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Poniéndome en sus zapatos

Norma Rodríguez (calle Emilio Núñez 270, apto. 30, entre 20 de Mayo y General Aguirre, Cerro, La Habana) se cuestiona qué talla de sensibilidad y de esmero calzan los que le confeccionaron los zapatos ortopédicos a su hermana, quien presenta serias deformaciones óseas en sus pies.

Cuenta la remitente que por indicaciones del ortopédico, la paciente se dirigió a Cuba RDA, entidad especializada en esas producciones a pedido. Tomaron sus medidas y le dijeron que tenía que esperar un año para que las sandalias ortopédicas estuvieran listas. ¿Razón? No tenían hebillas.

Al fin, en octubre del 2017 su hermana se personó a recogerlas en la unidad de Cuba RDA en La Habana Vieja, cerca de la Estación Central ferroviaria. Y para su asombro, aquellos zapatos no tenían ni remotamente las medidas suyas. Mucho más grandes y anchos, al extremo de que sus pies bailaban prácticamente en ellos.

La cliente reclamó. Incluso llegó a pensar en una confusión y que aquellas «canoas» pertenecían a otro cliente y por error se las estaban entregando como suyas. Pero no, allí estaba el papel de entrega con sus datos. Entonces, ella pidió ver la hoja en que estaban dibujadas las plantillas que le hicieran un año atrás. Y constató que sobre las originales habían dibujado otras en sus bordes, sin poder identificarse las reales.

Eso colmó su paciencia, acumulada durante 365 días. La cliente se desbordó. Y quien la atendía, le dijo que si quería esperara por el director para presentar su reclamación, pero «se encontraba en una reunión».

«La burocracia, afirma Norma, se construye muros sólidos y bien altos frente al simple ciudadano, y a este le son difíciles de saltar».

Cuando la hermana le mostró a Norma las sandalias de marras, con la esperanza de que le fueran útiles, pues calza un número mayor que el suyo, todavía quedaban sorpresas y sobresaltos: «También a mí me resultaron grandes, y descubrí que ¡son de diferentes tallas! Una es mucho mayor que la otra, así que si quisiera regalarlas tendría que hacerlo a dos personas dándole a cada una un zapato».

Las hebillas, añade, fueron colocadas con tanta chapucería que para la persona resulta casi imposible poder pasarlas y cerrarlas por sí misma, si no tiene la ayuda de alguien. Las costuras y hechura parecen un mal chiste.

«Cuba RDA, manifiesta, es la empresa especializada que produce calzado, accesorios, entre otros productos, para uso ortopédico. O sea, sus clientes (la palabra usuario me da alergia, disculpe) son pacientes, enfermos. El Estado cubano creó esa entidad para dar atención especializada a un grupo de personas con afecciones muy particulares.

«No voy a detallar la pobre calidad y estética de las sandalias de marras, y el equivocado concepto de que zapato ortopédico es igual a zapato útil pero feo. Y que su precio en moneda nacional, en este caso diez CUP, lo justifique. Aún conservamos los zapatos.

«Indolencia e indiferencia parecen ser tónica en el tratamiento al ciudadano común. Desde su columna en JR y en su espacio radial percibo, con admiración y respeto, su constante llamado a luchar contra estos males que crean un espíritu derrotista y conformista en muchas personas, quienes asumen estas manifestaciones como algo cotidiano e irreversible. En muchas de las cartas que comenta como periodista yo percibo una atmósfera kafkiana.

«¿Ríos de tinta han de seguir corriendo para que lamentables situaciones se eviten, para que se rescate, por el bien de la sociedad, el sano orgullo del trabajo, la atención correcta y respetuosa, no servil, que es parte incuestionable de la ética laboral; y que por encima de cumplir metas y repetir consignas, prime la responsabilidad de cada uno de cumplir sencillamente con su tarea diaria?

«En estos días de celebraciones y recordatorios al pensamiento humanista de Martí mantienen vigencia sus palabras: “La Patria está hecha del mérito de sus hijos y es riqueza de ella todo cuanto haga un hijo suyo, sobre todo si trabaja en lo que ya han trillado otros, y lo de él  resulta más útil y completo que lo de sus predecesores”...

«Mirando los zapatos de mi hermana vino a mi mente un pequeño y tierno poema de la poetisa y fiel martiana Fina García Marruz: “Los zapatos de Charlot/me conmueven más/que los que pintó Van Gogh./El desgaste diario (borde grueso)/autónomo anonimato del dolor,/que se curva ligeramente hacia arriba/como una sonrisa”.

«Yo solo sentí pena ante los suyos. Aquellos solo podían curvarse en una mueca», concluye Norma.

Hoy huelga cualquier comentario, si uno se pone en los zapatos del prójimo que sufre la indolencia y la chapucería.

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