Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El poema infinito de la lealtad

Siendo un adorador de la belleza en todas sus manifestaciones, un hombre tremendamente enamorado, tiene la suerte de celebrar los 500 de la novia a la cual se consagró a perpetuidad. Juventud Rebelde conversó en exclusiva con el admirado e incansable historiador de La Habana

Autor:

Mario Cremata Ferrán

Todo hombre es el guardián de algo perdido,

            algo que sólo él sabe, sólo ha visto.

          Y ese enterrado mundo, ese misterio

           de nuestra juventud, lo defendemos

                  como una fantástica esperanza.

                                           Fina García-Marruz

Desde que a sus 25 años, con apenas 6to. grado de escolaridad, absolutamente «impreparado» y a golpe de intuición se hiciera cargo de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, se consagró a materializar, con el sudor cotidiano, el proyecto de sus sueños.

Ha transcurrido poco más de medio siglo y hoy se me antoja vencedor: a enemigos temibles, a obstáculos que parecían infranqueables, a las traiciones más tremendas, a la enfermedad y los padecimientos físicos, al tiempo… Aunque no por esa circunstancia pueden simplificarse su sacrificio, el sentido del deber y la fidelidad a su predecesor, el Doctor Emilio Roig de Leuchsenring, tras cuya muerte en 1964 la institución quedaría huérfana y en cierta forma comenzaba a ser desmantelada, despojada de su caudal.

Durante las décadas del 70 y el 80, el paulatino esplendor del Museo de la Ciudad que él levantó, inspiraba el interés por el preterido Centro Histórico, mientras la puesta en valor de La Habana Vieja y su sistema de fortificaciones merecía la declaratoria de la Unesco como Patrimonio de la Humanidad (1982).

En esa etapa en la que edificaba y perfilaba su personaje y su destino, y donde acaso el tiempo se tornaba más precioso, el hombre que ya vestía de gris se preocupó por mantener vivo el espíritu de su Maestro. Pero a diferencia de este, formado como intelectual en nuestra academia, en las tertulias con sus iguales y, sobre todo, en el ejercicio ininterrumpido del periodismo, él fue y ha seguido siendo, en esencia, autodidacta. Eso sí, un autodidacta que supo aprovechar cada tribuna a su alcance, en el afán de sumar voluntades a la causa de sus desvelos.

Poseedor del don de la oratoria, arte casi en desuso en nuestro ámbito, ha compaginado su actividad como gestor, constructor y restañador con la prédica constante, tanto a sus conciudadanos como al resto de los cubanos y extranjeros que ha sabido conquistar con su discurso, con esa voz encendida que produce instantánea adhesión.

Podrían enumerarse muchos, pero entre esos detalles que lo hacen singular, tal vez pocos hayan reparado en lo siguiente: siendo un adorador de la belleza en todas sus manifestaciones, un hombre tremendamente enamorado y también enamoradizo, la novia a la cual se consagró a perpetuidad, La Habana, cumple nada menos que 500 años y él tiene la suerte de celebrarlo.

De hallarse en el reino de los vivos, habría sido esta la respuesta perfecta a su amigo, el insuperable Enrique Núñez Rodríguez, quien una vez comentó que no le perdonaba ser tan inconsecuente. Lo hizo frente a un nutrido auditorio que, como es natural, quedó desconcertado. Pero enseguida despejó el misterio: en vez de fascinarse con las mujeres jóvenes, lo lógico y deseable sería que él se empatara con una anciana y la restaurara.

Pues bien, esa dama que arriba a una edad sin edad tiene su exclusivo poeta de la cotidianidad, su mecenas, guía, defensor de la utopía, patriota, fundador… Más que eso, un hombre de acción cuya esfera de influencia desborda con creces la intención del entrevistador de dotar de sentido a unas páginas en blanco. Y es que las páginas que durante más de 50 años ha llenado y seguirá llenando Eusebio Leal Spengler corresponden a un escenario mayor: la historia de Cuba.

—Muchos se asombran o se espantan cuando descubren que usted debió crecerse en el camino, con su poderosa vocación autodidacta como bitácora y por encima de carencias inimaginables. Más allá de la indisciplina durante su niñez, ¿cómo evocaría aquella etapa?

