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Secretos de guerra de José Martí

El 5 de enero de 1892 fueron aprobados las bases y los estatutos secretos del Partido que iba a dirigir la Revolución libertadora y fundar la República nueva

Autor:

Juventud Rebelde

Foto: Calixto N. Llanes Las bases y los estatutos del Partido Revolucionario Cubano (PRC), que José Martí concibió y estructuró con la sabiduría de un oráculo y la paciencia de una piedra, tuvieron un apellido singular que retrataba el proyecto en cuerpo y alma: secretos.

El mismo Apóstol recalcó después en el periódico Patria: «En Revolución, los métodos han de ser callados; los fines, públicos».

¿Qué ocurrió el 5 de enero de 1892, hace 115 años? Martí presidió, como representante de las agrupaciones patrióticas de Nueva York, la reunión a la que asistieron también los presidentes de la mayoría de los clubes y personalidades representativas de la emigración de Cayo Hueso y Tampa.

Se discutieron allí ampliamente las bases y los estatutos secretos del Partido Revolucionario Cubano, que resultaron aprobados en principio, pues debían ser discutidos luego por los integrantes de la mayoría de los clubes, en todas las localidades del extranjero. Por eso quedó constituida una Comisión Recomendadora de ambos documentos, presidida por Martí y con Francisco María González como secretario.

Dos días antes, el Maestro se había reunido con José Francisco Lamadrid, José Dolores Poyo y Francisco Figueredo —hombres de su entera confianza—, dirigentes de la llamada Convención Cubana. A ellos expuso sus ideas sobre la organización revolucionaria definitiva que él consideraba necesario conformar.

Al día siguiente les presentó un esbozo escrito por él de los documentos que debían regir la nueva organización: sus bases clandestinas. Los cuatro luchadores discutieron pormenorizadamente los detalles y coincidieron en los principios esenciales que orientaban el proyecto.

Fue entonces el día 5 cuando tales principios se aprobaron, como lo especificaba su artículo primero, para lograr «la independencia absoluta de la Isla de Cuba, y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico».

Al encuentro, en Cayo Hueso, asistieron representantes de «todas las asociaciones organizadas de cubanos independentistas que aceptaban su programa y cumplirían los deberes impuestos por él», como establecían sus estatutos secretos.

El Apóstol, hasta ese año 1892, había anunciado y alertado desde la prensa y la tribuna los peligros que acechaban a nuestra América. Con el PRC comenzó la obra de unión de diversos intereses del pueblo cubano en torno a la independencia de Cuba.

Aquel resultó ser un encuentro emotivo, a puertas cerradas, francamente clandestino, en el que estuvieron representados legítimamente los cubanos que querían patria y libertad. Eran solo 27 hombres, pero dignos representantes seleccionados para aquella asamblea constituyente del nuevo Partido. Catorce de ellos integraban la citada Convención Cubana a la que pertenecían Lamadrid, Poyo y Figueredo.

Tal organización, también secreta, se fundó en septiembre de 1884 y se llamó inicialmente Club Carlos Manuel de Céspedes, para apoyar el plan Gómez-Maceo, aunque públicamente se reconocía como Sociedad Cubana de Cayo Hueso. Funcionó hasta 1886, y el 18 de agosto de 1889 resurgió como Convención Cubana. José Martí no la conoció hasta los días precisos de la creación del PRC.

Aquel Partido fue, en rigor, el primero en América comprometido con hacer una Revolución y fundar una República. Decidieron oficializarlo en abril y el día 8 de ese mes se efectuaron en Cayo Hueso, en Tampa y en Nueva York las elecciones para formar su directiva. Martí fue electo Delegado —el cargo máximo— y Benjamín Guerra, Tesorero.

El día 10 las asociaciones de cubanos y puertorriqueños de esas tres localidades realizaron los correspondientes actos de su proclamación.

Una consecuencia directa de aquella reunión del 5 de enero de 1892 fue la idea de Martí de crear un periódico que fungiera como vocero oficioso del PRC, que se fundaría unas semanas después. Le puso por nombre Patria, y su primer número apareció el 14 de marzo de 1892, con las bases del Partido y el artículo programático Nuestras ideas.

«Patria nace para lo único que tiene derecho, para decir lo que está en el corazón de los revolucionarios (...)». Y precisó: «Patria debe preparar para la guerra y para la República a cubanos y españoles honestos».

GRANDEZA DE UNA OBRA

La creación de esa institución política no era otra cosa que la culminación de la ideología revolucionaria de Martí y síntoma inequívoco de que se iniciaba el período que inauguraba su magna tarea de lucha y de combate.

De ahí sobre todo el carácter secreto de las bases del PRC, un verdadero programa revolucionario. El primero de sus artículos aludía a los objetivos inmediatos del movimiento revolucionario cubano. En los artículos segundo y quinto se abordaba la lucha armada como medio de alcanzar la independencia y no como un fin en sí mismo.

En los artículos tercero, cuarto y sexto se hablaba del propósito a más largo plazo del movimiento revolucionario: la República que transformara completamente a la sociedad colonial y pusiera al país en condiciones de evitar los peligros externos.

El séptimo exponía la política que se seguiría con los pueblos vecinos y, dicho de modo implícito, naturalmente, con respecto a Estados Unidos; mientras que en el octavo aparecía el plan de acción inmediato para cumplir todos los objetivos trazados.

Junto con el General Máximo Gómez, el Apóstol vertebró todo un silencioso aparato que llegó a abarcar el país completo, con el que se comunicaba mediante comisionados seleccionados e instruidos por él para cumplir misiones estrictamente compartimentadas y secretas.

Fue aquel un sistema que se atuvo a las reglas más severas de la clandestinidad, con estructura piramidal en la que solo los jefes de cada grupo en las comarcas conocían a los integrantes de sus filas. Su Delegado era el periodista Juan Gualberto Gómez.

Ese espíritu de alerta y de combate resume el calibre de aquel Partido martiano, fundamento sólido del que hoy dirige la Revolución Cubana.

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