Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Yo cuento, tú cuentas, nosotros contamos…

Participación. En esta palabra, tantas veces mencionada aunque muy poco aprehendida o cabalmente utilizada, parecen coexistir muchas de las combinaciones mágicas que nos involucrarían apasionadamente en seguir tejiendo la suerte de la nación

Autor:

Alina Perera Robbio

Con particular frecuencia, en los momentos actuales de la sociedad cubana, la palabra participación aparece en disímiles escenarios, diálogos y razonamientos individuales. El término genera muchos matices.

Sin embargo una constante conceptual parece ser la evidencia de que en esa realidad que es la Cuba cambiante —donde entre otras premisas se impone en cada uno de nosotros otra manera de pensar las cosas—, el ingrediente de la participación adquiere connotación de esencias.

El suceso que motivó juntar estas reflexiones fue un taller realizado en La Habana, al cual concurrieron, convocados por el Centro de Estudios sobre la Juventud (CESJ), pensadores de distintas instituciones del país para abordar el tema alusivo a los jóvenes y su participación en el socialismo cubano del siglo XXI.

El punto de partida que generó muchas opiniones en uno de los paneles de aquel taller, estuvo a cargo de Luis Gómez Suárez, investigador del CESJ, quien días después accedió a conversar para nuestras páginas.

—Participación política de los jóvenes. Es el tema que han estado estudiando…

—Ese estudio nace como un proyecto que inicialmente propuse y versaba sobre la participación asociativa de carácter político. Luego la dirección del Centro subió la parada y propuso hacer una investigación sobre la participación de la juventud en la sociedad cubana. Estamos hablando de algo que comenzó en el año 2008 y se extiende hasta hoy.

«Aquello fue tomando forma hasta que se concretó que el tema fuera la participación política de los jóvenes en dos sectores: el de los trabajadores y el de los estudiantes. ¿Por qué? Porque esas son las áreas fundamentales de socialización en que se desenvuelve la juventud.

«Hicimos encuestas en provincias que tuvieran cierta representatividad. Entrevistamos a jóvenes trabajadores y a estudiantes, unos mil; conversamos con personas en la comunidad en relación con la participación; y fueron entrevistados jóvenes parlamentarios, lo cual, por cierto, resultó muy interesante».

—¿Qué encontraron?

—La investigación ha tenido dos etapas: en la primera nos dedicamos a realizar un balance de los principales estudios que habían acometido los investigadores y centros del país acerca de la participación. Todo apuntaba a participación eminentemente general, donde estaban incluidos los adultos, pues no existía una investigación específica relacionada con los jóvenes.

«Nosotros, durante el año 2010 (momento correspondiente a la segunda parte), nos dedicamos a lo relacionado específicamente con los jóvenes. Es decir, el primer resultado abarcó lo referente a las investigaciones, desde 1999 hasta el año 2009. Con eso hicimos un balance de la participación en la sociedad cubana. Y en términos generales, hasta ahora, lo que se puede corroborar es que la participación, según como se aprecia, es eminentemente movilizativa y consultiva.

«Algunos sectores la conciben como recreativa, y la asocian a los ámbitos de la cultura y el deporte, pero no hacen referencia a esta en espacios como los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) o el Poder Popular.

«En cuanto a los jóvenes, uno de los resultados es que ellos tienen muy poco conocimiento acerca de la participación. En términos generales la enfocan como el involucrarse en actividades realizadas en los espacios antes mencionados y otros más, pero no como toma de decisiones.

«La asumen como presencia física, como estar presentes e incluso emitir criterios, pero no como un involucrarse activamente en las propuestas.

«Muy pocos tienen información elaborada, teóricamente hablando, de lo que es la participación. Por supuesto, la claridad depende del estudio, y de las experiencias prácticas en cuanto a involucrarse.

«Se supone que los jóvenes debían tener cierta información, pues en las universidades se imparten la teoría sociopolítica, el materialismo histórico, marxismo y sociedad, y esas materias deben haber abordado el tema.

«Es interesante la coincidencia entre estudiantes y trabajadores, para quienes la participación tiene que ver con lo movilizativo (estar en un trabajo voluntario, por ejemplo), y con emitir criterios, no con tomar decisiones. Muchos, por cierto, se quejan de no tener retroalimentación cuando han aportado alguna opinión.

«Las organizaciones en las cuales los entrevistados consideran que pueden participar con más facilidades, donde se sienten más cómodos, son la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y los CDR; y también se mencionan los espacios familiares y los grupos informales, los grupos de amigos».

—¿Qué causas pueden haber conllevado a no asumir con profundidad la participación?