—No es ocioso recordar esos días en que mi mala conducta en la escuela, hija de tantas y tantas problemáticas que padecíamos, me sacó un día del aula sin haber concluido el 5to. grado. Silvia, mi madre, preocupada por mi destino, me llevó ante don Rogelio Hevia, un asturiano generoso que era dueño de la bodega del barrio, rogándole que pusiera fundamento a mi vida.

«Yo vivía en Hospital 660, entre Valle y Jesús Peregrino, y muy cerca, en aquella dependencia, debí aprender los más modestos menesteres. Y así, de una cosa en otra, la vida fue llevándome en su curso turbulento, hasta que al fin ocurrió un acontecimiento que no me era ajeno y que provocaba el derrumbe de la antigua sociedad: el triunfo, la victoria rotunda de la Revolución, un hecho inédito en la historia de América Latina durante el siglo XX. Por vez primera un ejército revolucionario quebrantaba la columna vertebral de uno profesional, al tiempo que se proponía transformar la sociedad desde el poder.

«Convocado al acto del 26 de Julio de ese año 1959 en el parque frente a la antigua Escuela Normal para Maestros, me escucharon hablar varios dirigentes, entre ellos José Llanusa, recién nombrado Comisionado de La Habana, quien me abordó para preguntarme dónde trabajaba, y le respondí que en ninguna parte. Todos los desempeños habían sido muy humildes; pero, además, estaba absolutamente “impreparado” para asumir otros de mayor calado. Tras escucharme con atención, solo atinó a decir: “No importa. Pasa a verme el lunes”. Era agosto de 1959 cuando ingresé en el antiguo Palacio de los Capitanes Generales. Tenía apenas 16 años; en septiembre cumpliría los 17».

—Todavía no ha salido de allí, circunstancia que lo convierte en el empleado más antiguo del Gobierno municipal…

—Así es; en agosto pasado cumplí 60 años de trabajo.

—También se produjo entonces el encuentro con Emilio Roig de Leuchsenring, su maestro y predecesor de feliz memoria, como suele decir, el hombre que sentó las bases para luchar por algo que tanto preocupa a todas las generaciones: que no se pierda la memoria de las cosas, de los años por los cuales hemos transitado, de la época en que nos tocó vivir. ¿Y qué sucedió luego?

—Cuando me dieron la bienvenida en el Palacio, procedieron a interrogarme acerca de cuáles eran mis atribuciones intelectuales. Dije que no tenía prácticamente ninguna, y la primera indicación fue matricular la Educación Obrero-Campesina, que culminé días antes de comenzar el gran proceso de la Alfabetización, a la cual me sumé en los barrios más miserables de La Habana. Sin embargo, debo decir que personas maravillosas me acogieron, y sentí el grato placer de transmitir mis modestos conocimientos a una anciana y a otras más, que pudieron asistir al grandioso acto en la Plaza de la Revolución, donde el país fue declarado territorio libre de analfabetismo.

«Luego comencé el lento ascenso, a partir de leer los libros, mejor dicho, de leer con pasión los libros de las más disímiles temáticas: las ciencias naturales, la geografía, la historia como devoción, la oratoria como forma de comunicación…, huyéndole siempre a la temida realidad de mis innumerables faltas de ortografía, que debía ir venciendo».

—¿Cuál ha sido la premisa, lo que ha guiado sus pasos durante este tiempo ya largo?

—Reconstruir, restaurar, insuflar vida con energía, impulsar desde la Oficina una intensa acción cultural, solidaria, participativa, que fuera una especie de luz encendida en medio de un período histórico donde tantas han sido las urgencias y las necesidades de nuestro pueblo. Y tratamos de hacerlo con fruición y lealtad, rasgando con energía el velo decadente que caía cual pesado sudario sobre una urbe necesitada de inversiones económicas sustantivas, encabezando un proyecto descentralizado que fuera una expresión pública de la voluntad política del Estado.

—Calificada como «Llave del Nuevo Mundo y Antemural de las Indias Occidentales», La Ciudad de San Cristóbal de La Habana, así proclamada por la carta de su majestad el Rey Felipe II, expedida en el año 1592, llega a un acontecimiento cenital. Otras antiguas villas del país han festejado sus aniversarios amparándose en las fechas primigenias. ¿Por qué esperar hasta ahora para la solemnidad del medio milenio, cuando se sabe que el primer asentamiento corresponde a 1514?

