talleres de ese tipo, que radican en La Habana del Este. «¿Quién me responde por los 168 pesos erogados y que ganara honradamente con mi trabajo?».

Control, sin exageración

Evelio Manuel González (Maceo 16 A, entre A y Monteagudo, Esperanza, Villa Clara) cuenta que el 30 de agosto pasado fue al médico, porque llevaba cuatro días aquejado de diarreas. Le prescribieron Metronidazol y sales de rehidratación oral.

Con la receta del médico acuñada, y adjuntando el método, su abuela se dirigió a la farmacia 693 a adquirir los medicamentos. Y cuál no sería su sorpresa cuando le plantearon que el Metronidazol no se lo podían vender, porque la receta debe tener la misma letra que el diagnóstico del médico. Es una circular de arriba, le comunicaron.

«No entiendo, argumenta él, cómo se puede negar una medicina a un paciente que la necesite, por un tecnicismo o por una orientación. Si esto es algún tipo de control, es una falta de respeto. Al final terminé con cocimientos, pues estaba en la disyuntiva de volver al consultorio a ver si la misma doctora estaba para que con su misma letra me escribiera, o entregarme a la medicina natural».

Evelio no está en contra de los controles en materia de medicamentos, siempre que sean sanos y lógicos, pero sostiene que aquellos no deben afectar nunca al paciente en situaciones extremas, como si se tratara de morfina o de algún tipo de droga peligrosa; mucho más cuando en el mismo consultorio se toman los datos de cada paciente que se atiende y diagnostica.

«Gracias a Dios situaciones como estas no empañan el buen trabajo y la abnegación de nuestro personal de salud, afirma; pero sí considero necesario que el Ministerio de Salud Pública analice esta situación y busque una solución para casos como estos.

«Cuando no es un cuño, es la palabra «adulto» que falta; si no, el carné de identidad. Las orientaciones existen, pero no debemos ser rígidos e inflexibles; ni tampoco un paciente debe estar dando carreras, haciendo trámites, por el simple hecho de que una farmacia exija tanto en una receta, como si fuera una tesis de grado», concluye.

Los controles valen, pero no al extremo de la exageración, cuando de una urgencia de salud se trata.

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