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Yo apruebo, tú apruebas... ¿Todos aprendemos?

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El promocionismo, la confianza en que siempre se va a aprobar y el paternalismo familiar, conspiran contra los propósitos del nuevo sistema de evaluación en Secundaria Básica de valorar a los alumnos de forma más integral y eficiente 

«Todo el mundo aprueba, hasta los que no asimilan nada. A ellos se les repiten las evaluaciones una y otra vez, y no salen del seis, aprueban “por los pelos”».

Anie Peña, alumna de la secundaria Álvaro Morell, y Alejandro Bebert, de la Gertrudis Gómez de Avellaneda, ambas de la ciudad de Camagüey, sienten que algo no anda bien en las aulas, al referirse a la inadecuada promoción que persiste pese a los cambios en esta enseñanza, que apuestan al logro de una formación académica más integral.

Mientras algunos padres agradecen que sus hijos no tengan que enfrentar un examen final, otros en cambio consideran un facilismo el método de preguntas diarias.

El nuevo rumbo de la Secundaria Básica motiva una marcada disparidad de opiniones respecto a la calidad del aprendizaje. Para algunos, es indudable que dos profesores en un aula de 30 estudiantes —uno para cada 15— es una ventaja. Otros añoran aquellos tiempos en que cada asignatura era impartida por un maestro.

El nuevo método de evaluación en la Secundaria Básica está recogido en la Resolución 226 de 2003 del Ministerio de Educación. En ella se deja claro que el proceso de medir los conocimientos tiene que ser de retroalimentación. Es un sistema que trabaja con el adolescente, requiere de un buen diagnóstico y una adecuada estrategia de intervención.

Durante una indagación periodística de este diario en escuelas de Ciudad de La Habana, Camagüey y Cienfuegos, los estudiantes se refirieron a la asimilación del contenido.

«La verdad es que con esta fórmula no todos captamos igual ni lo suficiente, aunque al final eso no importa mucho, pues siempre vas a aprobar», dijeron algunos.

Los nuevos métodos deben garantizar una valoración sistemática e integral del alumno a partir de evaluaciones orales y escritas, y trabajos prácticos que propician la búsqueda de información sin ayuda del profesor.

Un sondeo entre un centenar de padres de alumnos de Secundaria en los territorios mencionados, arrojó que, aunque la mayoría ponderan sus beneficios, algunos consideran riesgoso que dependa esencialmente de la preparación y vocación ética y pedagógica de los profesores.

Benito S. Chávez, profesor de una sede universitaria y padre de un alumno de noveno grado en Cienfuegos, defiende el actual modelo pedagógico de la Secundaria porque, en su opinión, acrecienta el autoaprendizaje del alumno, su independencia y el estudio individual.

«Es bueno —afirma— pero necesita muy buena preparación del personal docente, que no siempre la tiene, como tampoco la experiencia para aplicarlo en toda su dimensión. Supone un cambio de mentalidad para él, estudiantes y padres.

«Por otro lado, requiere del escolar un alto nivel de concentración al cual no está acostumbrado. Se enfrenta a un proceso de aprendizaje inédito, que será efectivo en la medida en que se afiance por parte de pedagogos y alumnos».

Benito se declara en contra de repetir una y otra vez una pregunta hasta que el muchacho sepa la respuesta, y acota: «Hay diferentes niveles de aprendizaje. El educando debe transitar del reproductivo al productivo, y de ahí al creativo. Hay que adecuar la interrogante para que el niño vaya asimilando los niveles de asignaciones en dependencia del objetivo. No se trata de reiterar lo mismo, sino de buscar otras maneras para que interiorice el conocimiento».

La cara oculta de una resolución

Los resultados del sondeo aplicado por este diario en las tres provincias mencionadas apuntan que el nuevo método evaluativo ha despertado confianza en que siempre se va a aprobar, además del paternalismo familiar y el promocionismo, fenómeno este último que hizo sus mellas en otras épocas en el sistema educacional del país.

Odalis Rodríguez, profesora general integral (PGI) de la escuela Álvaro Morell, y con más de 20 años de experiencia, explicó que «la Resolución 226 posibilita la participación de docentes y alumnos, de manera individual y colectiva, en la toma de decisiones acerca del criterio de evaluación del escolar, tanto cualitativo como cuantitativo».