—Hemos priorizado la tradición de conmemorar la fundación de la ciudad tomando el año 1519, tal y como instituyó el Cabildo habanero desde el siglo XVIII. Es cierto que existen evidencias de los cronistas sobre un asentamiento fundacional en la costa sur, en un punto aún indeterminado en la Ensenada de la Broa, según la certeza más íntima que solemnizaron varias generaciones de las pequeñas localidades de Melena del Sur, Batabanó y el Surgidero.

«Observé detenidamente las más antiguas y prestigiosas cartas de navegación y el señalamiento en el mapamundi que decora las galerías del Palacio Apostólico en El Vaticano. Con idéntica avidez, en la Biblioteca Marciana de Venecia, en Simancas o en Sevilla, donde se conserva en su archivo la memoria escrita de las Españas americanas, intenté precisar el lugar exacto. Todo ello por considerar, quizá pragmáticamente, que la villa real y tangible estaba aquí, junto al viejo árbol cuyas astillas en un pequeño cofre con anotaciones de su puño y letra me aseguraba haber recogido, en medio del frenesí de hachas y serrotes el 18 de mayo de 1960, la eximia poeta habanera Dulce María Loynaz, quien además de amiga queridísima, fue para mí “la voz de Clío”.

«Nos debe por tanto la arqueología, en un tiempo que tal vez no sea inmediato, el hallazgo del sitio preciso donde se detuvieron los expedicionarios de Pánfilo de Narváez y Fray Bartolomé de las Casas para colocar la Cruz del campamento, la cual debió dejar obligatoriamente una huella entre el fuego de sus hogueras o en los sepulcros de aquellos que no pudieron continuar el camino.

«Fue por ello que durante mucho tiempo recomendé a las máximas autoridades del Gobierno en la capital apuntar hacia 2019, cuando ingresaríamos en el quinto centenario de su asiento definitivo junto al puerto de Carenas. En esa espera transcurrieron años. Mientras tanto, tratando de ser fieles al legado de mi predecesor, nos consagramos con abnegación a perpetuar la memoria de La Habana, asumiendo la villa de San Cristóbal como el precedente de la bella ciudad que hoy disfrutamos».

—¿Cuál es La Habana que debemos conmemorar?

—La Habana de lo pequeño y de lo grande, la de la cultura del detalle, la de la belleza que subyuga en lo aparente y en lo que no lo es tanto; La Habana monumental que se entrelaza con los parques y los jardines floridos; La Habana que danza al compás del tiempo, sin perder el equilibrio y la fuerza…

—Ahora que menciona danza, equilibrio y fuerza: hace poco menos de un mes despedimos físicamente a una habanera raigal que prodigó su arte y su cubanía por todos los rincones del planeta. Me refiero, desde luego, a Alicia Alonso. Muchos lo vimos, consternado, pronunciar palabras de rendida admiración junto al ataúd con su cuerpo yacente…

—Ese suceso aciago preludia el ocaso natural de una generación fundadora, en el sentido exacto del término. Alicia Alonso, además de una mujer excelsa, es un espíritu y un ser excepcional que marcó in aeternum el destino de Cuba. Solamente su férrea voluntad la pudo llevar a sobreponerse a todos los obstáculos para convertirse en un mito vivo, aclamado en todas las latitudes. Corresponde a los pinos nuevos no dejar que palidezca lo que ella sembró, construyó y dignificó. Ya para siempre me acompañan y enorgullecen su cariño, su protección y su ejemplaridad.

—Tal vez porque usted privilegia la Poesía, ha comparado nuestra ciudad con una crisálida y exhorta sistemáticamente a sus conciudadanos a mirarla con ojos amorosos, a traspasar el velo decadente y mirar con luz larga y optimismo. Sin embargo, me apropio de una frase de Miguel Barnet a modo de eufemismo: «La Habana tiene zonas que nadie ha visto…».

—El deterioro, patente o intangible, opaca el valor intrínseco de esas barriadas que conforman una periferia no tan periférica, puesto que circundan y a veces se entrelazan con el propio corazón de la ciudad, con el nervio que la sostiene y engrandece.

