Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Ciego de Ávila, la provincia joven

Su surgimiento como provincia estuvo signado por la huella de los jóvenes. Ese sello ha llegado hasta el presente marcado por una fecha gloriosa como la del 26 de Julio

 

Autores:

Osviel Castro Medel
Luis Raúl Vázquez Muñoz

CIEGO DE ÁVILA.—En la ciudad de Ciego de Ávila, la Avenida de las Flores termina frente al estadio José Ramón Cepero. Ahora, a las 5:00 p.m., el bullicio de los autos se aplacó y el calor del día, a veces insoportable, parece dar un respiro. Entonces los vecinos salen a la acera y permanecen un rato conversando o sencillamente en silencio en los portales de las viviendas— engalanados con adornos caseros y las banderas cubanas y del 26 de Julio.

Ante nuestra vista aparece una parte del reparto Vista Alegre. Es una sucesión de casas de mampostería, muchas de dos plantas, que acompañan las calles hasta entroncarse con los edificios de nueve plantas del macrodistrito C. A cierta distancia, esas edificaciones parecen unos monolitos de color marfil, que se bañarán de tonos grises después de un fuerte aguacero.

Esa es la imagen de hoy. Porque en este momento nuestra imaginación —y de cierta forma también nuestros ojos— viajan 50 años atrás, y esa aglomeración de casas desaparece para convertirse en un potrero con ranchos bajos y aislados, de tablas y techos de tejas, todos con sus pisos de tierra y cemento y con sus patios grandes en los alrededores. No existe edificio alguno, ni la Sala Techada de la capital provincial, ni las carreteras. A lo lejos se ve la línea del ferrocarril y las primeras casas de la ciudad. Es el Ciego de Ávila de 1959.

Los años duros

La chispita salió disparada contra la cuneta. En medio de la oscuridad, al caer, el único miedo que tuvo Audel García González fue que los hierros no aplastaran sus piernas. Se incorporó y casi a tientas ayudó a sus compañeros a levantarse. Las ruedas de la chispita emitían un quejido metálico mientras daban vueltas sin cesar.

«Fueron como tres veces —cuenta medio siglo después—. Algunos compañeros tuvieron un poco más de accidentes que yo y otros también padecieron de menos suerte. Eran los primeros años de la Revolución por acá por Ciego de Ávila. No teníamos carro, ni teléfonos, debíamos movernos casi siempre a pie o en “botella”, y era muy normal levantarnos a las 6:00 a.m. y acostarnos por la madrugada».

En aquella época, Audel García González tenía apenas 20 años y era el presidente de la Asociación de Jóvenes Rebeldes en la región del central Stewart, que hoy comprende al municipio avileño de Venezuela. Recuerda con nostalgia esos años duros, porque «uno se sentía útil, a pesar de que caías como una piedra en la cama y pasabas más trabajo que un demonio». Fueron esos los tiempos, sobre todo en 1976, cuando Ciego de Ávila comenzó a surgir como provincia, un nacimiento que tuvo rostro joven.

«Detrás de cada piedra de lo que es hoy la provincia avileña estuvo la juventud. Eso lo puedo asegurar sin ánimo de chovinismo alguno —dice Audel—. La región antes de 1959 tenía una economía fuerte, con talleres ferroviarios, colonias cañeras, centrales; pero unos niveles de inequidad y de desempleo tremendos. La principal fuente de empleo era la zafra y solo duraba pocos meses, tres o cuatro a lo sumo. Lo demás era tiempo muerto. El nivel de analfabetismo y de insalubridad era muy grande. Tú veías cada escena en los bateyes de haitianos o las casas de familia de isleños, que partían el alma.

«Aquello había que cambiarlo y quienes lo hicieron fueron los jóvenes. Miren, a veces había cosas que daban dolores de cabeza. Cuando la primera campaña contra la polio, muchas familias no querían que les vacunaran los muchachitos. Decían que con las vacunas y las pastillas les iban a lavar el cerebro.

«Otra “dura” fue cuando Fidel indicó que había que ponerles espejuelos a todos los ancianos y los pobres con problemas en la vista. Iba a comenzar la Campaña de Alfabetización y esas personas debían estar en condiciones de asistir a las clases. Tuvimos que hacer un censo por todas las comunidades y se hizo a pie porque no teníamos carro. Recuerdo que una vez estuvieron seis horas localizándome y no me encontraron porque no había teléfono, y uno andaba a campo traviesa por todos esos terraplenes.

