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Un pedazo del alma cubana

Veinte años, la habanera inmortal de María Teresa Vera, interpretada en español por una niña franco-coreana de ocho años de edad, con respaldo de su padre en la guitarra, y de un hermano de 11 años con la trompeta y en el coro, fue un emotivo e inesperado regalo de la TV en esta mañana de lunes. Es, esa melodía imbatible, una de las piezas más reiteradas del cancionero popular cubano desde su estreno en 1935 y que durante décadas permaneció en una zona de misterio.

¿A quién la dedicó?, preguntó a la compositora el poeta y periodista Guillermo Villaronda en la entrevista que le hizo para la revista Bohemia en febrero de 1958, en una época en que ella se hallaba sin trabajo, olvidada, en plena miseria, agobiada por el presentimiento de que, más temprano que tarde, tendría que salir a la calle a pedir limosnas para comer. —Le seré sincera —respondió María Teresa. De ese número me corresponde solo la mitad: la música. Sin darle un respiro, inquiere el entrevistador sobre el autor de la letra.

La trovadora, apunta Villaronda, «quedó como enredada en la incertidumbre. Se frotó las manos. Suspiró. Bajó y alzó la vista».

Dijo finalmente:

—Yo de ninguna manera puedo pronunciar ante nadie el nombre de esa señora que pertenece a la alta sociedad y que posee un corazón de poeta. Lo único que me atrevo a decirle es que, desde hace muchos

años, esa digna señora pone letras a mis mejores producciones, pero advirtiéndome contantemente que no quiere que se divulgue su nombre.

Su placer es escuchar en su alcoba mis audiciones radiales. Atreviéndose, el periodista pregunta si se trata de un amor frustrado.

—No insista, por favor —responde María Teresa Vera. A veces, me dicta por teléfono sus versos que inmediatamente yo musicalizo. Pero nada más… Lo que ella fue y lo que es ¡a nadie importa! Hay que dejarla ahí, en su residencia de silencio, en su anonimato perpetuo. No desea otra cosa. Es necesario complacerla si cumplimos con la soberanía de nuestro corazón.

Claro, el nombre de aquella mujer terminaría emergiendo a la luz. Se trataba de Guillermina Aramburu, hija de un destacado periodista, nacido en Guanajay, masón y hombre de ideas autonomistas, primero, y luego separatistas que colaboró en numerosas publicaciones periódicas y durante 20 años tuvo a su cargo la columna Baturrillos en el Diario de la Marina. En la casa de Joaquín Aramburu prestaba servicio como cocinera la madre de María Teresa, y allí la niña era vista como alguien de la familia. Con los Aramburu aprendió la futura compositora a leer y a escribir y gracias a ellos pudo asistir a una escuela privada. Guillermina es la autora de las letras de No puedes comprender, Te acordarás de mí, Yo quiero que me quieras y Mi venganza, entre otras melodías.

Era aún adolescente cuando María Teresa se instala en La Habana. Aprende a coser y a bordar en un colegio de monjas y gracias a un tabaquero se entusiasma con la guitarra. Pronto tendría como maestros a los trovadores Manuel Corona y Patricio Ballagas. Fue precisamente con una obra de Corona, Mercedes, con la que debutó profesionalmente el 18 de mayo de 1911. Fue en el Politeama Grande, en la azotea de la Manzana de Gómez, en una función en beneficio de  Arquímedes Pous y le pagaron 20 pesos por su actuación. Con el dinero en la mano corrió a Guanajay para decirle a su madre, que ganaba 20 pesos mensuales con los Aramburu, que ya no tendría necesidad de seguir trabajando como doméstica. La señora de la casa dio al asunto una salida elegante y altruista: la madre de María Teresa seguiría contando con el apoyo de la familia cocinara o no cocinara.

¿Quién eres tú?

María Teresa Vera nació en Guanajay el 6 de febrero de 1895, hija de una esclava liberta y de un militar asturiano que no quiso o no pudo reconocerla. Tras su debut en el Politeama, Corona figuraría siempre en el repertorio de la artista. Fue el compositor con el que alcanzó mayor identificación profesional y humana, afirma el investigador Jorge Calderón. Hace presentaciones, por 15 pesos, en el cine Gris, en Zanja y Galiano, y luego en el cine Esmeralda, donde es fichada por un representante de la casa disquera Víctor, que la quiere en su catálogo. En 1914 se inicia como compositora: estrena otra de sus melodías imperecederas, el bambuco Esta vez tocó perder, con versos de Emma Núñez Valdivia, otra de sus letristas más asiduas.

El dúo de María Teresa, voz prima, con Rafael Zequeira es un éxito tanto en Cuba como en Estados Unidos. Hacen la pareja perfecta, tanto que se rumora en su  momento que la relación va más allá de lo artístico. Inquiere Villaronda sobre este aspecto en su entrevista de 1958. La trovadora se desconcierta ante la pregunta, pero lo niega de manera categórica. Fueron, sí, muy amigos; lo cuidó durante su enfermedad y ya en el velorio, no se separó del cadáver un solo minuto. Evocaba su entierro. Sesenta músicos hicieron sonar sus instrumentos detrás del féretro. Dice en la entrevista con Villaronda: «Tal como él lo deseó. Lo mismo que yo ambiciono para mí cuando me llegue la hora».