«En lo personal, me duele cada calle o avenida que haya padecido la indolencia, el paso inexorable de los años o el deterioro, la falta de mantenimiento, el irrespeto a las regulaciones urbanísticas y, para rematar, la acción depredadora de vándalos e inescrupulosos. Muchas edificaciones elegantes, con techos de viga y losa, ya no existen en El Cerro, por ejemplo. Pero no podemos desmayar en nuestro empeño de restaurar la ciudad, palmo a palmo, y mirar con luz larga hacia el futuro».

—Además de consumarse un sueño personal, la revitalización del Capitolio constituye la restitución de un símbolo, una página salvada de la desmemoria. No obstante, a la hora de juzgar toda gran obra intervienen pasiones encontradas. ¿Qué les respondería a quienes censuran el elevado costo de la inversión y hasta el laminado dorado de la cúpula?

—Como estoy acostumbrado a ese tipo de cuestionamientos, ni me asusto ni me disgusto. Cada quien es libre de opinar, pero es indispensable hacerlo con conciencia, y en el lugar, la hora y el día que correspondan.

«Tanto el revestimiento en oro de la cúpula como el de la Estatua de la República han sido posibles por la voluntad del Gobierno de la Federación de Rusia, que no solo aportó el metal precioso sino también envió a los especialistas que asumieron esa labor magnífica de restauración, los cuales fueron condecorados por el Presidente de la República de Cuba durante su reciente visita de trabajo a Moscú.

«Que resta mucho por hacer para dignificar los alrededores de ese palacio imponente, es verdad. Pero no es menos cierto que esa cúpula resplandeciente como el sol, esa linterna que ya emite destellos en la noche habanera, viene a coronar esta conmemoración tan esperada por los cubanos. ¡Que se vea esa aguja erguida e indomable que la remata como el símbolo de la unidad de esta nación, cual llama inextinguible!».

Tanto en Cuba como en el extranjero, se ha hecho habitual, con cierta recurrencia durante los últimos años, la entrega de múltiples reconocimientos a Eusebio Leal. El más recientemente anunciado: la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III. ¿Qué cualidades suyas intentan enaltecer tales distinciones?

—Creo que se exalta, por encima de todo, la constancia y la lealtad a una idea, a un proyecto al cual he entregado todas mis energías sin esperar nada a cambio, solo por amor. Se premia una vocación patriótica que es la base de cualquier empeño humano.

«No obstante —y créeme que no se trata de falsa modestia—, tengo la sincera impresión de no haber hecho más que cumplir con el deber y el compromiso de la juventud de mi tiempo. En el bregar cotidiano he puesto, sí, toda la fuerza, todos los recursos a mi alcance e incluso los que parecían inalcanzables. Pero no pierdo de vista que esta obra necesita de los esfuerzos y los sacrificios de todos, principalmente de esa legión casi anónima de colaboradores sin los cuales sería otra esta historia. Por lo tanto, deben interpretarse los elogios y las felicitaciones como un elogio y una felicitación a la labor de muchos, y solamente en nombre de todos, los acepto yo gustosamente, para colocarlos, con profunda y verdadera humildad, al pie de la gloriosa bandera de Cuba, como prenda de gratitud a nuestra madre amantísima, a la que todo debemos».

—Usted que ha guiado y conquistado la admiración de incontables jefes de Estado y de Gobierno, intelectuales y artistas, monarcas, príncipes y otros miembros de la nobleza, ¿cómo evaluaría la inminente visita a Cuba de los reyes de España, tan ligada emocional y culturalmente a esta Isla?

—He guiado tanto a reyes como a obreros, a niños y ancianos, para mostrarles la belleza de La Habana. En cuanto a la clave en tu pregunta, es el resultado de una conjunción de factores: los lazos que hacen imposible entender la historia nuestra sin la de aquella que durante cuatro siglos fue metrópoli. Y en una palabra, cultura, lo resumo todo, porque como he dicho otras veces, la sangre llama, pero la cultura es la que determina.