Comentó que el sistema tiene un carácter permanente y sistemático. «El pionero es evaluado en su componente instructivo a través de la observación del desempeño dentro del aula, preguntas escritas, tareas, revisión de libretas, trabajos prácticos y experimentales».

—Entonces, ¿el sistema no admite desaprobados?

—La 226 está diseñada para que ningún alumno desapruebe. Si él asiste a la escuela y recibe las clases, por lógica debe aprender y pasar de grado. Son tres invariantes de la resolución: asistes, aprendes y promueves.

—¿Invariantes que aseguran que siempre se aprende?

—Hemos ganado en que el alumno esté ocupado dentro del aula recibiendo un contenido, adquiriendo hábitos y habilidades; incluso que no esté en la calle, pero realmente esto no significa que siempre se aprenda.

«La Resolución ha sido efectiva en el logro de muchos objetivos, pero, también, junto a ella ha renacido cierta confianza en que siempre se va a aprobar, el paternalismo familiar y el promocionismo, incluso en aquellos casos que sabemos que poseen un bajo coeficiente de inteligencia y que necesitan una atención especializada».

A esta opinión se sumaron los puntos de vista de otros profesores, entre ellos, la PGI Gladis Sarmiento, de La Avellaneda, en Camagüey: «Hay que atender la diversidad del estudiantado y esto no siempre funciona así. Tenemos escolares con serias dificultades en el aprendizaje, y con una apropiación del contenido más lenta que la generalidad».

Criterios contrapuestos

La indagación periodística de Juventud Rebelde también arroja que debe valorarse la implementación nuevamente de trabajos parciales o intersemestrales que evalúan un período, arrojan resultados generales y preparan al alumno para futuras pruebas.

Para Magalys Chaviano, periodista cienfueguera y mamá de una estudiante de séptimo grado, repetir la misma pregunta hasta que el niño domine el contenido no es un facilismo. «Al revés —dijo— es un método de enseñanza por repetición».

Con ella coincide Ismaray Isaac, PGI de la José Luis Arruñada, de la capital, quien afirma que al evaluarse periódicamente, sus alumnos tienen que estudiar a diario.

«Con una prueba final, les sería más trabajoso, porque tendrían que estudiar la materia de todo un curso. Para nosotros también es mejor, pues nos damos cuenta temprano cuál estudiante domina el contenido, si tiene dificultades para expresarse o si aún es insuficiente la base que traen de otros grados. Con eso se puede trabajar cotidianamente».

La PGI agramontina Gladis Sarmiento, aunque no deja de reconocer esas virtudes, sostiene que está probado que ello no es suficiente.

«Se necesita implementar de nuevo los trabajos parciales o intersemestrales. Ambos, recorrido y examen, pueden integrarse al escalafón final y mostrar el conocimiento real del niño».

Entrevistas realizadas al azar a padres y estudiantes tocaron el escabroso tema de la preparación del PGI. «Les falta mucha profesionalidad. El que tiene experiencia dentro de un aula resiste, pero ¡cuántos jóvenes se van de Educación, porque no aguantan “el tren de pelea!”», comentó Mario, padre de dos niños de Secundaria.

Otra madre, Migdalia Socarrás, agregó que «hay quien es muy bueno en Ciencias, pero en Letras no, y este es uno de sus principales problemas. Por algo los profesores que dan clases por la televisión sí son especialistas».

Pero Aracelis Campanioni, metodóloga, aportó un detalle interesante: «A veces no se hace una correcta entrega pedagógica por parte del maestro de Primaria. Luego llegan a las secundarias niños con problemas, que requieren una atención especializada que no está en manos del PGI».

Confesiones de un director

La mayoría de los participantes en el sondeo de JR opinaron que lo más preocupante es que el nuevo sistema evaluativo tiene una dependencia esencial de la preparación del maestro.

En la secundaria José Luis Arruñada, de la capital, la mayoría de sus profesores son muy jóvenes. Según el criterio de su director, Osvel Gómez, ellos aún requieren de una mayor preparación para impartir varias asignaturas, lo cual también frena el aprendizaje de los alumnos e incide en la calidad y alcance de los procesos evaluativos.

«Los PGI reciben clases metodológicas, más la ayuda de los que poseen mayor experiencia docente. Pero es un proceso lento. Cuando se sistematice el trabajo con ellos, se podrá lograr un poco más de lo que se tiene ahora».

—Hay alumnos que alegan que es difícil mantener la atención a las clases por televisión.

