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Corona: ¿dónde la pongo?

Desde la sicología, JR propone algunos caminos para que podamos ver y comprender por qué debemos cambiar unas rutinas por otras para cuidar la salud de todos ante las complejidades existenciales que ha traído consigo la COVID-19

Autor:

Mariela Rodríguez Méndez

 

La irrupción del nuevo coronavirus es un acontecimiento que atenta contra la economía subjetiva, tanto como la del bolsillo. Cada uno de nosotros tiene sus rutinas más o menos satisfactorias, las maneras en que nos hemos inventado una vida más o menos soportable. En eso se juega una economía, un ganar y perder satisfacciones a cambio de otras ganancias y pérdidas. Una economía síquica que pauta cómo utilizar el tiempo y en qué implicar o no nuestro cuerpo.

Ante la amenaza que puede representar el contagio con dicho virus, estamos convidados a ver y escuchar noticias sobre el progreso o contención de su invasión, a pesar de que usualmente preferimos ver o escuchar aquello que nos da cierto placer. Debemos contener las ganas de abrazar, besar, conversar para mantener distancias y tapar nuestras mucosas con las consecuentes limitaciones del deleite de la contemplación y ese cuidado de la imagen para hacerse ver.  Hay que cuidar lo que se le pide a su prójimo o lo que nos dejamos demandar porque puede implicar riesgo mortal. Andar fuera en paseos, calles, juegos, trabajos o escuelas como modos de alivio y disfrute, hoy son conductas de riesgo.

A todo esto se suma el carácter invisible de la amenaza viral, que precisa ser puesta en la mira, imaginarla, darle sentido: «¿Qué es eso del virus? ¿Escuchaste? ¿Cuál es el problema? ¿No estarán exagerando?». Entonces cada quien tiene que poder «ver», «comprender» lo que sucede para encontrar su manera de consentir a tanta renuncia.

Los medios de comunicación masiva, desde la radio, la TV,  así como internet y las redes sociales, protagonizan el esfuerzo por ponerle imagen, sonido, sentido y cifrar con palabras, fotos y videos a eso que se ha dado en llamar coronavirus. Asimismo se hacen eco activo de cada una de las medidas de protección orientadas por el Gobierno y las autoridades de salud pública. Están cumpliendo su misión de orientar, persuadir, contribuir a esa comprensión necesaria para llevar a cada uno hasta ese consentimiento y regular el comportamiento de manera que cambie unas rutinas por otras, sin la intervención de la fuerza externa.

«Corona», sustantivo que evoca la distinción de reyes y reinas, ahora es un nombre con el apellido virus. Esto nos dispone también a la elección. ¿A quién coronar? ¿Al limitado pero deleitable placer posible de cada habitante del planeta? ¿A la condición mortífera del exceso de goces y consumos; o a la revitalización del deseo con sus faltas y límites?

«Mi hijo», «Mis padres no entienden». ¿Qué hacer?

Para cambiar conductas se precisa modificar el marco  objetivo. Consentir o no el cambio requiere de una comprensión y ciertos reajustes en nuestra escena mental.  Ante un mismo problema, la misma exigencia de medidas protectoras, hay necesariamente una multiplicidad de respuestas.

Cada cual tiene su tiempo, sus maneras de ver y comprender lo que sucede y, por consecuencia, de actuar ante lo que pareciera ser el mismo problema. Así unos cumplen, otros extreman o exageran medidas de protección y otros siguen como si nada porque no comprenden aún, tanto como hay algunos otros que preferirán transgredir.

 No solamente cada uno tiene su propio ritmo, su tiempo, su posibilidad de poner en imágenes y palabras este objeto de atención global llamado coronavirus. A eso se suma que cada uno de nosotros solo puede hacerlo desde sus propios referentes personales, sus propios términos. Si queremos ayudar a nuestros seres cercanos a «comprender», no podemos aspirar a que adopten, cual hoja en blanco, la impresión de nuestros consejos, palabras o imágenes de lo que sucede. Habrá que dejarlos preguntar, exponer sus propios modos de ver o hablar del problema. Es preciso también dar lugar a pausas, a que vea por sí mismo las noticias o a otros en la calle, para que elabore su propia respuesta en los límites de lo necesario, para contener la epidemia. 

La insistencia de las noticias, la conversación con un amigo, la imagen de otros protegiéndose, van dando referencias que permiten creer y comprender lo que sucede. Cada cual, a su modo, cada cual a su tiempo. En circunstancias como la actual, una de las ventajas de comenzar temprano el tratamiento social del problema es permitir un tiempo subjetivo posible para una comprensión, que no será sin esa realidad subjetiva, mental que tenemos, y regula ese mantenimiento de ciertas satisfacciones que se traducen en susto, apatía o placeres.

 

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