—Pienso que eso viene desde las raíces, desde la educación

—que no debe ser entendida como mero sistema escolar, sino como todos los espacios que intervienen en el proceso de socialización, partiendo de la familia, la educación, los medios masivos de comunicación, la propaganda…

«Esos espacios transmiten cierto paternalismo, formalismo. Esa formalización afecta a la educación, las cuestiones laborales, la participación sociopolítica, las relaciones humanas, la subjetividad».

—Estamos ante un desafío que ha de ser pensado y resuelto…

—El momento actual, que no es una coyuntura, sino un nuevo proceso civilizatorio al que está abocado el mundo, demanda personas que sean capaces de actuar y de pensar por cabeza propia, con capacidad para poder decidir ante situaciones y problemas que nunca antes había confrontado la humanidad.

«Se impone cambiar ciertos métodos educativos: eliminar, desde el paternalismo de los padres que hacen las tareas a sus hijos, y que piensan por ellos, hasta el estilo de un maestro que da clases reproductivas, expositivas, donde se interactúa poco con el alumno, donde están teniendo muy poco que ver la espiritualidad y lo subjetivo.

«Lograr lo necesario no será por recetas. Implica una verdadera revolución en lo educacional, en la conciencia de los seres humanos. Hay que educar a toda la sociedad —y esa no es tarea fácil—; romper la inercia tiene que ver con el imaginario colectivo, y eso, que es difícil, constituye a fin de cuentas lo principal del proceso que estamos viviendo.

«Cuando Raúl habla de una institucionalización a partir de las instituciones creadas en el sistema político cubano, no está hablando de formalización o ultracentralización de los procesos, sino de todo lo contrario, y eso implica descentralización para que la gente tenga que tomar decisiones. Ya se ha planteado que cada territorio, cada municipio, debe tomar sus propias decisiones. Esto también tiene que ver con construcción de poder, y es un proceso complejo, en el cual los jóvenes desempeñan un rol con identidad propia.

«Hay muchas potencialidades. Hay que crear nuevos espacios de participación y hay que enseñar a participar, que no es solo estar presente en una asamblea, hacer una propuesta y votar. Para participar, para ejercer la ciudadanía, hay que saber expresarse, hay que conocer de la historia y cultura del país, hay que saber ordenar el pensamiento, ubicar criterios, saber defenderlos, reconocer que se tiene o no razón, y todo eso sin agredir y sin ofuscamientos».

Pequeñas cosas hacen grandes cambios

¿Qué importancia tiene lograr un engranaje real entre todas las generaciones de cubanos en el momento actual, si hablamos de participación política? La complejidad de la pregunta alistó las condiciones para un diálogo muy útil con Consuelo Martín Fernández, profesora de Psicología Social y Vida Cotidiana de la Universidad de La Habana (UH) e investigadora del Centro de Estudios de Salud y Bienestar Humanos, también de la UH.

«Estamos pensando —comentó— en la participación desde el punto de vista de la sociedad, en el sentido de que cada sociedad tiene estructuras, organizaciones de masas, organizaciones políticas, y otros espacios de participación, formales e informales, en la medida en que van surgiendo los intereses de grupos.

«Podemos hablar de los jóvenes, pero también de organizaciones que son de mujeres, o de niños, o de músicos… Son muchas las aristas donde esa necesidad asociativa que tiene el ser humano lleva a pensarnos, si de socialismo estamos hablando, en enfoques comunitarios, cooperados, colectivos.

«Para que la participación funcione en esos enfoques, las necesidades individuales se tienen que satisfacer en esas grupalidades de pertenencia. Y vuelvo entonces a tu pregunta sobre la participación política e intergeneracional. Desde el punto de vista histórico, cada sociedad tiene momentos, y tiene períodos, y evoluciona en términos de la participación política de esos miembros, grupos, clases.

«Cada generación necesita sus aportaciones; necesita un espacio propio donde sienta que está haciendo su proyecto. Por eso es que cuando hablamos de la necesidad de determinadas rupturas para la continuidad, se trata de rupturas para la contradicción que significa desarrollo.

«La manera de preservar las ideas básicas que dieron lugar a la Revolución —de justicia social y de desarrollo del socialismo que tiene que ver con las colectividades— es que las generaciones más jóvenes sientan, propongan, quieran hacer sus propias propuestas, que no significa negar las anteriores en el sentido de abolirlas. Significa la negación marxista, el desarrollo de nuevas propuestas que vayan y propendan al mismo objetivo: el de perfeccionar el proyecto social socialista cubano. Pero esos jóvenes se tienen que preguntar qué es la Revolución Cubana, qué es el socialismo, qué es lo que ellos quieren hacer.