—Cada video dura 35 minutos. El resto del turno es para que el profesor refuerce ese conocimiento que el niño no entendió, o en el que se quedó atrás. Él tiene que haberse preparado con anterioridad, debe haber visto las videoclases, no puede improvisar en el aula.

—Pero algunos profesores refieren que no tienen tiempo para verlas antes de la clase...

—Es cierto, el tiempo es bastante corto para los profesores, sus responsabilidades son muchas.

—Las clases prácticas de años atrás se han perdido...

—Antes, la clase práctica era en vivo, ahora se ve por televisión o en el software educativo. Según las posibilidades de la escuela y el profesor, se puede hacer algún experimento.

«Años atrás teníamos un especialista para cada materia. Hoy un PGI las imparte todas, y puede ser, por ejemplo, que tenga potencialidades en Español y no en Química, y no sepa cómo realizar un experimento. Con este método se han ganado cosas y se han perdido otras».

Todos para uno... ¿uno para todos?

Otra forma de medir el aprendizaje de los estudiantes es el trabajo práctico. En las secundarias visitadas, los alumnos coincidieron en que todas las asignaturas los tienen, pero que muchas veces hay que realizarlos al mismo tiempo y allí es donde comienzan los problemas.

«Si es en equipo nos ayudamos y nadie desaprueba. El profesor nos diferencia en la exposición, hay quien coge seis y siete, pero el diez hay que ganárselo en la defensa del trabajo. Cada quien pone lo que puede: unos, las hojas; el otro, la carátula... y queda de maravillas.

«Pero si es personal, allá va eso. Es como un concurso por traer el trabajo más lindo. Incluso hay papás que pagan a particulares para que se lo impriman en una computadora. Por suerte, a muchos de nosotros nos los exigen manuscritos», dijeron buena parte de los encuestados.

Varios estudiantes de la Gertrudis Gómez de Avellaneda, en Camagüey, criticaron esa práctica de ciertos padres. «Lo triste es que hay maestros que solo miran la presentación», afirmaron molestos.

En sentido general, los estudiantes consideran que el trabajo práctico establece una variación sustancial con la Primaria, donde rige el sistema de pruebas finales, y eso los hace sentirse más maduros y responsables.

Pero hay quienes no están de acuerdo con esta fórmula. Sobre todo los más aventajados, quienes se sentirían seguros ante el reto de una prueba final, que establecería jerarquías cognitivas y los situaría en un lugar cimero del escalafón.

La queja fundamental es que mediante el trabajo práctico se favorecen con «la técnica de poner en nido ajeno», como acuñó un muchacho, «los menos inteligentes o estudiosos, quienes en realidad no aportan nada a tales materiales».

Armando Sáez, alumno del centro Luis Pérez Lozano, del barrio de Pastorita, en Cienfuegos, explica: «El aula de 30 alumnos es dividida en dos subgrupos de 15 para determinados trabajos prácticos. Pero realmente solo uno o dos participamos en su elaboración.

«Luego, al discutirlo —si es que se hace—, de reunir todos los requisitos docentes, obtienen el máximo lo mismo el que se “quemó las pestañas”, que quien solo hizo número».

Una alumna de octavo grado de la escuela Juan Olaiz, del barrio de La Juanita, también en Cienfuegos, resumió una inquietud que se hizo palpable en la investigación de este diario: «Está sucediendo algo en verdad penoso. Algunos profesores califican mejor a quienes les llevan un refresco o una merienda, aunque sepan que no hicieron nada en el trabajo práctico, que a quienes lo hacen y defienden».

Magalys Chaviano, mamá cienfueguera, sostiene que «los niños inteligentes, a quienes les gusta buscar datos y analizar, asimilan más con este método. Son mucho más independientes, desarrollan habilidades por sí mismos, pues la forma de evaluación los incita a la investigación.

«Aunque por lo general es solo uno el que hace el trabajo. Ese aprende, pero la mayoría se fija por él. Otros les encargan el texto a sus padres, que se los dan ya acabado, escrito e impreso en computadora. Hay profesores que no ponen ningún reparo a ello.

«Así el estudiante no pone a juicio ni su ortografía, ni su redacción. Pienso que debería exigirse, por ley, la redacción a mano del trabajo. Esto ha llegado a un nivel que incluso ciertos maestros consideran el manuscrito como un desinterés del niño, y no como un valor agregado de que lo hizo él, con su puño y letra, y no otra persona».

