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El guerrero de la lucidez

Moltó transita a otra dimensión. Y qué privilegio el de quienes le acompañamos en sus batallas porque el periodismo revolucionario no se deje arrebatar el filo y la seducción, la garra y la voz propia, sin mediaciones burocráticas

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Tras un combate frontal contra lo inexorable, Antonio Moltó Martorell partió a la galaxia de la memoria colectiva, impulsado por el cariño y la admiración de tantos periodistas. Se nos fue el guerrero, el líder formal e informal del gremio, para quedarse en la inspiración y el emprendimiento de muchas redacciones. En la cuartilla inconforme y el talante soñador.

Moltó transita a otra dimensión. Y qué privilegio el de quienes le acompañamos en sus batallas porque el periodismo revolucionario no se deje arrebatar el filo y la seducción, la garra y la voz propia, sin mediaciones burocráticas. Qué suerte haciendo radio y hablando claro con su voz señera. Qué bendición la suya, para que el compromiso político del periodista no desemboque en propaganda ni en apegos y mímesis institucionalistas.

Con su preclara inteligencia, y esa lucidez insólita para conectarlo todo sistémicamente, nos dejó muchas lecciones para el periodismo, en la compleja encrucijada de Cuba hoy. Su ejercicio cotidiano de la lealtad revolucionaria nunca carenó en absolutizaciones y dogmas, en la cómoda modorra de las conveniencias personales. Su defensa de la gran causa no le impidió acercarse a los problemas y las diversidades desprejuiciadamente, escuchar a cada quien con sus conflictos y argumentos y, sobre todo, sumar, por encima de diferencias.

Fue el aglutinador por excelencia, porque era hombre y amigo lo mismo en lo privado que en lo público. No tenía dos discursos ni esas veleidosas escisiones entre pensamiento y obra. Sus virtudes de entrañable padre y fiel camarada las repartía a granel, sin distinciones ni claques. Y nunca separó el deber del amor, eso lo saben bien sus seres más queridos.

Antonio Moltó fue para muchas personas un verdadero hallazgo y un abrevadero de alegrías y fuerza, al extremo de contagiarlo todo con su siempre renovado optimismo para vivir a plenitud, ese optimismo que le hizo crecerse siempre frente a las adversidades y dolencias.

Por eso, cuando nos falten fuerzas o nos carcoma el desaliento para seguir defendiendo un periodismo difícil, el de la plenitud y la belleza, cuando nos averguencen los vacíos, los silencios y la mediocridad, allí estará el Guerrero con su ballesta en alto, exhortándonos al combate.

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