Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un regalo para Fidel

JR dialogó con quien siendo muy joven, en enero de 1959, prometió al líder de la Revolución un presente de su pueblo natal, al paso de la Caravana de la Libertad a la altura de Catalina de Güines

Autor:

Luis Hernández Serrano

Desde las primeras noticias radiales y televisivas de la partida de los rebeldes en la Caravana de la Libertad rumbo a la capital del país, con Fidel al frente, una muchacha de Catalina de Güines, entonces territorio habanero, tuvo una noble idea.

Ella quiso tener una manera distinta de recibir, saludar y agradecer al líder de la Revolución al triunfo del 1ro. de Enero, y tomó la decisión de hacer algo que en cierta medida fuera más duradero. Para ello se dio a la tarea de acometer, en unión de otras personas de su familia y de su barrio, una colecta pública de dinero con el cual adquirir una cadena, una medalla de Santa Catalina, patrona de su pueblo, y unos yugos con las letras FC del nombre y apellido del Jefe del Ejército Rebelde triunfante.

Acudieron a un joyero en la Casa Mora, de la calle Obispo, en La Habana Vieja, quien lo hizo todo con la prioridad que merecía el caso, y la muchacha puso el obsequio en una cajita, envuelta en un papel de regalo muy bonito, rojo y negro, como el emblema del Movimiento 26 de Julio, y esperó con paciencia a que la caravana rebelde se viera llegar por la Carretera Central, a la altura de Catalina de Güines.

A 55 años del sensible suceso hemos entrevistado a aquella muchacha, Marilú Rego Hernández, quien entonces tenía 18 y hoy… bueno, la edad es lo menos que importa ahora.

Ella nos cuenta que inicialmente tuvo sus dudas: «¿Y si no lo puedo ver? ¿Y si no me dejan llegar hasta él? ¿Y si en el instante propicio no logro decirle lo que quiero? ¿Y si no tiene ni tiempo de hacerme caso en medio del tumulto inmenso del pueblo libre?».

Todo eso imaginó y hoy lo evoca cuando piensa en aquel regalo de su pueblo natal, y no solo para Fidel, sino para la Revolución misma por su triunfo.

Desde hace tiempo vive en el Vedado y durante algunos años acompañó a su esposo en el servicio exterior, primero en la URSS y luego en México.

Recuerda que en aquellos días de 1959 se empezó a oír una composición musical muy bonita, que mucha gente tatareaba: «Hoy brilla más el sol,/ el cielo es más azul,/ la patria estremecida,/ parece que recibe/ la bendición de Dios…/ Y el pueblo esclavizado/ vuelve a ser libre y feliz,/ y lleno de esperanza/ entona su vibrante/ Canción de Libertad (…)».

«Ese era el título», nos dice Marilú, con la nostalgia de aquella tremenda emoción de su corazón que entonces todavía no se había estrenado en amores, porque ni novio tenía. «Esta es parte de una linda melodía que no sabemos quién compuso para regalarla igualmente a Fidel y a la victoria rebelde y popular, en aquel hermoso momento de la liberación. Yo llegué a sabérmela completa, de memoria, aunque algunos pasajes se han borrado. Lo que sí no se va de la memoria de todo el que lo vivió, es el júbilo de los rebeldes cuando llegaron a la capital de todos los cubanos».

Cuando llega la caravana

Ubíquese usted, lector, en aquella experiencia inolvidable. Marilú está ansiosa y alegre al mismo tiempo: «¡Ahí viene la caravana! ¡No veo todavía a Fidel, pero pronto debo verlo!», se decía en silencio.

Divisa un auto y descubre a Fidel en el asiento delantero derecho. El deseo de darle el regalo hace que cometa la imprudencia de caminar y aprisa se pone delante del carro, que en realidad viene muy despacio por la cercanía de los vehículos de la larga caravana y el gentío que no permite acelerar el paso.

«El vehículo, por supuesto, frena… y Fidel se baja. Me pregunta qué deseo hacer, que tenga cuidado… Conversamos unos segundos, los dos apoyados en el techo del carro, él por una parte y yo por la otra. Le muestro la cajita y le digo: “Comandante, soy portadora de un regalo de mi pueblo para usted y en usted para todos los rebeldes de la Caravana”.

«Me pregunta cómo me llamo. Le digo que Marilú Rego. Y me dice que ahora no es el momento. Se vira, habla con uno de los rebeldes que lo acompañan, y en un papel pequeño que tiene el membrete de la Columna No. 1 José Martí, Sierra Maestra, me escribe de su puño y letra: “Pase para la joven Marilú Rego. Fidel Castro Ruz”, y me lo da, al tiempo que me explica con premura que él estará en el Hotel Habana Libre, en el Vedado. Que no deje de ir en los próximos días. ¡Lo guardo como un recuerdo que me proporcionó el destino!

«Ni Fidel me preguntó qué era el obsequio, ni yo tampoco se lo dije, pues enseguida la singular caravana reanudó su marcha. Pero yo tenía el tesoro de su letra y de su firma, aunque ya, materialmente, no lo tengo, pues un hermano mío, ya fallecido, se lo llevó para mostrarlo al que no creía en la anécdota y no pude recuperarlo.

«No olvido tampoco que me costó mucho trabajo salir del tumulto aquel que se amontonaba al paso de los carros llenos de combatientes barbudos y melenudos, y enseguida la gente, tratando de darles la mano, se amontonó y corrió a su lado, y tuve que irme porque me iban a aplastar».

Nuevo encuentro con Fidel

«El día 15 de enero fui al Habana Libre. Me dirigí al rebelde que cuidaba la entrada.

—¡Vengo a ver al Comandante Fidel!

—¿Él sabe que usted vendría?

—Sí, lo sabe… él mismo me lo pidió…

—Discúlpeme, señorita, pero… ¿cómo yo sé que él lo sabe?

—Pregúntele, dígale que aquí está la muchacha de Catalina de Güines, Marilú.

—Mire, él está ahora reunido con otros jefes rebeldes.

«Ante lo difícil que resultaba pasar a verlo, extraje de mi monedero el papel del pase que Fidel me había dado.

—Debió haber empezado por ahí, señorita. Vamos, yo la acompaño para que no se pierda.

«Yo iba con otros tres compañeros. Cuando llego al piso 25, donde radicaba la Comandancia de Fidel, estaban con él Camilo y el Che».

¡Quién se lo hubiera dicho a Marilú! De pronto, dice, estuvo con tres héroes importantes de una sola vez.

«Cuando Fidel tuvo en sus manos el papel que él me había escrito, sonrió, y me dijo que había hecho bien en ir…

«Al abrir la cajita y ver el regalo, dijo: “¡Oh, esto lo recibo y lo acepto solo porque sé que tú representas al pueblo victorioso de Cuba! Algún día me verás con este regalo tuyo y de tu pueblo querido”».

Fidel, narra, les contó a Camilo y al Che el suceso curioso en la marcha de la caravana, y ella les dio la mano a los tres comandantes. Lo mismo hicieron sus acompañantes.

«Recuerdo que cuando aquello mi casa estaba frente a un kindergarten (guardería de niños), y que una compañera que laboraba allí conocía a un periodista de La Habana. Le habló y lo trajo para que me entrevistara sobre aquella vivencia mía. Salió publicada en el diario habanero El Crisol. Pero el recorte tampoco existe ya.

«Lo último que voy a decirle es que tuve un almanaque de 1959 donde Fidel lucía en su pecho el regalo de mi pueblo».

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