«Sí, era duro, pero se disfrutaba. ¡Qué manera de hacer maldades! Además, formábamos unas “tánganas”… Jefe que no hiciera bien las cosas y no diera el ejemplo, quien le caía encima era la Juventud. Incluso hasta lo quitábamos del puesto. Eso sí: teníamos que dar el ejemplo. Cuando tú tienes la moral, puedes mirar de frente y el Partido era el que nos tenía que aguantar. La Revolución es una cosa alegre, por eso tiene que ser de los jóvenes, soltarlos para que hagan cosas. Yo digo que es mejor aguantar un loco que empujar un bobo. Y esta provincia la hizo la juventud».

Migración con rostro joven

En 1976, cuando surgió la actual provincia de Ciego de Ávila, su población ascendía a 304 990 habitantes, lo cual representaba el 3,2 por ciento de la población del país. Esas cifras la ubicaban como la de más bajo peso demográfico de toda la nación, de acuerdo con las cifras estimadas hasta diciembre de 1977.

Sin embargo, los planes de desarrollo eran grandes y ya para 1978 el territorio estaba considerado como uno de los puntos fuertes en la producción azucarera de Cuba. Durante la década de los 80, el territorio llegó a rondar las 900 000 toneladas de azúcar. En la Agricultura se creó un importante plan lechero y de producción de cultivos varios, junto con el desarrollo de plantaciones citrícolas, que se completó con la construcción de un combinado industrial.

Con el sector educacional surgió una amplia red de escuelas primarias, centros internos y lo que sería el embrión de las universidades avileñas: el Instituto Superior Agrícola de Ciego de Ávila (devenido la Universidad Mayor General Máximo Gómez Báez), la Formadora de Maestros Josué País (hoy Universidad de Ciencias Pedagógicas Manuel Ascunce Domenech) y la Facultad de Ciencias Médicas (ampliada y convertida en la Universidad de Ciencias Médicas de Ciego de Ávila).

Ese crecimiento, y sobre todo la demanda de mano de obra, resultaron fundamentales para el crecimiento poblacional y, sobre todo, del sector joven del territorio. Entre 1980 y 1990 se llegó a registrar, en ocasiones, crecimientos por encima de las 5 000 personas, como el mostrado entre 1984 y 1985, cuando la población aumentó de 337 460 a 342 557 personas residentes en el territorio. Diez años después de su constitución, la población de Ciego de Ávila había crecido aproximadamente en más de 43 000 ciudadanos.

El licenciado Antonio Pérez Hernández, demógrafo de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) en Ciego de Ávila, dice que esos crecimientos sostenidos tuvieron un impacto en el volumen del sector joven de 0 a 15 años y de 15 años a 35, y que hoy debe ser tenido en cuenta en la pirámide poblacional del territorio.

«En sus comportamientos, sobre todo en el aumento del sector joven de 15 a 35 años, influyeron los nacimientos y las migraciones de otros territorios, sobre todo de la región oriental y de Camagüey y Sancti Spíritus, como provincias colindantes. Esa movilidad en buena medida era de personas jóvenes y en su momento implicó la creación de comunidades, como El Yarual, en el municipio de Bolivia», explica.

La llegada del período especial significó una desaceleración en el crecimiento demográfico, aunque este se mantuvo de forma sostenida en los últimos años. Hoy, al cierre de 2010 y de acuerdo con datos de la ONEI, Ciego de Ávila cuenta con una población residente de 424 245 habitantes. Dentro de esa cifra, el sector joven entre los 15 y 35 años contabiliza 119 298 individuos, y el de 36 a 60, supera los 200 000.

Para los especialistas, las cifras de la población avileña muestran comportamientos a tener en cuenta respecto al sector juvenil. En primer lugar, un decrecimiento de la fecundidad. En 2006 la población de 0 a 14 años representaba el 18,3 por ciento de los moradores; en cambio, en 2010 había bajado un punto al descender a un 17,3. Sin embargo, la población de 60 años en adelante crecía casi en dos puntos.

