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Destitución y muerte de Miguel Mariano Gómez (II y final)

Las divergencias entre Miguel Mariano Gómez y Fulgencio Batista, jefe del Ejército, surgieron prácticamente desde que el primero asumiera la presidencia de la República. Miguel Mariano se negó a someterse a los caprichos del líder de las Fuerzas Armadas, pero no pudo hacerse de la autoridad que exigía su alta investidura.

La situación tocó fondo cuando partidarios del coronel presentaron en el Senado un proyecto de ley que establecería un impuesto de nueve centavos sobre cada saco de azúcar producido a fin de costear el proyecto batistiano de las escuelas cívico-militares y la construcción de 3 000 escuelas rurales.

El Congreso aprobó la ley, y Miguel Mariano, en uso de una prerrogativa constitucional, la vetó, y a partir de ahí sus días estuvieron contados. Se le acusó en la Cámara de coartar el libre funcionamiento del Poder Legislativo; la acusación prosperó y pasó al Senado, que, convertido en tribunal de justicia bajo la presidencia de Juan Federico Edelman, titular del Tribunal Supremo, lo destituyó. Así lo vimos en la página de la semana anterior.

Sin pruebas contra el presidente

Abierto el proceso, el senador por Las Villas Antonio Martínez Fraga, espirituano como Miguel Mariano, se alzó como fiscal implacable del Presidente, en tanto José Manuel Gutiérrez, senador por Matanzas, pronunció un documentado discurso en su defensa. En un momento, el senador, también villareño, Manuel Capestany pidió la palabra y preguntó a Edelman si existía sobre la mesa alguna prueba en relación con la acusación que se formulaba contra el Presidente de la República.

Después de consultar con los secretarios, Edelman tuvo que responder que no existía prueba alguna. Fue entonces que la palabra del senador Gutiérrez, llamando las cosas por su nombre, cayó implacable sobre las testas inclinadas de los conjurados. Expresó: «La falsa acusación al Señor Presidente de la República no es la determinación espontánea de la voluntad libérrima de los representantes que integran este cuerpo, sino la resultante de la apariencia de legalidad con que pretende revestirse un golpe militar fraguado en los cuarteles…».

Ni modo. En los minutos iniciales del 24 de diciembre de 1936, después de haber acopiado las sentencias redactadas contra Gómez por los «civilistas» Guillermo Alonso Pujol y Carlos Saladrigas, se reanudó la sesión del Senado. Como el presidente del cuerpo, el oriental Arturo Illas, exjefe de la Policía de Santiago de Cuba, observaba la vacilación de algunos de los congresistas, ordenó que cerraran las puertas del hemiciclo y puso su pistola sobre la mesa. Gritó:

—¡A mí me embarcaron en esto y no toleraré que se me abandone!

Dentro de un ambiente hostil a todo derecho fue leída la sentencia y sometida a votación. Votaron a favor de la destitución del mandatario los senadores Agustín Acosta, Alfredo Hornedo, Miguel Calvo Tarafa, Gonzalo del Cristo, Simeón Ferro, Justo Luis del Pozo, Guillermo Alonso Pujol… 22 de los 34 presentes. También votó a favor de la destitución el bayamés Luis Caíñas Milanés, que hasta días antes había sido pareja del mandatario en los torneos de dominó que se organizaban en Palacio.

Apenas supo la noticia de su destitución, Miguel Mariano abandonó la mansión del ejecutivo y se dirigió a su residencia de Prado y Trocadero, donde dedicó las horas de la madrugada a redactar un documento al país que ningún periódico se atrevió a publicar.

Alcalde modelo

En la «bola», el número 88 es «espejuelos», «muerto grande», «gusano» y «Miguel Mariano», mientras que el 45 es «tiburón», «presidente» y «José Miguel». Son los únicos políticos cubanos, padre e hijo, que pasaron a ese juego de azar. Los tiempos del mayor general José Miguel Gómez en la presidencia (1909-1913) fueron los de la naciente lucha entre liberales y conservadores. Uno de ellos, Armando André, dedicaba su periódico El Día a combatir despiadadamente al gobernante liberal, descendiendo incluso al insulto familiar. Como el Presidente no podía responder a las vejaciones, el joven Miguel Mariano se abrogó la representación de la familia, y agredió a tiros al periodista en la Acera del Louvre.

Como el atentado, del cual André salió ileso, fue realizado con dos temibles revólveres Colt 44, La Política Cómica en sus caricaturas popularizó a Miguel Mariano armado siempre de un revólver con la etiqueta 88. Y el número estuvo asociado a él por el resto de su vida. Hasta su auto particular tenía matrícula con el número 8888.