«Nos acogemos a la España de la rabia y de la idea que evocaba Antonio Machado. La España por la que cientos de voluntarios cubanos fueron a morir en tiempos de la Guerra Civil. ¿Cómo fue eso posible, apenas transcurridas cuatro décadas del cese de la dominación colonial en la Isla, y después de 30 años de cruenta guerra para librarnos de un régimen despótico y cruel? Porque, aunque no olvidamos, las ansias libertarias y la esencia del pueblo de Cuba, siguiendo el precepto del Apóstol, no se identifican con el rencor ni con el odio visceral. Martí lo dijo: “La única verdad de esta vida, y la única fuerza, es el amor”. Hay que creer en el poder fecundante del amor. Solo el amor salva.

«Esta visita venía fraguándose hace tiempo, y por motivos de agenda política no había sido posible concretarla. Si se me permite, me atrevo a calificarla también como un reconocimiento tácito de la significación de este medio milenio de La Habana».

—Pero en vísperas del aniversario 500 usted insiste ya en girar la brújula hacia el año 501. ¿Por qué?

—Porque estaríamos absolutamente perdidos si asumimos esta solemnidad como meta y no como punto de partida. Sería irresponsable quedarnos aquí, conformarnos con los resultados que hoy exhibimos y de los cuales nos sentimos orgullosos, pero que no bastan. Han sido años de ingente labor, en espera de esta magna fecha que hoy nos convoca. Hemos llegado. Ahora lo que se impone es seguir trabajando, siempre más, siempre mejor.

—Este 2019 también ha sido un año de intensa batalla y sacrificio personal, de lecciones que los más jóvenes no podremos olvidar. ¿Sigue usted confiado en que su obra perdurará?

—Pasaron los años mozos, la época dorada donde puse a prueba mi voluntad de andar y andar por las calles, con infinita pasión, poniendo siempre en cada cosa y en cada detalle el sincero empeño que ha de colocarse en lo que uno ama. Pero tengo la certeza de que, como te dije una vez, la obra de la Oficina del Historiador ha de trascenderme a mí, a ti y a todos.

—¿En esta hora de recuentos, dígame algo ajeno a su ser, o que le mortifique y le hiera?

—Bueno, la enumeración podría resultar excesiva, así que me ciño a tres conductas ante la vida que detesto: lo primero, la ingratitud. Qué mezquino aquel ser que olvide a los que una vez le tendieron la mano, o lo aconsejaron, o lo protegieron, a veces sin que lo supiera… Sería como traicionarse a uno mismo. Luego, la envidia. Hay que evitar las comparaciones estériles. Es fácil acordarse, elogiar o denostar a los que ya no están, porque no pueden defenderse; pero lo verdadero, lo extraordinario, lo grande, es admirar a nuestros contemporáneos, a los historiadores, a los artistas, los científicos, las glorias deportivas, los músicos…, tantos buenos cubanos de elevados méritos. Y lo tercero: la vanidad, a la cual hay que hacer renuncia pública, porque nada significa cuando uno está a las puertas de la vida o ante el umbral de la muerte. La vanidad no sirve, no ayuda, no construye.

—¿Qué no deberá olvidar aquel que, llegado el día, asuma el cargo de Historiador de la Ciudad, no ya para preservar la autoridad, sino para ganarse la confianza y el corazón de tantos, como usted lo hizo?

—Como no soy partidario de las recetas, porque nadie repite la gestión de otro y tampoco el carácter o la personalidad se calcan, solo te digo que tendrá que labrar su propio destino sin abandonar jamás la humildad. La petulancia y la sobrestimación son enemigas de la victoria. Y un liderazgo no se edifica si no es a fuerza de trabajo y ejemplo, con templanza y seguridad en lo justo, potenciando siempre el equilibrio de fuerzas en pro de la unidad. Si vamos a la médula de nuestra gesta emancipadora, se comprende el efecto nefasto de las guerras intestinas que nos debilitan y no hacen más que distorsionar nuestra razón de ser. Hay que creer en lo que uno ama y defenderlo al precio de la sangre. Es una cuestión de lealtad.

—¿Qué tres deseos pedirá al patrono San Cristóbal mientras lo veamos dar las vueltas a la ceiba la noche de este 15 de noviembre?

—Tiempo, tiempo y más tiempo…

¡Que se vea esa aguja erguida e indomable que la remata como el símbolo de la unidad de esta nación, cual llama inextinguible!.Foto:Joel Guerra

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