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No te importe saber

¿Cómo se inspira un compositor? ¿Qué lo motiva? ¿Es siempre protagonista de lo que compone? ¿Lo animan de manera invariable, los sentimientos que plasma o quiere plasmar en sus canciones? ¿Cuenta su vida o resume sus vivencias en cada obra que sale de sus manos?

Acerca de composiciones y compositores, qué los inspiró y cómo se inspiraron, hablaremos en esta página. Digamos antes que eso que, por comodidad, llamamos inspiración, puede aparecer en los momentos más insospechados.

Moisés Simons por ejemplo, que nació en La Habana en 1889, y que, al tener lugar la invasión hitleriana a Francia pasó dos años encerrado en un campo de concentración porque su nombre y apellido «olían» a judío, tomaba un café con leche en la muy habanera esquina de San José y Amistad y tuvo una idea que escribió en una servilleta. Llamó a aquel apunte, «el pregoncito». Corría el año de 1928; pensaba Simons viajar al exterior y antes de hacerlo entregó «el pregoncito» a Rita Montaner que se iba a grabar a Nueva York. Cuando Simons al fin llegó a París se encontró que su «pregoncito», popularizado por Rita y por Antonio Machín, le había precedido. En aquel café de San José y Amistad había escrito Moisés Simons lo que sería el primer éxito internacional de la música cubana, El manisero.

Otro de los grandes clásicos cubanos, una canción que ha dado la vuelta al mundo, fue escrito por su autor en un tranvía mientras viajaba de La Habana a Marianao. Pocos días después la estrenaba con su agrupación musical y Miguelito Valdés no demoraría en cantarla con la orquesta Casino de la Playa. Así nació No te importe saber, pieza a la que seguirían Anoche aprendí, La noche de anoche y Me contaron de ti, entre otras muchas porque su autor, René Touzet, era una fábrica de canciones, y todas buenas.

También eran muy buenos los boleros de Orlando de la Rosa. Es el autor de Nuestras vidas y No vale la pena; el hombre que tuvo la brillante intuición de juntar a Elena Burke y a Omara Portuondo en un cuarteto. A fines de los años 50, cuando se hablaba acerca de ese compositor se decía siempre «el malogrado» Orlando de la Rosa, porque había muerto en la cima de su carrera sin llegar a cumplir los 40 años de edad. En una de sus piezas hizo algo así como el resumen de su quehacer autoral: escribió La canción de mis canciones con los títulos de todo lo que había compuesto. Una proeza.

Vieja luna

Orlando de la Rosa fue, dice el musicógrafo Cristóbal Díaz Ayala, de quien el escribidor toma buena parte de la información que calza esta nota, el primero de los compositores de su generación que se inspiró en la Luna. Escribió Anoche hablé con la Luna y Vieja Luna. Otro compositor, Bobby Collazo, la emprendería con el tema hasta agotarlo. Dedicaría al asunto toda una serie, pues cantó a la Luna de cada país que visitó. Así quedaron piezas como Luna de Camagüey, Luna de Yumurí, Luna mexicana, Luna de Quisqueya, Luna de Copacabana, Luna gaucha… Con todo, asegura la crítica, lo mejor que dejó en esa cuerda es Luna de Varadero, que escribió en el afamado balneario a instancias de Esther Borja. Otro éxito de Collazo —y grande— es La última noche. La escribió a pedido de Pedro Vargas, «El tenor de las Américas», a punto ya de salir de México. Fue una canción por encargo, como lo fue Longina, escrita por el trovador Manuel Corona a petición del periodista Armando André.

Esto es la felicidad fue escrita a dos manos, que al final fueron tres, por Orlando de la Rosa y Bobby Collazo. Lo contó este último:

«Hacía falta dinero y estábamos Orlando de la Rosa y yo; Orlando vivía en un piso bajo y yo arriba en un edificio de la calle San Lázaro al que le decíamos la cafetera… porque los chismes empezaban en el piso bajo e iban subiendo… San Lázaro 220. Entonces Orlando se sentó al piano y empezó a coger un “tumbaíto” —estaba de moda el mambo en aquella época— y yo empecé: “Tú me quieres”, y él, “Yo te quiero”, y así empezó la canción. Entonces nos fuimos a ver al editor. Su secretario era el compositor Carbó Menéndez, y terminamos la canción con su ayuda».

Recibirían 200 pesos cada uno por la pieza, pero el editor retenía los derechos autorales por su impresión. Nada extraño en Cuba. En 1940, Jorge González Allué recibía de una poderosa editora musical norteamericana 50 pesos como anticipo por los derechos de impresión de su Amorosa guajira. Nunca más tendría noticias de aquella empresa.

Corría el año de 1937 y una puesta de sol despertó en Allué el deseo de cantar a la campiña cubana. Pasaba las vacaciones en la finca de un amigo y lo bello del paisaje, a la caída de la tarde, impactó su sensibilidad. Meses después, de un tirón y en menos de una hora, escribiría la obra.

La vida es un sueño

Si Allué vendió su Amorosa guajira por 50 pesos, antes, en 1911, Gonzalo Roig vendía su Quiéreme mucho por tres. El maestro, que se había casado precisamente en ese año, llevaba amores también con la actriz Blanca Becerra, que le inspiraría la bellísima melodía. Era frecuente entonces que un compositor escribiese una música y pidiera los versos a un letrista o poeta. O que sucediese al revés y pusiera música a un poema. En este caso, Gonzalo y Blanquita intentaron acometer, a cuatro manos, la letra de Quiéreme mucho.

Escribió Roig: «Quiéreme siempre, negra querida. / No dudes nunca de mi querer. / Él es muy grande, él es inmenso…». Agregó ella: «Siempre, mi negro, yo te querré».

