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Dogmatismo metrológico

Es increíble cómo la vieja mentalidad de supeditar a las personas en vez de servirlas, se cuela hasta en las decisiones que se toman para mejorar la vida de la gente, como la venta liberada de materiales de construcción.

Gabriel Boizán Cobiella (Herrera 3201, apto. 21, entre Bullén y 51, Playa, La Habana), se dispuso a poner una reja en casa de su suegra. Y para ello solo necesitaba una cantidad ínfima de cemento y arena. Fue a la unidad de venta de materiales de Paseo y 33, en el municipio de Plaza de la Revolución, miró el listado de precios: el cemento se podía adquirir a granel por kilogramo, y la arena por metro cúbico. Qué bien…

Preguntó entonces si podía adquirir de dos a cinco kilogramos de cemento, y unas dos o tres palas de arena; apenas lo que requería para fijar la reja de su suegra. La respuesta fue que… ¡no! Para el cemento, debía comprar lo contenido en un cubo estándar, el cual equivale a 14 kilogramos del material. Y la arena no se puede vender por esas ínfimas cantidades. Gabriel preguntó por qué, y la dependienta lo envió a aclarar sus dudas con la administradora.

Esta última, muy amablemente le contestó que el cemento tiene fijado oficialmente el precio por kilogramo, pero allí, como en otras unidades similares, no tienen pesa. Les asignaron un cubo, al cual le caben 14 kilogramos. «¿Y en realidad cómo sabe el cliente que en el cubo hay 14 kilogramos?», cuestiona Gabriel.

En cuanto a la arena, la administradora le dijo que como no todos los clientes desean llevarse el metro cúbico, ella, para flexibilizar eso, hizo cuentas y sacó la equivalencia y el precio de un saco lleno. Comenzó a vender por saco, hasta que una inspección le llamó la atención, pues en el listado oficial de precios no aparecía «un saco», sino un metro cúbico. También le dijo que a raíz de aquello, ya no se vende un saco de arena, sino a partir de tres sacos. Si en la cola hay tres clientes que, cada uno desea comprar un saco, se unen para adquirirlo y después cada uno toma el suyo.

Gabriel cuestiona con toda razón si la entidad que fijó los precios y medidas de estos productos es incapaz de flexibilizar los mecanismos de venta. «¿Por qué hacen obligatorio para el cliente adquirir tanto material, si solo necesita un poco, como yo?», pregunta, y al propio tiempo concluye que esa rígida forma de adquisición promueve que los materiales se acaben más rápido, y hasta se malgasten.

También tal «dogmatismo metrológico» favorece, según el remitente, que entonces los necesitados de cantidades pequeñas las sustraigan de cualquier obra en ejecución; o de lo contrario, como toda prohibición, fomente que el necesitado «toque» para que le resuelvan.

«No hay que llegar a eso —afirma—, si cuando accedes a estas unidades y dices: “deseo comprar una pala de arena, un kilogramo de cemento y un clavo”, sin mucho problema te hagan tu comprobante de compra y te vendan eso que pediste. Así ganan el cliente y el Estado».

Este redactor agrega: si por dificultades económicas es imposible por ahora dotar de pesas a las unidades de venta, o envasar industrialmente los materiales en pequeñas cantidades también (¿hasta cuándo el granel, el peligroso granel?), un socorrido trabajo de metrología permitiría situar un juego de envases muy estrictos, con diversas capacidades, que se correspondan no solo con 14 kilogramos (el cubo estándar), sino con uno y cinco kilogramos. Y en el listado de venta, muy claras las equivalencias. Lo mismo para el metro cúbico de arena y las diversas fracciones de él.

Rigideces, dogmatismos, complicaciones: esas son las viejas «unidades de medida» que supeditan al cliente a sus criterios. Un país que busca transformar su economía y dejar atrás inoperantes fardos, necesita acabar para siempre con esos «sistemas métricos mentales» que no dejan ni una pala a la flexibilidad.

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