La Cultura cubana, pilar de la nación. Autor: Avilarte Publicado: 27/12/2025 | 08:27 pm
Si yo pudiera, si tuviera una motocicleta, recorrería mi país de un extremo a otro, al modo guevariano, le confesé a mis colegas Liudmila Peña Herrera y Rodolfo Romero Reyes para su libro Quemar las naves, hacer Periodismo (Ocean Sur, 2023). Tal vez sea el espíritu curioso que me insuflaron desde temprano o el que encontré en los libros que me rodeaban por todas partes.
He hecho lo que he podido para conocer y tocar a este archipiélago donde vi la luz, a su gente. Lo sigo haciendo. He llevado mis pasos por Remedios, ciudad de las parrandas, de las leyendas, y hasta la plaza bayamesa donde por primera vez se entonó el canto patrio devenido Himno Nacional. He tocado en Santiago el muro donde cayó Perucho Figueredo, fulminado por las balas del coloniaje español.
Me he asomado a los límites que rodean la isla grande, para ver las olas rizadas desde el Faro Roncali del Cabo de San Antonio y el mar verde azul, batiendo al paso, desde el Faro de Maisí. He perdido la vista en Viñales, en los mogotes, en el valle donde decidió descansar para siempre Dora Alonso. He plantado esperanzas en la aridez de Imías. He hundido mis pies en las arenas sagradas de Playita, y en las arenas negras de la playa Bibijagua en la otra isla, la de Pinos, tal como la llaman sus lugareños.
El diseño mediático del centro y la periferia es castrante porque esconde la multiplicidad que bulle en todas partes, y es contraproducente con el calibre de tantas instituciones, tantas casas de cultura, tantos centros de enseñanza diseminados a lo largo y ancho del país, creados en las últimas décadas. En la diferencia está la riqueza. En cada sitio hay una historia por contar, un esfuerzo por alzar.
Se paga caro, muy caro, cada vez que una bocina ruidosa se apodera de un sitio dejado al margen y hace trizas cualquier estrategia cultural y cualquier discurso.
Resulta un buen ejemplo el Instituto Cubano del Libro, cuya red editorial, estrategia promocional y espacios emblemáticos (como El autor y su obra, El sábado del libro o Libro a la carta) visibilizan lo mejor de las letras de todo el país.
Cuando nos referimos al término cultura, no podemos restringirla al campo de las artes y las letras; aunque lo incluye, por supuesto. La cultura es la energía, es la heredad. Los saberes y los sabores. Y es de manera esencial, los valores en los que se asienta una sociedad. Como nos van las entrañas en su existencia, no podemos pasar impasibles ante aquello que la rebaja o la quebranta: cada privilegio insultante, cada silencio absurdo, cada inacción suicida, cada loa interesada, cada mentira.
Sin libertad no hay cultura posible. Cuando callamos, morimos. Criticar es amar.
Estos días finales de año, los de pasar revista a los últimos meses, los de imaginar los que vendrán, son días para agradecer cada mano tendida, cada camino abierto, cada minuto de vida. Días para reconfortarnos por haber puesto el pecho y el hombro para salir adelante en medio de tantos avatares, por apostar por el canto sobre la angustia.
Sin cantos no valdría la pena vivir.
Son días para agradecer a todos los que, de manera colectiva o individual, han seguido aferrados a la poesía (que, ya se sabe, es más que el verso), han hecho cuanto han podido para hacernos reír, para alegrarnos, para informarnos, para hacernos reflexionar. A los que han escrutado en lo más hondo, por mostrarnos la luz incluso en medio de las tinieblas.
Debería circular en las venas de cada cubano este pensamiento de nuestro Apóstol: «(…) es cobarde quien ve el mérito humilde y lo no lo alaba (…) El corazón virtuoso se enciende con el reconocimiento, y se apaga sin él. O muda o muere. Y a los corazones virtuosos ni hay que hacerlos mudar, ni que dejarlos morir».
