Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Entre Cangamba y Kangamba, los mismos cubanos

Entre la batalla y el filme hay un mismo y único hilo conductor: los cubanos en el irreversible camino de levantarse frente a las dificultades

Autor:

Juventud Rebelde

Es la quinta vez que escribo sobre Cangamba. La primera fue en 1984, al reseñar una reunión del Partido Comunista de Cuba en las Fuerzas Armadas Revolucionarias, en la que el General de Ejército Raúl Castro reveló por primera vez los pormenores de la heroica resistencia de aquel puñado de valientes, constreñidos a un espacio físico menor que el de un campo de fútbol. Pero la alusión solo pudo ser mínima.

La segunda fue en 1987, durante una reunión de militantes de la Unión de Jóvenes Comunistas en las FAR, a la que asistía como invitado el coronel Fidencio González Peraza, comandante de aquellos defensores que indicaban al país, en pleno apogeo de la era Reagan, cuál debía ser la actitud de una zona de defensa que quedara aislada en condiciones de ocupación.

Un año después volví a escribir, a propósito del quinto aniversario. Entrevisté al entonces mayor Fernando Fuentes Rivero, segundo jefe de la epopeya, condecorado con la medalla Ernesto Che Guevara de Primera Clase. Fui a buscarlo a su hogar, muy humilde —valga subrayarlo aunque parezca lugar común. Fue una de las entrevistas más difíciles que he realizado en mi vida. El hombre, hermético y pudoroso en los detalles, solo atinaba a describir la hazaña colectiva en sus planos más generales.

El periodista era recibido como un curioso indeseado que podía no saber ni imaginarse qué cosa era un pacto de hombres dispuestos a morir luchando. Hasta que le revelé que yo conocía de la existencia de una carta del Jefe de la Revolución a los combatientes cercados en Cangamba. Fue como encontrar la llave de todos los recuerdos. Fuentes desgranó su historia —tercer escrito—, que al final se publicó mutilada, porque daba las claves de un largo combate que en ese instante entraba, en Cuito Cuanavale, en su andanada final.

Guardé las notas. Son el tesoro y la mejor verdad de cada periodista. Años más tarde las desempolvé para escribir por cuarta vez sobre aquel casi olvidado rincón de África donde se habían puesto a prueba los principios y la ética de una revolución y sus líderes. Venía de haber vivido, como corresponsal, la peor de las guerras que había reportado: el derrumbe soviético.

Esta es la cuarta escritura, hasta hoy inédita:

Andrei Kudriatsev pilotea un AN-26. Lo hace casi a diario en las trazas aéreas militares del Lejano Oriente ruso. Todos los días ve a Japón entre las nubes y desea refugiarse en su hogar de Jabarovsk, donde un bebé lo espera. Antes estuvo al timón de un Su-27 y hasta fue número en Afganistán del piloto de combate Alexander Rutskoi, entonces defenestrado vicepresidente del país.

De flaco es casi escuálido. Tiene grandes cicatrices en el cuello y la base del cráneo de las heridas recibidas al catapultarse. Y tiene una herida muy honda y que no cicatriza en el corazón.

Fue en un cerco... «los mojahidines tenían rodeados como a cien muchachos nuestros. Nos dieron la orden de impedir a toda costa su captura. Héroes sí, prisioneros no. El que se negara a cumplir la orden le aplicaban el reglamento de tiempo de guerra. Fui, cerré los ojos y tiré los cohetes...».

Andrei llora amargamente, tiembla encogido con el cigarro entre los dedos y apura de un golpe un vaso de alcohol. Levanta los ojos y dice: «los muchachos pensaban que íbamos a apoyarlos»... ¡hasta los veía haciendo señas con los brazos!... y las lágrimas vuelven a ahogarlo...

... Fernando Fuentes está agotado. Lleva varios días cercado, sin agua ni alimentos. La UNITA y el ejército sudafricano han lanzado sobre la 32 Brigada de Infantería angolana de Cangamba todas sus fuerzas. Noventa y un cubanos se baten en espera de los refuerzos que tratan de abrirse paso a través de una feroz cortina de balas.

La moral no ha decaído, pero la sitiada plaza de varios kilómetros cuadrados, donde los cubanos con sus muertos y heridos se defienden, se ha reducido al espacio de un terreno de fútbol. Los propios angolanos, alentados por la hombrada cubana, comparten trincheras y destino. La presión de los agresores es enorme cuando se escucha un ronroneo familiar y, seguido, unos truenos:

Los MiG-21 pasan sobre ellos banqueando las alas en saludo. Les siguen helicópteros y aviones An-26. Las balas silban en torno al fuselaje y lo perforan. Nadie tiembla. Trepan luego y se lanzan en picada a descargar sus proyectiles del otro lado. Disminuye la intensidad del asedio y los helicópteros logran entrar y dejan caer bultos con municiones y alimentos.

En uno de ellos viaja una carta de angustia y esperanza que Fuentes copia con los ojos llenos de lágrimas y que los soldados se la disputan cuando conocen quién la firma: «...no están solos. Les prometo que, cueste lo que cueste, no los vamos a abandonar... Fidel».

... El oficial soviético apaga el cigarro contra el cenicero, se traga el último sorbo de alcohol, seca con la manga de la chaqueta las lágrimas del rostro y dice: «¿me comprendes, periodista?».

Hoy escribo por quinta vez sobre Cangamba. Lo hago cuando esa voz sonora ha salido del anonimato y es conocida por millones de cubanos, cuando sus historias han sido bordadas por otros colegas y queda poco por revelar, cuando el coronel Peraza y sus oficiales y soldados son honrados como héroes por todo el pueblo. Y lo hago para evocar la reflexión sobre esta otra época de resistencia y combate a que nos invita la epopeya fílmica de Kangamba.

Como aquellos 91 cubanos, Cuba toda se ha batido estos últimos 25 años, reducida a veces al ínfimo espacio insular que ocupa, contra el mayor de los imperios, contra la perfidia y la traición, contra el oportunismo y sus mercenarios, contra nuestros propios errores y veleidades, contra los ataques de las oligarquías, de las derechas frenéticas, de las izquierdas claudicantes y timoratas, ¡y hasta contra los bestiales embates de la naturaleza! Es nuestro sino vivir en la pelea, y es nuestra obligación pelear bien —para vencer y vivir.

Kangamba es también un retrato del carácter y las pasiones de los cubanos. No exagera la ficción. Nunca un patriota cubano ha sido abandonado a su suerte. No lo fue Sanguily. No lo fue el cadáver de Maceo. No lo fueron las cenizas de Mella. No perdió Fidel a Roque en las turbulentas aguas del Golfo de México. No incumplió Raúl su juramento con Tassende en el Moncada. No dejaron de volver a su Isla los huesos de los caídos en África. Ni se perdieron los recuerdos en aquella tierra, que acoge hoy a un alto número de personas descendientes de cubanos: sangre que retornó a su fuente.

Pero por sobre todas las cosas, Kangamba enseña cómo hay que levantarse hoy frente a las nuevas dificultades. Porque entre la batalla y el filme hay un mismo y único hilo conductor: nosotros los cubanos, cuesta arriba y abajo, en un único e irreversible camino, que solo de nosotros depende acortarlo, ensancharlo, engrandecerlo, hacerlo seguro. Lo demás son palabras con las que los periodistas contamos el tiempo en que vivimos.

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