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¿Una buena opción o un «pequeño Oeste»?

Buscando un lugar amplio y tranquilo donde su hijo —que padece de una enfermedad neurodegenerativa— pudiera montar bicicleta sin riesgo, Carlos Camilo Viamontes Huerta (calle 282 No. 4711, La Lisa) se encaminó con su familia hacia el emblemático Parque Lenin.

La excursión comenzó muy bien, pero a las dos horas, según relata el papá, aquello se tornó un «pequeño Oeste». «Llegó un grupo con unas motos de cuatro ruedas y comenzaron a alquilarlas y quedamos en el centro del circuito trazado por ellos. Nos fuimos a unos 200 metros de donde estábamos, bastante aislados y seguros, pero al rato aparecieron unos cuantos jinetes que alquilan los caballos y quedamos horrorizados de las carreras a toda velocidad y en todas direcciones que hacían, sin importar las personas, incluso niños, que deambulaban entretenidos en disímiles juegos», evoca el capitalino.

«Más de una vez —continúa— estuvieron a punto de provocar un accidente. Ante esa situación atravesamos el auto de nosotros para interrumpir un poco el corre-corre de los caballos y proteger al niño que seguía montando bicicleta. Estuvimos muy atentos para cuidarlo, pero de nada sirvió. Ante nuestros ojos y sin poder hacer nada un caballo impactó al niño por detrás y lo tiró violentamente al suelo. Por suerte, tenía un buen casco que siempre le ponemos previendo sus frecuentes caídas».

En medio de los gritos y el tropel, recuerda el padre, no se sabe aún a ciencia cierta cómo el jinete y la bestia no terminaron causando heridas irreversibles al pequeño Carlos Daniel. Aunque, inevitablemente, quedó con bastantes arañazos en la espalda, los brazos y el cuello y en un estado de pánico tremendo.

«¿Cómo es posible que un lugar creado para el disfrute del pueblo, y en especial de los niños, haya caído en manos de estas personas?», se pregunta el papá.

¿Qué nivel de legalidad cumplen los susodichos alquiladores?, podríamos añadir, si, de acuerdo con lo narrado por el remitente, al pasar una patrulla de la PNR cerca del lugar, se refugiaron a toda velocidad dentro de la maleza.

Urgen las respuestas. Ya el daño físico y psicológico al hijo de Carlos Camilo está hecho, pero pueden y deben evitarse —sin dilación ni justificaciones— otros sucesos semejantes.

Recordar el plan tareco

Haciéndole honor a su nombre escribe también desde La Habana, Patria San Román Carrasco (calle 11 No. 212, apto. 8, entre J y K, Vedado, Plaza de la Revolución.

Cuenta la lectora que cada anochecer un camión recoge escombros y otros objetos que son impunemente arrojados por algunos inescrupulosos en las esquinas de calle 11 y J, y calle 11 y K. Con tristeza, observa la capitalina, ya al amanecer de nuevo hay sacos y otros trastos acumulados.

Y más allá de la indolencia social evidente, se pregunta si un sencillo programa de recogida de escombros a nivel de consejo popular redundaría en una mejor disciplina social y en un ahorro de recursos económicos y laborales.

Y evoca el famoso «plan tareco» de los años 80: Se planificaba un fin de semana al mes para las distintas zonas y a nadie se le ocurría arrojar muebles, sacos ni otras cosas 24 horas antes de la fecha establecida. «La población agradecería que se organizara esta actividad. Si nos toca la recogida un lunes, por ejemplo, habría que sacar los escombros a partir de una hora determinada del domingo», y así, en su opinión, tal vez La Habana no será el basurero en que los inconscientes pueden convertirla.

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