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Luz del viento en la finca de Rafael Rosales

Las prácticas agrícolas encaminadas a prescindir lo máximo posible del uso de combustibles fósiles, de las enormes y costosas tecnologías y del delirante consumo de productos químicos e insumos materiales han de ser el camino de Cuba

Autor:

René Tamayo León

La soberanía alimentaria se ha convertido en un asunto de seguridad nacional para Cuba y, por tanto, en una de las prioridades en la actualización del modelo económico que actualmente se implementa. No por casualidad es en el sector agrícola donde están teniendo lugar algunas de las transformaciones estructurales más relevantes de los últimos años.

Por lógica racionalidad económica y tecnológica —como la necesidad de aprovechar al máximo las cuantiosas inversiones e infraestructuras creadas en las pasadas décadas—, la política presente no obvia el cultivo intensivo en ciertas producciones; sin embargo, la estrategia parece encaminarse a la implementación y desarrollo de los sistemas agroecológicos.

Es un concepto que se intenta predomine en más de un millón de hectáreas de tierras ociosas que se han entregado en calidad de usufructo, en miles de fincas de pequeños agricultores, en parcelas de las periferias urbanas y pequeñas ciudades, y dentro de los patios de las urbes mismas, sin desdorar, por supuesto, las potencialidades que ofrecen las unidades básicas de producción cooperativa (UBPC), las granjas estatales y otras organizaciones productivas.

Las prácticas agrícolas encaminadas a prescindir lo máximo posible del uso de combustibles fósiles, de las enormes y costosas tecnologías y del delirante consumo de productos químicos e insumos materiales, se abrieron cauce en Cuba con el llamado período especial. Es decir, primero fue una necesidad sin elección, pero ahora es una elección necesaria.

La agroecología se ha convertido, más allá del imperativo circunstancial, en una decisión sistémica en la que van de la mano la sensatez económica, la responsabilidad ambiental y la conciencia cívica, pues el desarrollo sostenible es el único camino posible para la agricultura cubana.

Con visos de paradigma, su viabilidad radica en los cuantiosos recursos de conocimiento generados en las últimas décadas (con centenares de científicos e investigadores y miles de técnicos e ingenieros vinculados a la producción); en una plataforma institucional con organizaciones políticas, de masas, profesionales y científicas sinérgicas, y en la calidad de un sistema sociopolítico, una cultura y una idiosincrasia marcados por el bien común, abiertos al cambio y capaces de asimilar con rapidez los retos y solucionarlos con éxito.

Por último, y no menos importante, se cuenta con un vasto patrimonio educativo, técnico y profesional a escala del individuo. Con un nivel de enseñanza promedio de entre 9no. y 12mo. grado, la mayoría de los cubanos están adiestrados y predispuestos —por el cúmulo de conocimientos generales adquiridos— a asumir con agilidad las nuevas tecnologías y prácticas culturales, e incorporarlas, adaptarlas a las condiciones de su entorno y generar nuevos métodos y mecanismos.

Estadísticas de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP) indican que hoy más de 110 000 campesinos practican esas técnicas en los cultivos y la crianza de animales, y otros miles ya apuestan por estas. Entre ellos está la finca de Rafael Rosales. Miembro de la cooperativa de crédito y servicios Rafael Montalbán, es un emblema de estas prácticas en el municipio de Palma Soriano, Santiago de Cuba, pero también del país.

—¿Cómo llega a la agroecología?

—En el año 2000, con el inicio del movimiento agroecológico Campesino a Campesino, de la ANAP.

—¿Y antes qué?

—En 1992 me hice cargo de la finca a tiempo completo. Desde entonces hasta el 2000, aplicaba los métodos tradicionales de cultivo: fertilizantes químicos, quema de los residuos de cosecha, laboreo intensivo. Llegó un momento en que las producciones eran casi nulas, el suelo se había erosionado y empobrecido y la incidencia de plagas era muy alta.

—¿Después?

—Una evaluación de los resultados productivos durante los diez años anteriores a la agroecología y el presente, arrojó que ahora los rendimientos están por encima del 50 por ciento, hemos recuperado terrenos con más de 50 años de labranza que prácticamente estaban sin materia orgánica, y reportamos una baja incidencia de plagas y enfermedades.

—¿Qué principios y tecnologías emplea?

—La recuperación, preservación y mejoramiento de los suelos, el manejo integrado de plagas y enfermedades, no aplicar productos químicos, sembrar en curvas de nivel y contra las pendientes, levantar barreras vivas y muertas, no quemar residuos de cosecha, aplicar materia orgánica, humus, intercalar y asociar cultivos, el arrope y la optimización en el uso del agua, la recolección del agua de lluvia, la polinización con abejas… La lista sería larga. Todo favorecedor de los rendimientos, amigable con la naturaleza y que ahorra energía y dinero.

—¿Qué tecnologías propias se han desarrollado en su finca?

—Producimos el humus de lombriz, los abonos orgánicos y también nuestras semillas: hemos ido determinando cuáles son las variedades más resistentes a las plagas y las enfermedades y las más adaptadas a nuestras condiciones. Elaboramos, además, nuestro propio bioestimulante, un producto natural —el RAFLIN 2002— reconocido por el Fórum de Ciencia y Técnica, y ahora estamos preparando el expediente de una metodología que hemos desarrollado para el cultivo de rosas que triplica la cosecha y tiene un gran impacto ambiental, al prescindir de los tutores; es decir, las varas para amarrar las plantas, pues algo más de medio millón de estas (una sola hectárea requiere miles) significan alrededor de una hectárea de bosque que hay que cortar o de plantaciones que hay que sembrar y luego talar.

«Debo agregar también, que en todo este esfuerzo no estamos solos; contamos con la asesoría del Centro de Reproducción de Entomófagos y Entomopatógenos municipal, la Empresa de Semillas, la Estación Provincial de Investigaciones de la Caña de Azúcar, la Asociación Cubana de Técnicos Agrícolas y Forestales y otras instituciones, incluyendo la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre».

—La familia se ha convertido en un elemento clave en el desarrollo de la agricultura sostenible en Cuba. ¿Cómo asimiló la suya este cambio?

—La incorporación de la familia es fundamental; nos posibilita a todos desarrollarnos técnica y espiritualmente. Asumimos nuestro rol como promotores y extensionistas, divulgando estas prácticas entre otros campesinos, y trabajamos con los alumnos de un preuniversitario cercano. Incluso aquí hicieron su trabajo de tesis dos técnicos de nivel medio y una ingeniera.

—La instalación en su finca de un aerogenerador eléctrico viene a cerrar un poco el ciclo ecológico de producción y vida de usted y su familia…

—Nunca habíamos tenido corriente eléctrica. Nos alumbrábamos con faroles chinos, candiles… Con el apoyo del Fórum de Ciencia y Técnica, que nos suministró los equipos de manera gratuita —solo aportamos la madera para las aspas y algún que otro tornillo, tuerca y perfil metálico—, empezamos la instalación de esta tecnología creada por Dámaso Félix Rodríguez Hernández (Felito), un guajiro espirituano muy innovador. Ahora, además de luz, tenemos funcionando casi todos los equipos domésticos necesarios.

«Consumimos una electricidad de buena calidad y el desarrollo es insuperable. Hoy puedo afirmar que en nuestra finca hasta el viento que cruza se utiliza. Finalmente pude decirle adiós a la oscuridad y dar la bienvenida a otro sistema ecológico para continuar adelante en nuestro largo camino hacia el desarrollo sostenible».

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