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Ariesly, una heroína de Florencia

En la cuarentena vivida en áreas del municipio avileño de Florencia, durante 28 días una joven analista de laboratorio tomó 50 muestras, siempre consciente de que en cualquier momento podían llamarla con la noticia que nadie quería escuchar

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

FLORENCIA, Ciego de Ávila.— En Florencia levantaron la cuarentena. En la comunidad de Limpios Grandes y el Micro 1 la gente salió a aplaudir, y desde las casas se veían las banderas. Era una alegría anhelada. Ahora quedó atrás el repunte de aquel foco maldito, que generó 16 contagios. De cierto modo, algo vuelve a la normalidad; aunque las medidas de aislamiento y de cuidado con el virus deban seguir.

Pero para que esos aplausos llegaran, algunas personas debieron arriesgar sus vidas. No una ni dos. Unas cuantas y una de ellas fue la que debió tomar las muestras a casi todos los sospechosos del municipio. En cada caso, consciente del peligro y de que en cualquier momento dijeran: «Oye, diste positivo: hay que irse».

Veintiocho días en los cuales debió despertarse con esa posibilidad. Casi un mes en el que ayudó a certificar el aguante del virus, y que la vida de más de mil personas estaba a salvo. Y mientras se ven las fotos por Facebook y se imaginan los aplausos y gritos (quizá hasta la música), en la mente aparece una pregunta: ¿dónde estará ella ahora?

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«Hay que ir a buscarla a Tamarindo —dice Yenni Carvajal Jiménez, presidente del Consejo de Defensa Municipal de Florencia—. Es una muchachita delgada, medio bajita así (lleva la mano hasta la altura del hombro). Fue la que se echó arriba las pruebas de PCR del municipio, las que te dicen de verdad si estás contagiado o no».

«Aquí no teníamos personal para hacer las pruebas —cuenta Yaremis Pita Luis, vicepresidenta del Consejo de Defensa Municipal—. Hacía falta una persona y ella fue la que dio el paso al frente. Es delgada, menudita. Fíjense, ella hizo las últimas pruebas que se hacen a los confirmados para darles el alta sanitaria».

«No, ella sí se metió en los lugares complicados —añade Yenni Carvajal—. Si aquí se pudieron identificar los casos y saber que el virus no estaba caminando, fue por mucha gente; pero también por lo que hizo esa muchachita. Para nosotros ella es una heroína de Florencia».

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Ariesly Álvarez González trata de acomodarse en la silla. Se encuentra en uno de los saloncitos del laboratorio del policlínico Ernesto Che Guevara del poblado de Tamarindo, donde nació y trabaja. Tiene 24 años y es como la contaron; pero hay algo más: en unos ojos negros con unas cejas bien dibujadas se percibe una expresión entre la pena y el susto.

«Ay, disculpe —dice—. Es que a mí nunca me han entrevistado, no sé qué es eso». Al lado le queda el microscopio. «Con él las hormigas se ven grandísimas», comenta mientras termina de acomodar los objetos. Se termina de sentar, se asegura bien la bata y confiesa: «Yo creo que me persiguen las epidemias».

«¿Por qué? Bueno, yo me gradué el año pasado en la Universidad de Ciencias Médicas de Ciego de Ávila, exactamente en la Filial de Ciencias de la Salud Arley Hernández Moreira, y el 23 de septiembre de 2019 empecé a trabajar aquí. Al poquito tiempo empezó una epidemia de dengue y ahora esto.

«¿Lo de las pruebas? ¿Las PCR? Imagínese, pidieron una voluntaria para hacerla y yo me ofrecí. ¿Qué iba a hacer? Había un foco de coronavirus, habían decretado la cuarentena por allá por Florencia y mucha gente estaba en peligro (encoge los hombros): no había nadie más y alguien tenía que hacerlas. Sí, yo estoy consciente de los riesgos. Yo puedo enfermar, incluso me pudiera pasar algo; pero también sé que puedo ayudar a salvar a unas cuantas personas.