Nació en 1889, hizo estudios de Derecho, y formó parte del cuerpo de abogados de la Havana Electric Railway Co. En febrero de 1917 estuvo junto a su padre en la llamada Revolución de La Chambelona, y junto a su progenitor guardó prisión por ese suceso en el Castillo del Príncipe durante un año y 11 días. En tres ocasiones resultó electo representante a la Cámara, y su paso por ese cuerpo colegislador se caracterizó por su pulcritud. Como alcalde de La Habana —mereció justamente el título de alcalde modelo— se distinguió por la escrupulosa prestación de los servicios municipales y el ímpetu constructivo. Fueron obras suyas el hospital infantil de la calle G y el de maternidad de la calle Línea, que aún lleva el nombre de su madre, así como el dispensario de piel y sífilis y el mejoramiento de casas de socorro, cerches y cuarteles de bomberos. Devolvió su aspecto colonial propio al Palacio de los Capitanes Generales, y remozó El Templete y la Plaza de Armas.

Temiendo la relección de Miguel Mariano, el dictador Gerardo Machado suprimió en 1931 el Ayuntamiento habanero para sustituirlo por un llamado Distrito Central. Ese mismo año, el fracaso del movimiento revolucionario antimachadista  llevó a Miguel Mariano al exilio. Regresó con el fin del machadato, pero su disentimiento con el gobierno de Grau lo empujó de nuevo al exterior. Regresó en 1934 y ocupó la Alcaldía de La Habana con carácter de facto hasta 1935.

Cuando se produjo la huelga de marzo de 1935, estaba entregado a la organización de su partido Acción Republicana. Fue el único líder político que trató de suavizar la acción militar contra los revolucionarios. Al frente de una coalición de liberales, nacionalistas y marianistas contendió con el conservador García Menocal por la presidencia de la República. No le fue difícil derrocar al anacrónico caudillo, el viejo enemigo de su padre,  y tomó posesión de la primera magistratura el 20 de mayo de 1936.

Destituido

Tras su destitución en el propio año 1936, Miguel Mariano viajó al exterior. Regresó a la palestra pública en 1939 cuando obtuvo un acta de delegado a la convención que elaboró la Constitución de 1940. En ese mismo año aspiró a la Alcaldía habanera y fue derrotado por Raúl Menocal. Pronto sorprendió al país al anunciar, en plena juventud política, su retirada de la vida pública. Se reintegró a los asuntos propios de su bufete y a los negocios particulares y aceptó la presidencia de la Asociación de Ganaderos, a la que renunció por no prestarse a los manejos especuladores y agiotistas de algunos de sus miembros en días de la Segunda Guerra Mundial.

Su salud se hacía precaria por día. Falta de equilibrio y frecuentes dolores de cabeza indicaban la localización del mal, pero las prolongadas investigaciones tropezaban contra un muro de misterio, y la enfermedad crecía. Se le trasladó a Estados Unidos y nuevas investigaciones no arrojaron materia extraña alguna en el cerebro. Tampoco en el cerebelo, explorado mediante una intervención quirúrgica que se prolongó desde las nueve de la mañana hasta pasadas las cinco de la tarde.

Pese a todos los esfuerzos, seguían sin conocerse las causas de la enfermedad del ilustre paciente. Los familiares se desesperaban y también los médicos. A una angustiosa interrogación de los primeros, confesó uno de los especialistas que lo atendía: —Siempre hay Dios. Sigan rezando. ¡Ustedes no saben lo que significa para mí desconocer el mal de este hombre!

La apelación religiosa, signo elocuente de incapacidad científica, decidió el traslado de Miguel Mariano a Cuba. El presidente Carlos Prío, por intermedio de la embajada cubana en Washington, obtuvo un avión especial para el traslado, el del Secretario de la Guerra, de Estados Unidos. El 27 de septiembre llegaba el exmandatario a La Habana, donde su médico de cabecera, el eminente clínico Pedro Castillo y el doctor José Centurión apenas pudieron hacer más que vigilar el curso inexorable de la enfermedad. Un mes después, a las dos y diez de la madrugada del día 26 de octubre de 1950, moría, en su residencia de Línea y L, en el Vedado, Miguel Mariano Gómez.

Rehabilitado  

Ese mismo año el Congreso aprobó la ley que disponía la rehabilitación moral del mandatario depuesto y la anulación del proceso arbitrario al que se le sometió. El presidente Prío convocó al Palacio Presidencial a los familiares del extinto y, en ceremonia solemne, hizo entrega a Josefina Diago, viuda de Gómez, de un pergamino que reproducía la ley. Una tarja de bronce, donde se consignó la reparación del Congreso, se colocó entonces en la tumba de Miguel Mariano.

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