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Frene: curva peligrosa

La aparición de los primeros casos de Covid-19 en el país se notó una disminución de los autos circulantes, ahora pareciera que la normalidad está a la puerta de la esquina 

Autor:

Haydée León Moya

Guantánamo. La funcionaria de Transporte hace un gesto aprobatorio con la cabeza y, por si quedan dudas, me dice que sí, ese excesivo ir y venir de carros estatales cuando podrían faltar solo unos días para el punto más alto de la curva de contagiados con el coronavirus en Cuba, no es solo una impresión de esta periodista.

Lo cierto es, que si bien en algún momento desde la aparición de los primeros casos de Covid-19 en el país —sobre todo a raíz de la decisión de paralizar los servicios de transporte público a partir del 11 de abril—  se notó una disminución de los autos circulantes, ahora pareciera que la normalidad está a la puerta de la esquina, cuando en realidad no sabemos hasta dónde, o cuándo, llegará. 

Cuando se decidió paralizar el transporte público —desde las guaguas del Estado, hasta los privados: camiones, carros y motos que «botean», bicitaxis y los coches con tracción animal—, se emprendió una iniciativa para reducir lo más posible el tránsito de los carros ligeros estatales y regular, con algunas medidas sanitarias, a los medios de carga imprescindibles para mover alimentos e insumos.

Al propio tiempo, se organizaron viajes en ómnibus para los trabajadores que se consideran imprescindibles —los de la Salud sí, y los bancos no, por ejemplo—, con la precisión de que estos medios debían circular al 50 por ciento de su capacidad, y respetando el distanciamiento social que —según la información de autoridades sanitarias— es de, al menos, un metro. 

Fue, para muchos, una medida importante tomada a buen tiempo que, no obstante, y a juicio de esta reportera a partir de lo que ve; las opiniones de la Defensa Civil y las reflexiones del Presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez en las reuniones de análisis al enfrentamiento de esta pandemia, no ha sido todo lo efectiva que puede ser.

Lo primero es que buena parte de las entidades que debían reducir su parque automotor al máximo y por tanto informar cuántos de sus carros circularían y cuáles no, han sido, sencillamente, morosas. O para llamar las cosas por su nombre, indisciplinadas e irresponsables ante una coyuntura sumamente difícil y con consecuencias difíciles de predecir con exactitud.

Para dejar claro que no es el caso de todas las empresas y entidades la funcionaria de Transporte,  responsable máxima de la inspección en la dirección provincial de transporte en Guantánamo, menciona como buenos ejemplos a Etecsa y Correos de Cuba, por lo menos en esta oriental provincia.

Otro traspiés para la reducción «drástica» de la movilidad en las calles es que, si bien la decisión ya mencionada no se hizo esperar como otros casos de los cuales es mejor no acordarse, todo parece indicar que será necesaria otra  medida para modificar la original, o por lo menos, una indicación todavía más precisa que venga, además, con medios necesarios para su efectividad como, por ejemplo, algo que distinga sin sombra de dudas a los automotores que pueden circular de los que no están autorizados.

Hasta ahora, solo los carros de la empresa provincial de transporte y los ómnibus escolares que transportan obreros desde y hacia los centros que todavía se encuentran trabajando, tienen una pegatina que es la que lo autoriza a moverse.

«El resto, esos carteles que dicen Autorizados por la Covid-19, son improvisaciones», alerta la jefa de los inspectores, y «un peligro» porque perfectamente el cartelito puede «viajar» a conveniencia de un carro a otro, sin ningún control, y con el desorden, «colarse» el tristemente famoso virus.

Lo otro es que, incluso en los carros autorizados —los de carga de la agricultura, los que transportan trabajadores esenciales, y los que uno presume que sí pueden circular, porque de hecho lo hacen— son evidentes conductas indisciplinadas y, por tanto, potenciales propagadoras de la enfermedad que ahora nos desvela y ha puesto patas arriba a los sistemas de salud de medio mundo.

En las guaguas, vacías detrás, muchas veces los ocupantes comparten los asientos dobles y conversan, como si nada, cuando lo correcto es que cada dos asientos, debe ir solo una persona. Tengo ejemplos. Desde un ómnibus con trabajadores de la empresa Cupet, hasta los que cargan al personal médico que sostiene el resto de los servicios sanitarios que no tienen relación con la pandemia pero son igual de esenciales e impostergables.

Es también usual, el carro ligero que se detiene y «da botella» a una, dos, tres personas que entonces comparten el mismo espacio y…, quizá, el mismo coronavirus: un gesto que en otros tiempos calificaríamos en esta misma columna de solidario, convertido en una indisciplina y un acto de temeridad.

A los camiones de carga, por su parte, en ocasiones les pesa demasiado el pomo de hipoclorito imprescindible para la higienización de las personas que lo abordan como parte de su trabajo y las otras que pueden aparecer —y aparecen— por el camino, lo que también atenta contra el ya mencionado distanciamiento.

Y en medio de tanto río revuelto, se incrementa incluso el riesgo de accidentes automovilísticos causados por desperfectos técnicos porque —ya que cesó de momento la planta de revisión técnica o somatón, para evitar las colas casi tan famosas como el propio SARS-CoV-2— más de un carro ligero o «pesado» que ni en sueños pasaría el riguroso examen, se aprovecha y «se hace a la calle».

De eso han sido testigos los inspectores del transporte

Es, además, un asunto de ética. Que los autos que mueven a nuestros imprescindibles no se conviertan en cuatro ruedas para hacer mandados o resolver asuntos familiares, que estén donde deben estar y no dando vueltas en una ciudad que se mantiene con pocos casos, y es mejor que así siga.

Hablamos además de disciplina social, ese comportamiento que hoy se exige al pueblo y que no se logra solo con arengas así nos lleguen de autos parlantes, también debe partir de los buenos ejemplos desde el sector estatal, principal actuante desde todos los sentidos en nuestro país: a fin de cuentas, si hay restricciones, lo correcto es que nos «toquen» a todos por igual.

Es una situación excepcional la que vivimos. Nunca mejor tiempo, para «halar», todos para el mismo lado y de paso, entrarle «suave» a esa curva temible e inevitable que nos espera.

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