«En cuanto a los cómos, creo que habría que plantearse —pensando un poco desde las cuestiones teóricas— que hay ejes que atraviesan esos cómos. Uno es el de la territorialidad y su diversidad. Tenemos muchas potencialidades y mucha reserva de creatividad en los jóvenes, que van a hacer propuestas distintas según los territorios, según las localidades, según la expresión de sus nociones de bienestar en ese espacio inmediato en el cual viven, conviven y desarrollan sus proyectos de vida.

«Pero también está la sectorialidad, y los sectores juveniles son muy heterogéneos: se es estudiante, o trabajador; y se trabaja en la cultura, o en los servicios, o en el sector emergente, o como obrero, técnico o profesional. Hay muchas posibilidades en términos de verse y sentirse protagonista. Sentirse protagonista de las cosas pequeñas es lo que hace los grandes cambios».

Para la especialista, el tema de la participación política es un camino de ida y vuelta. Las direcciones, dijo, cuando se piensan a nivel macro, deben ser como ejes de los cuales emanen miradas integradoras; no pueden ser concebidas a través de múltiples «pedacitos», porque así no habría dirección política, no habría gobernabilidad. «Pero para que esa gobernabilidad se exprese habría que contemplar estructuralmente cuáles son los espacios de dinámicas propias de cada sector y de cada territorio, y vincularlos entre sí para la gestión de sus necesidades.

«De alguna manera estaríamos hablando de potenciar los intereses de los jóvenes: ¿Cómo ellos pueden hoy querer una FEU que tiene 85 años; cómo la pueden querer propia? ¿Exactamente como la creó Mella y desarrolló José Antonio Echeverría; o como ellos, los de hoy, la aprecian en su contexto?

«Es preciso que quienes integren la FEU, se hayan preguntado antes cómo es la organización, cuáles son sus misiones; hace falta una disposición propia, una elección. Igual sucede con los CDR y con la FMC. Esas organizaciones, que tienen una responsabilidad social, responden a un sistema político, a la preservación de determinadas condiciones dentro de la Revolución, como es la vigilancia revolucionaria o defender los intereses de las mujeres, pero por cumplir 14 años o pagar una cuota financiera no me convierto en integrante o partícipe real.

«Eso sencillamente me hace miembro de estructuras según los requisitos que estas tengan, pero no satisface necesidades individuales, que por supuesto deben ser conciliables con intereses de la membresía».

—El concepto de participación es visto por muchos como «estar físicamente»…

—Claro que asistir a una movilización forma parte de la participación, pero depende de participación en qué y para qué. ¿Estamos hablando de participar en juegos deportivos? ¿De participar queriendo ser cuadro de dirección de una estructura administrativa? ¿De participar como joven en una marcha?

«El sentido personal, la coherencia para que una persona pueda tener una acción, una conducta en determinado escenario, hará que la participación se convierta en algo consciente. Cuando los jóvenes van a uno u otro lugar a bailar, participan en una actividad recreativa. Ahora: ¿cómo hacer para que en ese suceso se combinen la posible convocatoria de su facultad universitaria y la realización más personal?

«Todos los seres humanos tenemos una vida cotidiana y la vivimos y la sentimos, y participamos de manera más o menos coherente en las estructuras que la sociedad tiene y provee. Por lo tanto tiene que haber una diversidad grande para que en ese abanico las generaciones se encuentren como personas y como generaciones, y así forjar las colectividades, las propuestas comunitarias, las propuestas cooperativas.

«Hagamos una analogía entre la sociedad y la familia; reparemos en la inmensa cantidad de “tipos” de familia que hay en Cuba, en las formas de ser y hacer en familia. Si esta es, como le llaman, la célula básica de la sociedad (única y diversa, unida y heterogénea, nuclear y multigeneracional, con discrepancias y contradicciones, con proyectos y propuestas, con esperanzas y frustraciones, repartida por disímiles espacios nacionales y extranjeros, con lealtades, identidades y sentimientos de pertenencia), entonces hagamos la analogía y vamos a desentrañar algunas de las contradicciones que desde el punto de vista de la psicología siente cada ser humano en su espacio social.

«Cuba está inmersa en las dinámicas del mundo; no está aislada, y los procesos sociales que vive también tienen que ver con los cambios de muchas sociedades. Eso nos pone ante la responsabilidad —y hablo como maestra— de formar a jóvenes creativos, responsables en sus cuestionamientos, capaces de tener opiniones propias y de hacer propuestas; y seguro nosotros, como generaciones precedentes, tenemos que prepararnos para escucharles y para aprender de ese futuro del cual son portadores en sus acciones de hoy, proyectadas hacia la sociedad que se quiere construir.

