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Pasajes del demasiado

En una sola institución atendida por personal médico cubano en Venezuela pueden hallarse fértiles evidencias de sapiencia, amor y coraje

Autor:

Enrique Milanés León

CARACAS.— Desmesurados para luchar y querer, los venezolanos no dejan de pronunciar un adverbio: demasiado. Pocas palabras son más empleadas que esta si se trata de calificar tanto lo bueno como lo malo, de modo que cuando la mirandina Carla Yépez Quintana responde que los médicos cubanos son «demasiado chéveres», uno entiende el tamaño del elogio. «El servicio es excelente, todos son superatentos, no tengo ninguna queja», dice la muchacha en una pose relajada que tiene poco que ver con su reciente angustia por una crisis renal vencida a la cubana.

En su cama de ingreso del Centro Médico de Diagnóstico Integral (CMDI) San Miguel Arcángel, del estado de Miranda, Carla, que ha pasado el Día de los enamorados con pijama de convaleciente, afirma que el romance puede esperar: «sin salud no hay vida», comenta antes de agregar, con sonrisa «de este a oeste» de su boca, que con su alta se llevará «otro buen recuerdo de Cuba».

El CMDI, que incluye un Centro de Diagnóstico Integral (CDI) y una Sala de Rehabilitación Integral (SRI), ocupa casi todo el tiempo de la doctora pinareña Lenia Valle Ordaz, que con 27 años parece «demasiado» joven para dirigirlo, pero que al final de la mañana, con su fuerza de 34 colaboradores de la salud, muestra y demuestra una holgada capacidad para hacer el bien al cuerpo y al alma.

Al frente de una brigada de internacionalistas con 35 años de edad promedio, la primera pregunta es sobre liderazgo y edad: «Yo estuve en la posición de ellos. Siempre me pongo en su lugar, como responsable, pero también como cubana y como amiga. Me estudio sus manuales, porque soy médico y hay cosas de sus labores específicas que no sé. Les hablo con mucho respeto: primero eres ser humano y después, jefa. Me han seguido en cualquier situación».

Las batas «Antiguarimbas»

Los cubanos del también conocido como CMDI de Cementerio Petare —por su ubicación geográfica— atienden una población de más de 336 000 personas, el 90 por ciento de las cuales vive en la empinada estrechez de los cerros. La mayoría de estos venezolanos humildes resuelve sus problemas de salud tanto allí como en los consultorios médicos populares ubicados en el entorno del San Miguel Arcángel.

Chavistas o antichavistas, a menudo rechazados por privados hospitales de la high, encuentran allí respeto y tratamiento. Las consultas, los medicamentos, las curas e inyecciones, los exámenes de laboratorio clínico y los rayos X… todo es bolivarianamente gratuito.

La joven doctora recuerda que el año pasado, en los duros meses de las guarimbas de la oposición, frente al CMDI colocaron gomas y troncos para quemar y cerraron la avenida con sogas.

«Muchos de los vecinos del edificio de enfrente son opositores, pero desde que colocamos allí un consultorio, hasta nos llaman cuando ven algo anormal en la zona. Hacemos el trabajo comunitario integrado en cualquier población y siempre nos acogen. Nos respetan muchísimo. Hasta dicen que, pase lo que pase, no nos podemos ir de aquí porque vinimos a brindarles salud», refiere la doctora.

La salud de la Revolución

Con «erre» de revoluciones, solo el Convenio entre Cuba y Venezuela coloca al alcance de todos estos servicios que la medicina rentada concibe para los ricos. En el año 2017, más de 29 000 venezolanos acudieron a la consulta del San Miguel Arcángel, mientras otros 77 000 se atendieron en los 15 consultorios populares de barrio adentro atendidos por médicos venezolanos del Área de Salud Integral Comunitaria que incluye al CMDI. Pensando en El Libertador, nadie les exigió bolívares.