Muerto Zequeira hizo dúos con Miguelito García y Lorenzo Hierrezuelo.Dúos que la crítica califica de emblemáticos. En 1927 fundó el Sexteto Occidente, agrupación en la que figuraba, en el contrabajo, Ignacio Piñeiro, autor además de la mayor parte de los sones que interpretaba el sexteto, entre ellos, Esas no son cubanas.

En plena efervescencia del son, el Sexteto Occidente viajó a Nueva York. Fue un éxito. Se anuncia a la artista como «la Champion de las canciones, los boleros, los sones y la rumba». Hizo presentaciones en vivo y grabaciones para Columbia y otros sellos disqueros. María Teresa Vera parecía estar en la cumbre de su carrera. Pero ya en La Habana, abrupta e inesperadamente, vende a Piñeiro su agrupación musical, que empieza a llamarse Sexteto Nacional, y se retira de los escenarios. Lo hizo, afirma Calderón, por imperativos religiosos. Sus dioses le prohíben que siga cantando. No dejó, sin embargo, de componer. A esa etapa  corresponde Veinte años.

El retiro no sería definitivo. La invitan a cantar, en Radio Salas, con el cuarteto de Justa García, una de las voces más destacadas de la trova cubana, y con ese grupo se presenta asimismo en salas cinematográficas, hospitales y centros de trabajo. Se disuelve el cuarteto y quedan solos María Teresa y Lorenzo Hierrezuelo. Formarían un dúo que duraría unos 27 años, hasta los años iniciales de la Revolución. Solo en Radio Cadena Suaritos dejaron más de 900 grabaciones. Laureano Suárez, el propietario de esa emisora llegó a ser un personaje muy popular y querido. Tenía una forma original de asumir la publicidad, que le valió requerimientos y suspensiones. En uno de sus anuncios, por ejemplo, decía: «Señora, ¡póngase en cuatro!» Y añadía enseguida: «Sí, en cuatro horas de La Habana a Nueva York». Y otro: «Grandes, gordas y peludas… Toallas Antex… Acarician al secar». O «Con chorizos Nalón, no hay fabada señorita».

El nuevo dúo hace presentaciones en Cuba y en el exterior. Lo contrata CMQ y en el programa Cosas de ayer, saludan a María Teresa como la Embajadora de la Canción de Antaño. En Mérida, México, el torero Manolete corre cada noche tras los cubanos: quiere que le canten, una y otra vez, Doble inconciencia, un bolero de Corona.

Los llama también la TV y están en programas como Noche cubana, Jueves de Partagás, El bar melódico de Osvaldo Farrés, El casino de la alegría… Un disco de larga duración grabado en esos días deja escuchar al dúo en Boda negra, de Villalón, y Pensamiento, de Teofilito…

El triunfo de la Revolución sorprende a María Teresa Vera en plenitud de facultades. Una noche, en el Anfiteatro de La Habana, el público la recibe con una larga y calurosa ovación y el reclamo de los asistentes la obliga a interpretar ocho números fuera de programa. En la emisora CMZ, del Ministerio de Educación, graba, junto con Lorenzo, unas 500 piezas. Guanajay, su pueblo natal, le concede el título de Hija Predilecta por su contribución a la difusión del cancionero nacional.

En 1962, sufre un infarto cerebral. Ahora sí no regresará más a los escenarios, aunque tuvo voluntad suficiente para orientar la grabación de piezas de su autoría que para la disquera Egrem hizo el trío Veinte años, del que entonces formaba parte Lorenzo Hierrezuelo.

Falleció en La Habana el 17 de diciembre de 1965. Es, como dice su biógrafo Jorge Calderón, «un pedazo del alma cubana».

Cadáver desaparecido

Deshilvanó María Teresa Vera muchos de sus recuerdos en la entrevista con Villaronda publicada en Bohemia en febrero de 1958. De Patricio Ballagas contó que cayó muerto mientras cantaba en la calle. Ya inhumado, sus amigos quisieron llevarle flores al cementerio y para recaudar el dinero necesario se reunieron varios trovadores, María Teresa entre ellos. Rascándose los bolsillos, allegaron 18 pesos con 32 centavos, y María Teresa expuso que lo ideal sería entregar los 18 pesos a los hijos del amigo e invertir los treinta y dos centavos en flores. Así se hizo, pero se continuó pensando en un homenaje. Se quiso adquirir el terreno donde fue enterrado y con ese fin se organizó un beneficio en el teatro Apolo que arrojó una ganancia de cien pesos. A una de aquellas reuniones asistió una mujer a la que nadie conocía y que se negó a dar su nombre. Manifestó que ella se haría cargo de los restos de Ballagas y que con aquellos cien pesos le rindiéramos el homenaje que entendiésemos, aunque lo mejor, expuso, es que nos los bebiéramos en ron.

Grande fue nuestra sorpresa, decía María Teresa, al enterarnos en el cementerio de Colón que los restos de nuestro amigo habían sido exhumados y trasladados a un lugar desconocido. Concluía la autora de Veinte años:

—Los restos de Patricio desaparecieron para siempre y nadie volvió a ver ni supo de aquella dama misteriosa. En cuanto al dinero, lo entregamos al trovador Román León, que estaba ya muy enfermo y falleció poco después.

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