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Dos historias que no quedan en casa

A sus 28 años YayKenia Cruzata Ferrer agradece a la Federación de Mujeres Cubanas, en particular a la Casa de Orientación a la Mujer y a la Familia del municipio de Alquízar, por la ayuda que le brindaron cuando más lo necesitaba

Autores:

Adianez Fernández Izquierdo
Lisandra Gómez Guerra

A sus 28 años YayKenia Cruzata Ferrer agradece mucho a la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), en particular a la Casa de Orientación a la Mujer y a la Familia del municipio de Alquízar. Allí la ayudaron cuando más lo necesitaba.

«Terminando mis estudios en la Escuela Formadora de Maestros Emergentes sufrí una parálisis facial y por esa época también quedé embarazada, razones por las cuales no pude comenzar en el trabajo. Al terminar la licencia me presenté en la Dirección Municipal de Educación, porque necesitaba el círculo infantil para mi niño y quería incorporarme a un centro laboral y desarrollar mi profesión».

Pero las gestiones demoraban mucho y a YayKenia le urgía un salario y dónde dejar a su niño en el horario laboral, pues no podía sufragar los gastos de cuidadores particulares. Entonces supo de la Casa de Orientación a la Mujer y la Familia del municipio de Alquízar y no dudó en pedir ayuda.

«En apenas un mes ya tenía el círculo para mi pequeño y gracias a eso pude incorporarme a la vida laboral y ser útil a la sociedad, con la tranquilidad de tenerlo a él bien cuidado».

Pero ahí no termina la historia. Esta vez a la joven alquizareña le tocó vivir un capítulo más difícil: sufrió un infarto cerebral que la mantuvo tres años alejada del trabajo por peritaje de salud, y aunque presentaba regularmente sus exámenes médicos, pretendieron sacar a su pequeño del círculo, aun cuando a ella le era imposible cuidarlo.

«Nuevamente acudí a la Federación y encontré la ayuda necesaria; dieron el frente y no me quitaron el círculo de mi hijo».

Aunque ya regresó a ejercer su profesión, ahora como maestra de la escuela primaria Javier Novo, en la comunidad El Bejerano, de ese municipio artemiseño, la joven permanece vinculada a la Federación de Mujeres Cubanas y acude a las actividades a contar su experiencia y orientar el camino de quienes precisan de una ayuda sincera y desinteresada.

Como ella, muchas otras llegan cada día a estas casas en busca de cursos, orientación o ayuda emocional, según precisó Graciela Ferrer González, secretaria general de la FMC en Alquízar.

«En nuestra Casa laboran 23 colaboradores, son especialistas de Salud, Educación y Justicia, psicólogos y psicometristas que imparten charlas, intervienen en cualquiera de nuestros seis programas de adiestramiento o asesoran personalmente a quienes lleguen con cualquier problema».

El camino oportuno

Aún la voz de Leticia se resquebraja cuando cuenta un pasaje de su vida, que laceró su psiquis y su cuerpo. En la mente de la joven espirituana se amontonan gritos, agresiones, llanto, miedo. Nunca olvidará aquel 4 de mayo de 2012.

Ese día llegó a la casa donde había vivido hasta hacía pocas horas junto a su hija y esposo. Había tenido que irse de ahí, ante la decisión de no continuar junto al padre de la pequeña, pero con la condición de no poderse llevar a su mayor tesoro.

«Firmé un papel donde me comprometía a que se la dejaría. Pero lo hice por miedo, primero porque ella no sufriera más y, segundo, temí por mi vida. El amor por mi niña me hizo regresar, no podía estar sin ella», dice ahogada en un silencio.

Toma unos segundos reanudar el diálogo. Los recuerdos de la tarde de esa jornada aún le duelen. Aunque ya distantes en el tiempo y en su nuevo contexto, las heridas todavía sangran cuando ella rememora el pasado.

«Cuando entré a la casa dispuesta a llevármela, él tomó un cuchillo y me cortó la espalda. No sentí nada. La niña gritó al ver la sangre. Él estaba dispuesto a lo peor, si intentaba salir con ella».

Por la mañana, le dije que iba para el trabajo. Pero, acompañada de mi mamá, lo denuncié en la policía. Inmediatamente, le advirtieron y la niña regresó junto a mí, pero solo por unos días. Él volvió a quitármela», narra con detenimiento lo sucedido en aquellos momentos en que pensó que perdería la custodia de su hija.

Ante la desesperación, Leticia buscó toda la ayuda necesaria. Se aferró como náufraga en el mar a todo lo que le indicara una salida feliz a su situación.

«Comenzamos entonces un proceso legal que tuvo dos vistas, y durante todo ese tiempo, alrededor de cuatro meses, la niña estuvo con él. Yo la podía ver en la escuela, nunca en la casa o acompañada, porque entre nosotros no había diálogo posible.    Yo temblaba nada más de imaginar que podía verle.

Entonces, mis compañeros de trabajo y mi abogada me recomendaron visitar varias instituciones. Así fue que llegué al Centro de Orientación para Jóvenes, Adolescentes y la Familia (Cojaf), y a la Casa de Orientación a la Mujer y a la Familia de Sancti Spíritus. En cada uno de esos lugares encontré el consejo oportuno para emprender la lucha por tener de vuelta a mi hija», sonríe con las manos apretadas, con la misma tranquilidad que se vive después del paso de un tornado.

Leticia Martínez hoy puede contar su historia. Durante esos trágicos meses, le era imposible expresar oraciones completas.

«Recuerdo que las muchachitas de la Federación me apoyaron. Yo estaba destruida psicológicamente. Me costaba hablar lo que sentía y ellas me sugirieron que lo escribiera todo. Ahí está guardado. Poco a poco con su ayuda pude ir saliendo del hoyo donde estuve metida.

«Me hicieron comprender la necesidad de denunciarlo, porque así podía evitar que mi historia se repitiera. Yo podía ser ejemplo para otras mujeres que estaban atravesando por una situación similar. Incluso, así evitaría consecuencias más serias.

Foto: Calixto N. Llanes

«Las compañeras de la Casa de Orientación visitaban mi trabajo asiduamente hasta que la niña vino a vivir nuevamente conmigo. El 31 de diciembre de 2012, su padre me la trajo. No tuve valor para ir a buscarla. Después, pasé un tiempo fuera del municipio, con la intención de alejarme de todos esos recuerdos.

«Ellas fueron tan importantes durante todo el proceso que las veía como mis amigas, esas que siempre escuchan y aconsejan sabiamente».

Hoy Leticia Martínez es otra mujer. Vive junto a su hija, quien me confesó que está ansiosa de iniciar el quinto grado, y con su nuevo esposo, el padre de su segundo hijo, un niño de dos años.

«Ya el padre de mi hija y yo conversamos. Aunque te confieso que aún su presencia me inspira respeto, pero es diferente. A pesar de que las heridas están, me siento fuerte y segura. Todo se lo debo a la ayuda que encontré en mi nueva familia, amigos, compañeros de trabajo y, en especial, a las instituciones como la Casa de Orientación a la Mujer y la Familia, donde encontré el camino oportuno para seguir viviendo».

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