Los servicios de oftalmología, ecosonografía, endoscopia, rayos X, laboratorio clínico, estadística, enfermería, apoyo vital, hospitalización, terapia intensiva, cirugía, farmacia, calor y masaje, terapia ocupacional, defectología, podología, gimnasia terapéutica, magnetoterapia y electroterapia estuvieron el año pasado, como este, «a la orden» —que es otra frase común aquí— de cualquier venezolano.

El CMDI participa en la formación de médicos residentes de Medicina General Integral como especialistas y cuenta con dos grupos de estudiantes de pregrado: uno de primer año, con 13, y uno de cuarto, con 30. De las clases se encargan profesores cubanos apoyados por especialistas venezolanos, ocupados en que, además de salud, el semillero de galenos de la Isla deje a su paso nuevos colegas de la patria de Chávez.

Una sonrisa como esta premia la más dura misión. Foto: Enrique Milanés León.

Bonsái de Cuba en sus hijos

La directora lo había afirmado: sus colaboradores son una muestra exacta de Cuba. Jóvenes en mayoría, casi todos mujeres, de varias provincias, principalmente de Santiago y Pinar, integran a su juicio un colectivo maravilloso.

«Nos ayudamos para salir adelante. Vivimos en cuatro casas y también allí nos llevamos muy bien. Nos tratamos con respeto y consideración profesional», sostiene.

Aunque siempre se extraña «demasiado» la patria que reposa al centro del Caribe, la rutina laboral de estos colaboradores es similar a la de cualquier hospital cubano: entrega de guardia a las siete y media de la mañana, matutinos los lunes, constante recuerdo de las efemérides que forjaron tales corazones, mucho trabajo y, cuando se puede, alguna recreación modesta y conjunta.

Es el ambiente que permitió crecerse a Yaimé de la Torre Céspedes, estomatóloga de Sierra de Cubitas que ya atesora 30 meses de misión. «Fue duro, porque nunca había salido de mi pueblo y dejé una niña de año y medio. Solo con la ayuda de mis compañeros me acostumbré. Es difícil estar sin la familia, pero esto te hace más fuerte; en Cuba trabajo con un asistente, aquí estoy sola y tuve que prepararme en esterilización, farmacia, estadística… y hacer mi trabajo. Venezuela es una escuela».

El 12 de marzo, su pequeña —que dice que mamá está en Venezuela, sacándoles muelas a los niños que se portan mal— cumplirá cuatro años. Como pago de su tiempo lejos, Yaimé solo quiere que, en el futuro, la niñita entienda que ella ayudó a otro pueblo.

La de la matancera Andreíta Cárdenas Cofirní es la historia de la experiencia. Cuando le pregunto sus años como enfermera, responde «¡Ay, mi’jo…!»; saca cuentas y responde: «¡Ya son 47!». Esta es su segunda misión en Venezuela. «En la brigada me quieren, me dicen madre, tía, me piden consejos…, así me acogieron desde el principio», afirma.

Esa que siente Andreíta es la variante de «autoconsumo» de la misma fórmula que la brigada ofrece a los pacientes venezolanos: el «cariño cubano» que resuelve conflictos y quita dolores, según define el doctor guantanamero Leonel Brugal Elizástigue.

Lenia, la joven directora del CMDI, parece beber de tal «pócima». Ella, que en Venezuela se hizo especialista en Medicina General Integral, sabe la altura que alcanza una honrada bata blanca: «Siempre me han tratado como la doctora o la cubana», dice orgullosa.

Poco antes de cerrar la agenda, el periodista, que sabe cuánto le queda en esta tierra a la muchacha, la provoca con una tentación: «¿Qué quisiera traer de Cuba?». Primero, la doctora no lo piensa: «A mi mamá, mi papá y a mis dos hermanas»; luego, se detiene un instante: «Traería a muchas más personas para que, en una misión, valoren el tremendo país que tenemos los cubanos».

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