Independencia vs. paternalismo

Otro fenómeno, a tenor con la pesquisa de JR, es el creciente paternalismo familiar.

Para la joven Miklay, «ayudar no es cometer un fraude. Depende también de lo que el padre entienda por “ayudar”, que no es hacerle el trabajo a su hijo, sino orientarlo. La familia en esos casos le corta el aprendizaje al muchacho».

Hasta dónde se pueden complicar situaciones como esas, fue narrado por Doraisy Cutiño, PGI de la escuela Noel Fernández, de Camagüey: «Hace unos meses una madre “ayudó” tanto a su hijo que este obtuvo en la discusión seis puntos. Ella reclamó que cómo era posible esa nota, si prácticamente lo había hecho ella. Hubo que demostrarle su error y se fue apenada. Pero ¿actuarán así todos los PGI?».

El profesor Oslery Barrios, de Ciudad de La Habana, asegura que sus alumnos obtienen seis o siete puntos por participar en la confección del texto. El resto va en su exposición. «Eso los obliga a estudiar, porque el trabajo lo pueden hacer por un compañero, pero si aspiran a coger diez, saben que deben estar preparados».

Al respecto, Natividad Ramos, jefa de grado de la Noel Fernández y con 32 años de experiencia, aseguró: «El rol principal lo juega el maestro, de él depende que se materialicen actitudes fraudulentas. A veces la familia ha equivocado su papel convirtiendo la ayuda en un fraude».

«Creo —señaló la PGI Gladis Sarmiento— que si bien los padres están más comprometidos con sus hijos, pues estos deben estudiar diariamente, se ha abierto la puerta al fraude familiar, al falso compañerismo y a una competencia de quién lo hace más bonito».

Los puntos sobre las íes

El cambio más radical y profundo de las transformaciones educacionales se realizó en la Secundaria Básica. Esta afirmación la sustenta Berta Fernández, viceministra de Educación, quien afirma que en el centro de todo está la nueva figura del Profesor General Integral (PGI). De su actuar dependerá en buena medida el éxito del modelo.

Acerca del sistema de evaluación, la funcionaria aseguró que ese es un elemento complejo en cualquier metodología. Para regirlo se estableció la Resolución 226 de 2003, en la cual queda bien claro que un docente con 15 alumnos puede brindar una atención más personalizada.

«Teóricamente ese PGI debe transitar con sus estudiantes de séptimo a noveno. No siempre ocurre así, estamos en el quinto año de las transformaciones, y es un proceso.

«La evaluación debe ser integradora. Decimos que tenemos que preparar al pionero para la vida, y la vida no se da en partes, es un todo. Si en una pregunta vinculo la Historia con la Geografía, estoy integrando contenidos».

—¿Qué ventajas y dificultades posee la nueva evaluación?

—Es más sistemática e integradora. Es permanente y por concepto cada día debemos evaluar a todos los estudiantes, lo que no significa que tiene que ser la misma asignatura.

«Un alumno puede tener tantas evaluaciones como las que necesite. Quizá en un mes uno tenga 12 y otro 15, porque nuestra aspiración es que todos los estudiantes venzan los objetivos del grado, y todos no lo hacen en igual tiempo.

«¿Hoy todos los alumnos de Secundaria promueven? No. ¿Hay algunos que deben repetir? Sí. ¿Ha decrecido esa cifra? Sí. El sistema será eficiente el día en que todos aprendan con calidad y por ende, promuevan. Es un deseo, hoy no es así».

—¿Por qué es todavía un deseo?

—En las visitas que hacemos a las escuelas, hemos comprobado que no todo lo que dice la Resolución se hace. En las secundarias hay más de 35 000 PGI que están frente a un grupo, y no todos logran aplicarla con la eficiencia que se quiere, porque no la interpretan de la misma forma.

«Lo primero que es necesario mejorar es el diagnóstico integral del estudiante, que es clave para diseñar el sistema de evaluación. Yo tengo que conocer qué sabe y qué no sabe ese niño, cómo vive, con quién, su salud. Esos son elementos que influyen en el aprendizaje.

«Debe ser una valoración sistemática. Cuando uno mira el registro de un profesor y ve que todos sus alumnos poseen la misma cantidad de evaluaciones, es que no hubo individualización, porque cada cual requiere de un número de preguntas acorde con sus objetivos no vencidos.

«Tampoco se desarrollan todas las vías establecidas para evaluar. Se ve un predominio de las preguntas orales y escritas y se emplean menos el seminario integrador, la revisión de la libreta y las tareas integradoras.

