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Un revolucionario incansable

Enrique Hart Dávalos fue calificado, con justeza, como un vértigo de acción y de trabajo. Este 21 de abril se cumplen 55 años de su muerte, junto a los combatientes clandestinos Juan Alberto Morales y Carlos García Gil

Autor:

Héctor Rodríguez Llompart*

Al perpetrarse el golpe de Estado de Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952, Enrique Hart Dávalos se encontraba de vacaciones en Trinidad. Su hermano Armando relata que ese mismo día regresó a La Habana y al llegar, refiriéndose a ese hecho, dijo: «El cuartelazo le abre al país el camino a la Revolución».

Compañero alegre e inquieto, maduro y responsable, con una gran aversión a la sociedad burguesa y a la clase política que dominaba en nuestro país antes de enero de 1959, Enrique se integró a la Revolución formando parte de las filas del Movimiento Nacional Revolucionario, que dirigía el Doctor Rafael García Bárcena.

Mientras trabajaba en el Banco Trust Company of Cuba participó activamente en la huelga bancaria de 1955, actitud por la cual resultó despedido. Meses antes, en julio de 1954, tomó parte en el rescate de un asaltante del Cuartel Moncada, que se encontraba recluido en el Hospital Ortopédico. En octubre de ese año fue detenido, y al salir de prisión se integró al Movimiento que dirigía Fidel Castro. Por su valentía, tenacidad y arrojo lo designaron coordinador en La Habana campo del M-26-7 y financiero provincial.

En los días anteriores al desembarco del Granma, la actividad revolucionaria que desplegaba Enrique Hart era intensa. Combatía el desaliento que a veces asomaba en las filas del Movimiento 26 de Julio en la capital a causa de las limitaciones en armas y otros recursos, insistiendo en que «Con lo que se tenga, tenemos que hacer cuanto podamos», en alusión al apoyo que debía brindarse al desembarco de Fidel y sus compañeros.

A partir del 2 de diciembre comenzaron a llegar noticias acerca de la supuesta muerte del líder de la Revolución y el fracaso de la expedición. En medio de aquellas difíciles circunstancias, Enrique consideraba que las dudas y el pesimismo que se apoderaban de algunos había que convertirlos en acicate para la acción. «Si Fidel y sus compañeros cayeron, debemos continuar la lucha; si están con vida, nuestras acciones les servirán de apoyo», proclamaba. Con esa convicción convocó el 4 de diciembre, en el Centro Asturiano, a un grupo de integrantes del 26 de Julio, entre ellos a Héctor Ravelo, Federico Bell-Lloch, Bebo Hidalgo, Julio Alom y René Verdecia, para emprender esa misma noche nuevas acciones contra la dictadura batistiana.

En febrero de 1957 trasladó una gran cantidad de armas que el Movimiento 26 de Julio logró que les fueran entregadas por elementos de la Organización Auténtica. También asaltó junto a otros compañeros el polvorín de la fábrica de cemento de Mariel, y dirigió la incautación de armas en la finca de un acaudalado personaje en Calabazar.

Un combatiente experimentado

La intensidad del accionar revolucionario de Enrique quedó retratada en varias anécdotas de José Díaz, «Pepe», quien era un trabajador de la cervecería Hatuey, del Cotorro. Cumpliendo instrucciones del M-26-7, Pepe efectuó un sabotaje en dicha fábrica el 2 de diciembre de 1956, del cual se hizo responsable por escrito, evitando así que se inculpara por el hecho a otros trabajadores. En aquellas circunstancias debió trasladarse clandestinamente a La Habana y, por instrucciones de Faustino Pérez, pasó a trabajar como chofer de Enrique.

Narra Pepe en sus historias que «pronto comprendió que no sería nada aburrido trabajar como chofer de Enrique Hart. Comenzando por las dificultades y peligros de la fábrica de bombas en la calle 5ta. No. 411 entre A y B, en el Vedado, lugar al que Enrique se refería como «la trampita» debido a su mala ubicación, lo que podría provocar que fuese descubierta por la policía, como al final ocurrió.

La primera oportunidad en que Pepe visitó ese apartamento fue acompañando a Enrique. Este se dirigió a un closet y extrajo un fusil M-1. Mientras lo envolvía, les explicó a los presentes: «Tengo instrucciones de situarlo en el cuarto piso de la CMQ. Enrique Correa se ha comprometido a ajusticiar a Ventura** si le entregamos un arma larga. Creo que ese “gánster” no cumplirá su compromiso y perderemos el fusil; pero hay que ser disciplinado».

