Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Despachan, y piensan…

Gustavo García Suárez escribe desde Calle 2da. No. 108, entre D y E, en el reparto Vista Hermosa, de Santiago de Cuba. Y aclara que refleja el sentir de muchos trabajadores que, como él, son dependientes de carnicerías para la venta de productos normados de esa ciudad.

El remitente, quien labora en la Unidad 3961 del Distrito José Martí, refiere que el pollo que se está vendiendo, procedente del exterior, trae en la propia caja donde llega envasado, la indicación de un cinco a seis por ciento de merma por hielo. Pero la dirección de Comercio solo está considerando un dos por ciento en tal sentido, para despachar.

Con este criterio de Comercio, señala, se está obligando a los dependientes a recibir el pollo que se sabe de antemano que tiene faltante; y que, en consecuencia, se van a quedar consumidores sin alcanzarlo.

«Entonces, afirma, por orientaciones de nuestra empresa, no se puede reclamar, porque te sancionan y te botan de la entidad. En estos momentos, hay una buena cantidad de compañeros que han sido sancionados por este problema».

¿Es una orientación de carácter nacional o una decisión unilateral en el territorio? Sería muy saludable un esclarecimiento transparente, tanto de la Dirección de Comercio en Santiago de Cuba, como del Ministerio del Comercio Interior.

Inventario de insensibilidad

Fernando Acedo Guethón (Eucalipto No. 183, Tacajó, Báguanos Holguín) es un diabético insulinodependiente, y el 10 de abril, cuando fue a aplicarse la dosis nocturna, constató que ya no tenía.

Llegó a su trabajo con síntomas de glicemia muy alta. Y como la farmacia piloto de Tacajó está frente al mismo, se dirigió a ella para comprar la que le correspondía en el último envío. Pidió el último en la cola, pero la farmacia estaba cerrada en horario de despacho, porque estaban haciendo inventario.

A través de las persianas, les explicó de la urgencia de al menos una jeringuilla y un bulbo de insulina simple, pues se sentía muy mal. Y le dijeron que estaban en inventario. Él les preguntó cuando terminarían, y le respondieron que no sabían.

Fernando solicitó ver a la administradora, le explicó la situación, y ella le expresó que debía haber previsto eso el día antes.

Se dirigió entonces a su trabajo, y una compañera, al ver el estado en que se encontraba, decidió ir a la farmacia a insistir, y recibió la misma respuesta.

Fernando llamó por teléfono a su hermana para que ella presentara la queja a la Dirección Provincial de Salud. Allí la atendieron muy amablemente, y la remitieron al teléfono de Atención a la Población de la Dirección de Farmacias. En esta, la persona que escuchó la historia dijo que eso no podía ser, y orientó que Fernando fuera a la farmacia, que ella se comunicaría con esta para que le vendieran urgente la insulina.

El afectado llegó de nuevo a la farmacia a las 8:15 a.m. Y había una cola tan grande, que pudo comprar, «autorizadamente», a las 10:30 a.m.

«¿Cuántas horas transcurrieron desde que desayuné en mi casa hasta que pude usar el medicamento? ¿Hubo necesidad de eso? ¿Costaría mucho trabajo ofrecerme lo que solicitaba?

«No puedo entender cómo una farmacia piloto, única de su tipo en la localidad, pueda dejar de prestar servicios tan importantes y necesarios, por un simple inventario? Dicho sea de paso, no estoy en contra de los inventarios, pues son muy necesarios, como también lo era el medicamento para mí en un momento tan crítico».

Hay quienes confunden normativa con negación, deber con intransigencia, inventario con insensibilidad. Hay que dejar siempre un espacio para lo súbito y excepcional en esta vida. Lo dice un diabético de reciente «debut», que se ha visto ya en peligro por las veleidades impredecibles del azúcar. ¿Es tan difícil situarse en la pena y el riesgo del otro?

 

 

 

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