Parafraseaban los versos de Ramón Gollury, poeta y periodista ya olvidado, pero que en su momento hizo célebre el seudónimo de Roger de Lauria, y como vieron que con lo conseguido no llegaban a ninguna parte, Roig decidió incorporar a la pieza los versos de Lauria tal y como los escribió el poeta: «Quiéreme mucho, dulce amor mío / que siempre amante te adoraré…». Luego Agustín Rodríguez, un gallego avecindado en La Habana que fue uno de los libretistas de la zarzuela Cecilia Valdés, de Roig, escribió la segunda parte. Aquella de «Cuando se quiere de veras / como te quiero yo a ti…». Lo curioso es que Roig tomó los versos de Lauria sin pedir permiso. El escritor se enteraría de su «colaboración» con el maestro la noche en que escuchó la pieza en el teatro Martí.

Existen tantas versiones sobre cómo surgió y se compuso La engañadora que resulta difícil precisar cuál es la verdadera, aun cuando su creador, el maestro Enrique Jorrín, insistiera en aclararlo más de una vez.

Lo de Arsenio Rodríguez, el autor de Bruca Maniguá y La yuca de Catalina, fue verdaderamente penoso. En 1949 se instaló en Nueva York. Tenía la esperanza de que una intervención quirúrgica le permitiera recobrar la visión. No lo consiguió y escribió entonces La vida es un sueño. Dice: «Después que uno vive veinte desengaños, / ¿qué importa uno más?». Parece un lamento de amor, pero no. Arsenio Rodríguez es, como se le llamó, «El ciego maravilloso» de la música cubana.

Tres palabras

Corre el año de 1947 y la cantante mexicana Chela Campos pide al cubano Osvaldo Farrés que componga una canción para ella. Farrés se niega, vacila, no se siente suficientemente motivado. Pero la mexicana no se da por vencida. Insiste. «Vamos, Maestro, si con tres palabras se hace una canción», le dice, y Farrés acepta el reto. Compone la canción que Chela Campos le pide y la titula precisamente así: Tres palabras.

Ya para entonces Farrés había entrado en Hollywood por la puerta ancha cuando en 1940 su bolero Acércate más fue el tema de una película que interpretaron Esther Williams y Van Johnson.

En realidad Osvaldo Farrés no leía música ni tocaba el piano. Conocía, al igual que Agustín Lara e Irving Berlín, los rudimentos de la música, pero no podía llevar sus inspiraciones al papel pautado. Nacido en Quemado de Güines, en el centro de la Isla, Farrés era un magnífico dibujante y un publicista aventajado cuando descubrió que tenía el don de componer bellas melodías.

Halló esa veta por casualidad. En 1937 preparaba con cinco muchachas, en un estudio de CMQ Radio, una promoción de la cerveza Polar cuando un locutor comentó: «Ahí está Farrés con sus cinco hijas…». En el acto, Farrés se comprometió a escribir una guaracha con ese título. Al cabo, no serían cinco hijas, sino cinco hijos: Pedro, Pablo, Chucho, Jacinto y José, que no tardarían en ser conocidos en toda Cuba luego de que Miguelito Valdés montara la pieza con la orquesta Casino de la Playa.

«Jamás pensé en convertirme en un compositor. Ni la canción ni la música entraban en mis planes, y mucho menos imaginé que llegaría a vivir de ellas», dijo en una ocasión. Y logró hacerlo sin embargo, pues no demoraría en convertirse en el compositor de moda en Cuba, un hombre capaz de trocar en éxito cuanto escribía.

Toda una vida pasó a ser un himno para los enamorados. Tres palabras apareció en una cinta de Walt Disney. Quizás, quizás, quizás la cantó Sarita Montiel en la película Bésame. En verdad, la Montiel interpretó varias canciones de Farrés en seis de los filmes que protagonizó. Nat King Cole dejó también su versión de Quizás... No me vayas a engañar fue uno de los grandes éxitos de Antonio Machín. Obras de Osvaldo Farrés se utilizaron también en películas argentinas y mexicanas. Otra pieza suya, emblemática, es Madrecita, compuesta en 1954. Si Toda una vida fue, como ya dijimos, el himno de los enamorados, Madrecita se cantaba hasta la fatiga en el Día de las Madres. Farrés la compuso en homenaje a la suya. Pero la buena señora nunca pudo oírla porque era sorda como una tapia.

El cronista

Como Juan Formell lo sería en su momento, Miguel Matamoros fue un cronista de su tiempo. Hechos, situaciones, personajes de su Santiago natal, y de toda la Isla, le inspiraron no pocas melodías.

Un vendedor ambulante de pasteles desapareció misteriosamente de las calles santiagueras. Lo conocían como «Huye» o esa palabra formaba parte de su pregón. Matamoros lo extraña y escribe El que siembra su maíz: «Huye, Huye… / ¿dónde está Mayor? / ¿Dónde está? / Ya no vende por las calles, / ya no pregona en la esquina, / ya no quiere trabajar…». Viene a Cuba el doctor Asuero, un médico español. Trae un método de curación contra determinados tipos de parálisis. Todo estriba en que el enfermo se deje tocar un nervio que se llama trigémino. El procedimiento no es todo lo eficaz que se anuncia, y Matamoros escribe El paralítico, mientras que en ¿Quién tiró la bomba?, esboza la situación de terror que vive la Cuba de 1935 bajo la égida del entonces coronel Batista. Como antes, en La mujer de Antonio, había abordado la realidad cubana del machadato: «Mala lengua tú no sigas / hablando mal de Machado / que te ha puesto aquí un mercado / que te llena la barriga…».

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