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Dos nombres, un Héroe

Pombo falleció. Ese, que era un nombre de guerra, un seudónimo para sumergirse en el anonimato de la guerrilla, terminó coexistiendo con el real: Harry Villegas. A este héroe, que se nos fue de pronto, lo llamaban indistintamente por esos dos apelativos: por el apellido o por esa palabra, que, en lengua suajili, significa «hoja»

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

Pombo falleció. Ese, que era un nombre de guerra, un seudónimo para sumergirse en el anonimato de la guerrilla, terminó coexistiendo con el real: Harry Villegas. A este héroe, que se nos fue de pronto, lo llamaban indistintamente por esos dos apelativos: por el apellido o por esa palabra, que, en lengua suajili, significa «hoja».

Los dos vocablos se podían escuchar y enseguida se identificaba a la persona. Uno piensa y requetepiensa, ¿por qué ocurren en esas cosas? ¿Por qué dos vocablos aisladas, llegan a equilibrarse, a coexistir en plena armonía? Le das vueltas a las neuronas. Sabes la respuesta. O mejor, dicho: la intuyes, sientes su certeza por dentro; pero, aún así, quieres más. Quieres, como dice Frei Betto, racionalizar el sentimiento. Petrificarlo en palabras, para decirlo en la cuerda de Norman Mailer, el periodista norteamericano.

Quizás la interrogante se despeje en los detalles. Para decirlo en términos de la semiótica: Pombo y Villegas coexisten, no se devoran uno al otro, porque son palabras coherentes con el contenido que expresan.

Las dos, para empezar, tienen su propio pasado. Pombo, que nace en la misión internacionalista del Che en África, se encuentra antecedido del Villegas de la Sierra y la invasión. Ambos se unen en una misma causa y en idénticos ideales. Lo sostiene una persona de un valor probado, de una lealtad y de una tenacidad admirable. Un hombre consecuente en la acción con su forma de pensar.

Cuando Fidel se reunió con los sobrevivientes cubanos de la guerrilla del Che en Bolivia, y escuchó las enormes vicisitudes por las que debieron atravesar (cercos, hostigamientos, hambre, sed, hasta tener que atravesar un campamento enemigo a plena noche, a tiro limpio y sin saber quién era el amigo o el contrario), el Comandante les dijo: «Por eso están vivos: porque no se dejaron vencer».

Pero hay más. Está la naturaleza de las acciones diarias. Está, por ejemplo, ese recuerdo, vivido en la sede provincial de la Asociación de Combatientes en Ciego de Ávila, que uno tiene una mañana al llegar y encontrarse a un hombre delgado, de piel cobriza, con espejuelos, de andar un tanto inclinado y con un aire irónico en la boca.

El visitante está recostado a la pared. Lo llamativo en él no son las ropas (son las más corrientes del mundo), ni los ademanes. Más bien, parece un individuo recogido; tal vez tímido, si no fuera por la ironía en la sonrisa mientras escucha a los demás. Luego el hombre sale por el pasillo, te pasa por delante y saluda con ademán cortés con la cabeza y un murmullo que dice: «Buenos días».

Llega a la puerta y se detiene. Unas personas están pasando por el portal. Otro, a lo mejor de una jerarquía militar y moral inferior a la de él, hubiera continuado el camino sin importar el tránsito de las personas. Pero él no. Él se para y deja el paso libre. Los ves también extender el brazo solicitando a alguien para que pase primero, antes de cruzar la calle y perderse en la multitud del Parque Martí.

Encoges los hombros y le preguntas a Morgado, el ideológico de la Asociación: «Oye, ¿ese no es Harry Villegas, el que estuvo con el Che en Bolivia?». Morgado se echa a reír: «Sí, chico sí. Ese es Pombo». Y la leyenda se diluye en la vida real. O, más bien, adquiere otros matices.

Porque el tipo de acero, el Superman, el bragao, el duro de los machistas y que los mitos construyen por efecto, a veces de forma inconsciente, se disuelve ante ese hombre, que no cree en su estatura de héroe. Oyó el zumbido de las balas que buscaban su carne, se fue a la guerra a liberar pueblos sin pedir nada a cambio —consciente de que a lo mejor no podía volver—, le vio la cara a la muerte, no se amedrentó, y él sencillamente se para en una esquina a dejarle el paso a la gente, como uno más.

Uno piensa en esas cosas. Piensa que ya te nos fuiste, Pombo. Que quisieras volverlo escuchar cuando hablaba del Che —porque si queremos a ese argentino es por muchas personas, pero también por él. Que vas a recordar ese tono jovial, despojado de protocolos ridículos y sabes que alguna vez, unos cuantos van a decir en silencio, sin que nadie los oiga: «Coño, Villegas, te vamos a extrañar».

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