«Esa tendencia al decrecimiento de la población joven se mantiene a lo largo de estos años, influida sobre todo por la baja fecundidad —expresa Pérez Hernández—. Uno de los aspectos peculiares en el caso avileño es que los jóvenes apuntan a la mayoría en el campo con respecto a las zonas urbanas, donde sí existe una preponderancia al crecimiento de los grupos mayores de 60 años. Todo este cuadro es muy importante tenerlo en cuenta a la hora de pensar la economía y el desarrollo social».

Mantener vivo el 26

El cuadro estadístico muestra una realidad simbólica, que trasciende la simple lectura de las cifras. Y es que los avileños más nuevos no habían venido al mundo cuando esos accidentes y situaciones referidos por Audel García erupcionaron en la piel de recién nacida de Ciego de Ávila. Muchos de ellos tampoco existían cuando la provincia se vistió de rojo y negro para festejar, ante los ojos de todo el país, el 26 de julio de 1980.

Incluso algunos, como Yeneyd González Rodríguez, de 20 años, y Jenny Herrera Zamora, de 17; eran niños la segunda vez que esta tierra fue el centro, en 2002, de la conmemoración nacional de la efeméride vinculada al Moncada, al Carlos Manuel de Céspedes y a la Generación del Centenario.

Mas estos imberbes sienten que no se ha perdido la conexión entre aquella etapa fundacional, de constantes germinaciones, y esta, signada por la continuidad, según las palabras de Yeneyd.

Estudiante de Marxismo e Historia en la Universidad de Ciencias Pedagógicas Manuel Ascunce Domenech, Yeneyd expone que si la juventud avileña y la de toda Cuba en aquellos momentos tuvo tareas colosales, a la del presente le toca, entre otras cosas, mantener vivo el 26, algo que comienza con la profundización del estudio, las demostraciones de incondicionalidad y la búsqueda perenne de la eficiencia.

Ella y Jenny reconocen que los más jóvenes hoy aportan al desarrollo económico y social del territorio y eso «se puede ver en todos los frentes, desde el surco, la industria, las universidades o el turismo».

No obstante, opinan que para mantener esa prolongación de la obra hay que llegar al corazón de los jóvenes y enamorarlos de la historia nacional.

«Debemos llevar la fecha histórica a nuestra realidad diaria. Porque el Moncada, como dijo Fidel, fue un motor pequeño que echó a andar el motor grande. Ese motor grande hay que ponerlo a trabajar todos los días», reflexiona Yeneyd.

En esa línea, Wilsy Michel Fernández, de 30 años, profesor de la universidad Máximo Gómez Báez, señala que a la inmensa mayoría de esa masa verde biológicamente ha sido guiada con la «filosofía de la provincia», resumida en la frase «Sin perder un día».

En tanto, para la primera secretaria de la Unión de Jóvenes Comunistas en Ciego de Ávila, Nexy Véliz Naranjo, entender ese enunciado sacado de una frase del Generalísimo Máximo Gómez («El día que no haya combate será un día perdido o mal empleado») es uno de los retos de la juventud en el territorio, por encima de la pertenencia o no a las filas de la organización.

Y reconoce que en ese desafío es vital el trabajo político joven a joven, «diferenciado y directo en la base, en el surco, la fábrica y los centros de trabajo», porque la provincia tiene sus particularidades. Por ejemplo, es el sector de la salud el que más imberbes agrupa: unos 10 000. Otros frentes, como el transporte y el turismo, no rebasan, cada uno, las 700 personas menores de 30 años.

Agrega que otra de las batallas actuales está en fortalecer la formación vocacional hacia carreras agropecuarias de los muchachos de Ciego de Ávila.

«Hoy más de 200 jóvenes han pedido tierras en usufructo por el Decreto Ley 259; y en una empresa tan importante como La Cuba (de cultivos varios) contamos con más de 300 jóvenes», expone.

No es suficiente, claro. Aunque resulta incuestionable que el mejoramiento de la alimentación al pueblo ha estado en las manos de los más nuevos. También han estado en cruzadas culturales por montes y pueblos, en el brillo de los portales, en azúcares sudorosas, banderas y cañaverales, en las coronas únicas de la piña, en parques que volvieron a nacer, batazos que hicieron delirar, en petróleo, estrellas y el mar.

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