«Me presentó ante aquellos “chipriotas” (así llamaban a los hombres de acción de Quinta y A) y se marchó apresurado. Tomamos de nuevo el carro y me dijo que lo llevara a Radiocentro. Llegamos. Cuando desde 21 doblé por M, vimos un gran número de policías uniformados frente al vestíbulo en la CMQ.

«Enrique ya era un experimentado conspirador fichado por los cuerpos represivos y con varias detenciones en su haber. Sabía que lo acompañaba un novato que apenas comenzaba en la azarosa vida clandestina de la capital del país. Al verme titubear, expresó con voz serena: Tienes que seguir, ya dentro de la cuadra no es posible la marcha atrás —y a continuación— parquea frente al vestíbulo. Enrique se bajó, abrió la puerta de atrás, tomó el paquete, se inclinó para asomarse por la ventanilla de adelante y me dijo bajito: Da una vuelta grande. Si cuando regreses no estoy esperándote en 23 y M es señal que me han detenido. Se incorporó, dio media vuelta y avanzó abriéndose paso entre los policías con la comprometedora carga al hombro y la naturalidad de un empleado cualquiera de la emisora, hasta que se me perdió de vista.

«Cuando regresé a buscarlo, estaba en la esquina convenida leyendo un periódico.

«—¡Cómo te demoraste! —exclamó risueño. No le di explicaciones ni articulé palabra alguna. Estaba emocionado pensando que hombres así son invencibles y que valía la pena morir tan dignamente acompañado».

Como financiero provincial del Movimiento en La Habana, Enrique organizó la recaudación de dinero. En cierta ocasión visitó a un hacendado del que esperaba una buena suma. Cuenta Pepe que la entrevista duró poco. «Enrique venía sonriendo. Al montarse en el carro me dijo: ¡Qué inteligente y qué claro está!».

Al preguntarle si la gestión había dado resultados, Enrique respondió: «¡Qué va! Me dijo que a quien él le daría el dinero sería a Batista, para que acabe con nosotros, porque el triunfo de la Revolución era su ruina». Con cara seria agregó: «Claro que sí, la Revolución acabará con estos explotadores».

Audacia y dinamismo en Matanzas

Más adelante, recién salido de la cárcel por cuarta ocasión, fue designado Jefe de Acción y Sabotaje en Matanzas. El hasta entonces coordinador del M-26-7 en dicho territorio, Ricardo González Tejo (el Maestro), diría de él: «Al llegar, Enrique logra con su inteligencia, audacia y dinamismo darle un vuelco a la situación que en ese momento tenía la provincia».

El 9 de abril, junto con Rodolfo de las Casas, «Casita», tomó la emisora Radio Tiempo e hizo salir al aire el mensaje que convocaba a la huelga general. Ese mismo día dirigió y participó en varias acciones contra el transporte y las comunicaciones en la provincia matancera.

A partir del fracaso de la huelga del 9 de abril, prestó especial atención a grupos alzados en la provincia, compuestos por compañeros pobremente armados. Dos días antes de su muerte visitó la zona de la Sierra del Rosario, con el objetivo de establecer allí un nuevo grupo guerrillero. Su preocupación fundamental era conseguir el armamento necesario para todas estas fuerzas.

El 21 de abril de 1958, sin haber cumplido 30 años de edad, en su incesante quehacer revolucionario en la casa que ocupaba con su familia en Villa Gloria, en La Cumbre, barrio de Versalles, Enrique se dio a la tarea de recuperar materiales de artefactos explosivos defectuosos. Le pidió a su esposa, quien tenía en brazos a uno de sus dos pequeños hijos, que se quedara en la sala. Él entró en la habitación donde escondían cocteles molotov, dinamita y algunas armas cortas y proyectiles. Lo acompañaba el combatiente clandestino Juan Alberto Morales, «Kent».

Repentinamente ocurrió una gran explosión. La esposa atemorizada salió gritando, mientras que el combatiente Carlos García Gil, «Yayo», entró a auxiliar a sus compañeros. Otras explosiones se oyen y los tres revolucionarios mueren en este hecho. Estos mártires inolvidables de la Patria pasaron así a la inmortalidad.

Desde la cárcel, su hermano Armando lo describe en carta llena de amor al conocer de su muerte:

«Era infatigable. Salía de una cosa para entrar en otra. Era un vértigo de acción, de trabajo. Cuando los hombres encuentran el modo de hacerse eficaces, se hacen incansables. Él lo encontró y halló así su glorioso e inmenso destino».

*Combatiente de la clandestinidad.

**Esteban Ventura Novo. Connotado asesino y miembro de la policía de la dictadura batistiana.

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