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La casa de los murciélagos

Gladys Hernández Gómez (Calle 18 No. 5904, entre 59 y 61, consejo popular El Gabriel, Güira de Melena, Artemisa) cuenta que, colinda con su casa un local en desuso invadido de murciélagos que, según el Registro de la Propiedad, no tiene dueño. La vivienda de ella y el local comparten el mismo techo, y no se puede arreglar este de un solo lado sin que afecte la parte vecina.

Con el tiempo, alerta, ya los murciélagos entran en la casa de Gladys. No hay quién respire allí. Al inicio de las incursiones, sus nietos eran alérgicos. Ya hoy son asmáticos. Han proliferado las erupciones en la piel. La situación es tal, que la médico de la familia lo ha señalado a Higiene y Epidemiología, en una carta que entregó el pasado 18 de junio.

Hace dos años Gladys fue al Gobierno municipal a plantear el problema, y allí le atendió la especialista de Atención a la Población, quien le abrió un expediente y le propuso una entrevista con el Presidente del Gobierno. Este último  le prometió que la iba a ayudar, y la envió a Vivienda a solicitar un subsidio para sustituir la cubierta de la casa. Allá fue Gladys, se entrevistó con el entonces Director de esta última Dirección, quien también le prometió que la iba a ayudar.

A los pocos meses, al ver que todo se agravaba y nadie hacía nada, se entrevistó con el Director de Higiene y Epidemiología municipal y con el Director del Policlínico. Y ambos le prometieron que la iban a ayudar. El zoonólogo del municipio tomó muestras de la colonia de murciélagos, y una de ellas fue enviada al Instituto de Medicina Tropical (IPK): portaban rabia.

Pasaron dos meses. Gladys se entrevistó con la especialista de Atención a la Población del Partido Municipal, quien le dijo que visitaría su casa para agilizar el proceso. Que la iba a ayudar.

 Posteriormente, fue al departamento de Atención a la Población del Gobierno provincial, y allí una funcionaria le dijo que su caso debía ser resuelto en el propio municipio, pero que ella abriría un expediente para tramitarlo.

 De paso, la acompañó a la Dirección del Citma en la provincia. Y en esa dependencia le plantearon que ella no podía hacer nada por su propia cuenta, pues los murciélagos eran intocables. Le sugirieron a la funcionaria de Atención a la Población del Gobierno Provincial que llamara a Güira de Melena para que resolvieran el caso.

«En fin, refiere, una gama de acciones sin resultados. Muchas veces he hablado con el delegado de mi circunscripción y me dice también que me va a ayudar. Esta situación ya es insoportable y desesperante».

El 5 de julio, acuciada por el inminente parto de su hija mayor, y desesperada por la plaga, Gladys se entrevistó con el Director municipal de la Vivienda y le entregó una carta sobre el asunto. Él buscó su expediente de solicitud de subsidio, y estaba cerrado sin solución. Entonces le dijo que la iba a ayudar.

 Dos semanas después, el Director de Vivienda la citó y le explicó que ella no era la única solicitante de subsidio en el municipio. Había 50 casos más. Que iba a elevar el suyo, pero requería paciencia: solo había una compañera para todo el municipio en esa labor, y se demoraría más, pues no estaba trabajando por tener su hija enferma.

Cuando retornó de la entrevista, Gladys se topó con que a una persona le habían pagado para limpiar el local vecino. El hombre sacudía para espantar los murciélagos. Gladys le dijo que saliera y no hiciera eso, porque los murciélagos estaban emigrando hacia su casa.

Al rato, llegó una especialista de Epidemiología acompañada de la Directora municipal de Educación, y volvieron a introducir al hombre en el local. Limpiaron con agua todo, alborotando a los mamíferos voladores, y exacerbando la fetidez resultante.

Gladys les rogó que cuando fueran a hacer algo en el local, le avisaran, para sacar a los niños de casa. No me respondieron, dice, pero escuché que la especialista le decía a la Directora que tenía 72 horas para limpiar el local, pues si ponían una multa, ella iba a ser la responsable.

«No entiendo que una situación tan grave no se pueda solucionar. Tampoco entiendo a cuántas personas más tendré que explicarles lo que me pasa. ¿Quién se hará responsable si a mi familia le sucede algo?», concluye.

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