«¿Al principio? No, eso fue muy difícil. Las primeras muestras debí tomarlas con una careta de buzo porque no había otra. Después nos hicieron llegar una, la que siempre me ha acompañado. Es artesanal. Me dijeron que la hizo un compañero en la fábrica de cepillos de Ciego. Nadie imagina cómo se la agradezco.

«La otra dificultad era el calor con todas estas cosas que una se tiene que poner: batas, guantes, gorros, el nasobuco y el nerviosismo de la gente: pareces una extraterrestre. Un problema a la hora de tomar las muestras es que las personas pueden estornudar cuando le introduces el aplicador en la nariz y la boca. Y al estornudar, todo cae arriba de ti. En ese momento se respira hondo y había que seguir. Pero, después, ¿se imagina lo que una siente? ¿Se imagina las cosas que una piensa después, cuando estás en tu casa tratando de dormir? ¿Se lo imagina?

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«Yo estaba con ella cuando una niña la bañó en saliva por un estornudo —cuenta la doctora Yuritza González Companioni, directora del policlínico—. Esa muchachita es nieta de un caso confirmado. Todos nos quedamos fríos cuando estornudó, pero Ariesly siguió imperturbable.

«Ese trabajo suyo tiene sus cosas por otro lado. A veces ella ha entrado por esa puerta llorando porque iba por una acera y al verla la gente se apartó a la carrera. No es que sea todo el mundo, pero eso duele. Después la he visto secarse las lágrimas, recoger sus cosas y salir a tomar una muestra. Y yo la veo tan flaquita, tan jovencita, empezando a vivir y enfrentada a ese peligro con tanta tranquilidad. Yo no sé de dónde Ariesly saca el valor. Yo creo que para esas labores ella no tiene nervios».

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«Cada vez que me dicen de salir, lo primero que siento es una cosita en el estómago —cuenta Ariesly—. Es una penita, que se vuelve un peso muy grande entre el pecho y la barriga. Una empieza a recoger las cosas, respiras hondo y tratas de controlar el otro frío, el que anda por las rodillas.

«Lo que pasa es que en este trabajo una debe concentrarse. Una mala manipulación y la muestra no es efectiva: el resultado puede ser dudoso. Por eso tienes que estar atenta a los detalles y no apurarte. Mi suerte es que Yuritza me cuida mucho. Ella siempre va conmigo y advierte: “Ariesly, mira la manga de la bata: ajústala bien. Ariesly, mira bien esto, revisa lo otro”. Eso da mucha tranquilidad.

«¿Que cómo es la cosa en casa? (Se echa a reír). Bueno, lo más duro es querer abrazar a alguien y no poder hacerlo. Entro por el pasillo de afuera sin saludar a nadie, después de lavarme bien las manos con cloro, y voy directo para el baño. Mi mamá espera para recoger las ropas. Después me encierro en el cuartico donde vivo con mi novio a ver películas y series, que es lo que me gusta.

«También hay cosas un poco fuertes. Yo tengo un sobrinito, Ian Carlos, chiquito. Cuando me ve, dice: “Tatá, acá nené”. Eso es para que lo cargue y no puedo hacerlo. Un día iba por la acera y me encontré con mi papá al otro lado de la calle. Él no vive conmigo, hacía días que no lo veía y apenas me vio, pobrecito, él salió corriendo para saludarme. Yo agité las manos: “No, no: ponte lejos, ponte lejos. Tírame un beso”. Igual me pasa con mi mamá, mi padrastro. Mi novio me da mucha tranquilidad. Dice: “Eche para adelante, que eso es lo que te gusta”.

«Lo otro es la tensión de la gente cuando ibas a tomarle la muestra. Preguntan si era tan necesario hacerlo. Tú le veías el miedo en la cara, la preocupación de qué iba a pasar con ellos, con su familia si daban positivo. Y tú en medio. Hoy yo hice la muestra número 50 y cada una tiene una historia. A lo mejor algún día las cuento, no sé: a mi sobrinito, a alguien. Por suerte, acá en Florencia esto del virus se está aguantando. Hace falta que no vire para atrás. ¿Qué voy a hacer cuando esto termine? Imagínese usted: abrazar a mi familia».

 

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