Hay mucha gente en Cuba digna de alabanza en su cotidiana entrega, en su humildad. Cuba es, por esencia, por encima de circunstancias o caídas, tierra de mirarse a los ojos sin temor. Cuba es tierra de abrazos.
Nuestra Premio Cervantes, Dulce María Loynaz, dictó una conferencia en La Habana el 23 de marzo de 1952, rescatada y publicada luego como Del Día de las Artes y las Letras (Letras Cubanas, 2005). Medular, como lo que salía de su pluma, como su carácter: «La cultura sigue... y es a ella a quien debemos servir; la hora difícil no excusa el cumplimiento de este deber a los llamados a hacerlo. Por el contrario, más los obliga y los requiere (...) La inteligencia del hombre será siempre su arma más preciosa y los que aspiran a dominar el mundo lo saben muy bien».
Vivimos en el mundo de la comunicación. Las redes sociales han transformado al planeta y esa presencia no es posible ignorarla. La producción cultural cubana se enriquece, analiza y amplifica en el universo virtual. Cada cubano, cada persona interesada en el tema Cuba, dondequiera que esté, puede lanzarse al ruedo desde las más disímiles aristas.
La cultura cubana se ha vuelto transnacional.
En consecuencia, en esa práctica mundializadora, hay que prepararse culturalmente para aportar, para dialogar desde el respeto, para aprender. Es un deber inexcusable. No dejemos que nadie juegue con nuestra inteligencia:
hay que entrenarse para discernir el oropel de la lumbre, las fake news de los hechos contrastados, el origen difuso de la fuente prestigiosa y aguzar el ojo con los que quieren erigir su personal opinión como la única verdad.
En tiempos difíciles, en tiempos recientes, el escritor, editor e investigador santiaguero León Estrada, ha creado el proyecto Libertad Ediciones, en homenaje a la vida trunca de la poeta Libertad Dearriba (1953-1969), como una oportunidad expresa, como una ventana, para que los creadores vean nacer sus libros. Es una labor para el encomio.
La actriz y directora Dalia Leyva ha puesto sobre sus hombros al grupo Calibán Teatro, refundándolo una y otra vez, confiando en los jóvenes talentos, entregándonos con su obra Soledad, una pieza conmovedora sobre la familia cubana, los valores y la emigración. Cada vez que se estremece, se educa.
El reconocido grupo Teatro de las Estaciones, con Rubén Darío Salazar al frente, ha asaltado parques, calles, centros estudiantiles, jardines infantiles de Matanzas, cuando las afectaciones eléctricas tan severas que envuelven a la Atenas de Cuba han impedido las funciones. Son pequeñas referencias de lo que en muchos ámbitos tiene lugar.
Las carencias económicas, por supuesto, inciden en la actualidad y proyección de nuestras propuestas culturales. No hay manera de edulcorar la realidad, mas el camino andado ha formado a una fuerza formidable que no se rinde. Esa tropa necesita ser respaldada de todas las maneras posibles. Cultura no es comodidad, es sacudimiento. El alma se enyerba ante la oscuridad, ante la ausencia, y la cultura no admite espera.
Permítaseme escribir unas líneas para agradecer también a Ana, que me trajo un té de cuanta hoja encontró, una pastilla aliviadora, cuando este virus que te dobla del dolor se cebó en mi anatomía. Ella es más que mi vecina: es un barrio, es una ciudad, es un país. Su actitud y su ayuda hacia el prójimo es no solo parte de la cultura identitaria cubana, sino de nuestro modo de ser como pueblo, de nuestro orgullo.
Cuando dejemos entrar al egoísmo en nuestras casas, el espíritu cubano comenzará a resquebrajarse. Cuando nuestra creación empiece a parecernos rústica y prescindible, nos apagaremos. Cuando la vulgaridad nos envuelva, todo respeto se irá por el desagüe. Solo salvando el sentido humano, ético y solidario de nuestra cultura, tanto en las artes como en la vida, nos salvaremos.
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