«Actuar con pasión se acerca a la esencia de la participación, sobre todo de la participación política, donde radica la certeza y la alegría de que futuro es juventud».

Un viaje transformador a la semilla

En la década de los 80 del pasado siglo, un equipo de especialistas del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS) de la Academia de Ciencias de Cuba, incursionó en un «experimento» en cinco escuelas del municipio capitalino de Plaza. El proyecto era conocido como Formación de personas reflexivas y creativas.

Bien lo recuerda Ovidio D’Angelo Hernández, investigador titular del CIPS, Doctor en Ciencias Psicológicas y Sociólogo. Él fue protagonista de ese empeño que llegó a ser premiado nacionalmente.

El proyecto buscaba trabajar con los maestros —recordó para nuestras páginas Ovidio D’Angelo— «para que se dieran cuenta de cómo había una manera diferente de enseñar y de aprender a la ya existente». El propósito era cambiar la dinámica tradicional del aula, donde el maestro es quien dice y el alumno es quien escucha pasivamente. La experiencia se basaba en el aprendizaje de la indagación, en hacer preguntas más que reproducir las informaciones que llegaban por todos los medios.

«Se buscaba —explicó el investigador— una educación mucho más reflexiva en el sentido de que todo era cuestionado; se buscaban los argumentos, las alternativas del enfoque de los problemas, desde la práctica misma del maestro con el alumno. Y así se generaron resultados muy interesantes, como que hasta alumnos de quinto grado hicieron sugerencias a libros de texto, que en algunos aspectos estaban parcializados, limitados».

Esa vivencia, y años explorando en temas como el de la participación y otros de similar importancia, han creado en Ovidio la certeza de que es vital remover estilos normativos si de participar se trata.

«Creo —afirmó— que uno de los principales problemas que tenemos con relación a la participación es la extensión de una cultura mal entendida de lo que ese concepto significa. Y creo que eso no puede ser adjudicado exclusivamente a que las personas han elaborado determinados estilos, maneras de acomodamiento a la realidad: hay una relación muy estrecha entre el diseño de las estructuras organizativas sociales, y lo que estas han propiciado.

«Determinados espacios se han convertido en inerciales por las mismas prácticas. Salvo la existencia de proyectos comunitarios en algunos lugares, lo que ocurre es que la gente se acostumbra a que no suceda nada en otros espacios. En las asambleas de circunscripción de barrio, por ejemplo, los problemas que se plantean no suelen ser siempre los básicos».

—¿Un paso para revertir esa realidad podría ser colocar el tema de la participación en espacios de debate colectivo, para definirla entre todos y saber de qué se trata?

—Es esencial un mecanismo de debate público a través de los medios de comunicación para formar conciencia. Desde mi punto de vista es vital propiciar un espacio bien orientado hacia la reflexión constructiva y hacia la aportación creativa, y eso tiene que ir aparejado con un rediseño social, de ingeniería social, porque si se propician estos espacios de reflexión y debate, y por otra parte las instituciones tienen unas normas tan estrechas que después no permiten encauzar las reflexiones, eso crea «un cortocircuito muy grande», y una gran frustración.

«Por otra parte, es muy importante aprender a debatir, porque supongamos que se abren todas las puertas, y que hay un rediseño social, y que se hace imprescindible el debate: ¿Cómo lo hacemos?

«El asunto está en cómo ir instrumentando una política educativa desde la infancia, la familia, la escuela. Porque lo que ocurre en el proceso de la escuela es que los muchachos llegan a los primeros grados con gran interés, con una creatividad tremenda, y cuando ya van por cuarto grado se les nota como que se han ido encartonando.

«La escuela propicia el predominio en la evaluación, en lo que no debe ser, en lo que está prescrito por las normas sociales. Y el muchacho deja de jugar a aprender, y es por eso que a veces asume un sentimiento de formalización progresiva, queriendo memorizar lo que dice el libro porque ahí está la respuesta que él tiene que dar. Así se pierden la curiosidad y el interés, ingredientes vitales que hay que mantener a lo largo de todo el proceso de enseñanza.

«Y en la sociedad sucede igual: a medida que se van haciendo rutinarios los procesos, la gente pierde interés en estos, cuando otro camino es el de una posible participación, donde podamos sentir que nuestros intereses son necesidades verdaderamente en juego».

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