«La 226 habla de trabajos experimentales y hay quien cuestiona: “¿Y dónde está el laboratorio?”. Pero si yo mando a una pionera a que me describa cómo su mamá lava el arroz en su casa, ella está observando el proceso de separación de mezcla que se llama decantación. Eso es una tarea experimental. La vida está llena de fenómenos, y actúan leyes de la naturaleza, pero eso se emplea poco.

«El profesor debe evaluar también el aspecto educativo a través de indicadores como asistencia, actitud ante el estudio, disciplina, uso adecuado del uniforme y los atributos pioneriles, las actividades patrióticas, el cuidado de la propiedad social y del medio ambiente.

«Los exámenes escritos no se eliminaron totalmente. De hecho, el director de la escuela puede determinar hacerlos a criterio en los grupos y con la frecuencia que estime».

—Un buen número de escolares y padres ven en los trabajos prácticos una nueva forma de fraude...

—El docente muchas veces se acomoda a recoger el trabajo práctico sin exigir la exposición, aunque esta no es obligatoria. Debe ser escrito a mano para medir la ortografía, la redacción, la caligrafía. Así es como lo estamos pidiendo.

«Si yo tengo 15 alumnos, conozco sus formas de expresión. Si tengo dudas de que alguno no haya participado en la elaboración del texto, puedo hacerle otra comprobación aparte. Incluso, puedo orientar que el trabajo se realice entre varios alumnos o de forma individual».

—Hay criterios diversos acerca de las teleclases y las videoclases...

—Un PGI puede impartir todas las asignaturas porque cuenta con esos medios, además de los softwares educativos. Hay que añadir que en estos momentos se preparan otras video-clases (las actuales ya tienen cinco años), para actualizarlas, con nuevos elementos de la ciencia y la técnica, y vincularlas a los softwares educativos.

«No todo se está haciendo bien», dijo la viceministra. Significó que existen vías para que los jóvenes educadores perfeccionen sus métodos evaluativos. «En su formación hay una nueva asignatura en la que aprenden a trabajar con los documentos normativos de la Secundaria.

«Esta nueva iniciativa se une a que, a partir de segundo año de la licenciatura, el PGI tiene un tutor que lo enseña en la práctica a aplicar esto, además de la responsabilidad del jefe de grado y el director de la escuela con ellos».

Acerca del concepto manejado por numerosos encuestados de que el nuevo sistema evaluativo está diseñado para que ningún alumno desapruebe, Berta explicó que, «si se hace bien, todos los estudiantes deben vencer los objetivos. Quizá no todos lo hagan con los mismos niveles, porque tienen diferentes aptitudes. El éxito del profesor sería llevar a sus 15 niños a las máximas potencialidades.

«La Resolución 226 tiene invariantes, es decir, contenidos que no deben dejar de evaluarse en cada asignatura. El alumno que domine todas las invariantes de un grado, es porque conoce los libros de texto de ese curso, y precisamente una de las dificultades que vemos es que no se miden todos los objetivos.

«Hay una tendencia ascendente en el aprendizaje, pero no hemos llegado a cuatro veces más, como se pretende. Matemática, por ejemplo, está en 1,8 veces más.

«Darle un tratamiento diferenciado al alumno no es repetirle lo mismo múltiples veces, sino tener identificados los contenidos que no domina y llevarlo, con métodos adecuados, a que logre apropiarse de ellos. ¿Cuántas interrogantes necesito para eso? Depende del alumno. No tienen que ser siempre preguntas, pueden ser otras actividades.

«Antes había dos trabajos de control y una prueba final. Pero eso no era garantía de que no hubiera fraude. Había maestros que, días antes de la prueba, daban un “repaso” que incluía las preguntas que iban a salir en el examen.

«La clave está en el docente. Este sistema lleva más trabajo para todos. He visto a profesores de experiencia aplicar bien el método y a otros mal, porque en su aplicación tienen presente el viejo modelo.

«Lo mismo sucede con los jóvenes. El 47 por ciento de nuestra fuerza laboral está en formación. Los tenemos que enseñar. Por lo regular, cuando se visita a uno que está en cuarto o quinto año de la licenciatura, observa condiciones en su trabajo distintas a los de primero o segundo, a quienes les cuesta más esfuerzo. Eso es real. Hay algunos que despuntan muy bien, pero no es la regularidad».

 

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