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¿Dónde está la responsabilidad familiar?

Hasta el 18 de agosto Cuba reportaba 368 pacientes de edades pediátricas con diagnóstico positivo al nuevo coronavirus

 

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Mientras unos niños juegan en el parque o en las calles de su barrio, y algunos adolescentes conversan en una esquina, todos sin nasobuco, no son pocos los médicos, enfermeras y otros profesionales que, en las instituciones hospitalarias y centros de aislamiento del país, no tienen sosiego con tal de garantizarles a los menores lo que necesitan para lidiar con sus condiciones de «contactos», «sospechosos» o confirmados de la COVID-19.

Cabe preguntarse entonces cómo es posible que, en las circunstancias actuales, cuando un rebrote de la enfermedad convierte a la capital en un territorio con riesgo epidemiológico elevado, encontremos a niños y adolescentes despreocupados, y a ciertas familias, ajenas a su rol de exigencia, de supervisión responsable.

Hasta el 18 de agosto habían sido 368 los pacientes de edades pediátricas en Cuba con diagnóstico positivo al nuevo coronavirus, de los cuales cerca del 48 por ciento tiene menos de diez años. Solo uno, en condición de lactante, presentó un cuadro crítico en la evolución de la enfermedad y hoy se encuentra en buen estado de salud.

Sin embargo, ello no significa que la población deba confiarse y disminuir su percepción de riesgo, pues aunque en el transcurso de la pandemia a nivel internacional se ha divulgado la información de que la población pediátrica puede enfrentar de mejor manera esta dolencia, ello no es justificación para la conducta irresponsable.

La especialista de II Grado en Medicina Intensiva Pediátrica Lissette del Rosario López González, jefa del Grupo Nacional de Pediatría y de la Comisión de Expertos de esta especialidad para la COVID-19, insiste en que, si bien no se han reportado secuelas graves desde el punto de vista fisiológico en los menores enfermos, sí se ha demostrado el impacto negativo en su salud mental.

«Para Cuba es vital proteger la infancia y la adolescencia, y aunque el Protocolo Nacional de Actuación para la COVID-19, actualmente en su versión 1.5, ha sido seguro y efectivo, siempre se corre el riesgo de una evolución compleja. Lo ideal es prevenir el contagio porque, aun siendo contacto o sospechoso y no enfermo, ese menor que permanece en condiciones de aislamiento se estresa, y no es aconsejable que suceda», detalla.

López González explica que, en función de prevenir, es importante tomar en cuenta el número de contactos que tiene un niño y un adolescente, además de respetar las normas de higiene en el hogar y las conductas de integración social de acuerdo con el contexto que impone la propagación de esta enfermedad.

«Hemos constatado que los pacientes en edad pediátrica que hemos atendido en el país son sanos, es decir, no presentan factores de riesgo, lo que evidencia que las familias cuidan a sus menores aquejados de alguna morbilidad, y se descuidan con aquellos que no presentan ninguna, asumiendo quizá que pueden rebasar la enfermedad, si hay contagio.

«En el caso de los lactantes y de los niños menores de cinco años, debería ser estricto el control de las personas que se les acercan, especialmente de aquellas que salen a la calle y se exponen a aglomeraciones de personas. La madre debe respetar medidas de higiene respiratorias, mantener la lactancia materna y asegurarla en condiciones adecuadas. La familia toda debe velar por la salud de sus menores».

—¿Cuál es la sintomatología frecuente en los casos registrados en edades pediátricas en el país?

—Si bien el mayor porciento de los casos han sido asintomáticos, se registra una sintomatología florida, caracterizada por fiebre, cefalea, malestar de garganta, tos, estornudo, secreciones nasales. En el caso de los adolescentes, se ha reportado pérdida del gusto y el olfato, y en los niños más pequeños, en algunos casos, diarreas y dolor abdominal.

—¿Se mantiene  seguimiento  a los convalecientes?

—Es fundamental que así sea. Luego de su egreso del centro asistencial, los profesionales de la atención primaria de salud deben velar por el cumplimiento del período de distanciamiento físico en casa de los pacientes de alta clínica, y luego evaluar su estado y analizar posibles secuelas, según establece el Programa de Convalecencia, antes de declarar su alta epidemiológica.

«Es difícil mantener a un niño y a un adolescente en confinamiento. Las consecuencias en su salud mental son significativas y varias investigaciones a nivel global lo atestiguan, pero es la vía más efectiva para lograr la prevención de un contagio o la reiteración. Existen alternativas para buscar sugerencias, apoyo, ayuda. Le corresponde a la familia velar por ello».

—En pocas semanas se retomará el curso escolar en el país, excepto en La Habana, Bauta y Camajuaní, y será primordial mantener disciplina y respeto de las normas recomendadas por las autoridades de Salud Pública…

—Efectivamente. Retomar el curso escolar e iniciar el próximo será todo un reto en ese sentido, y las voces autorizadas del sector de la Educación han divulgado las medidas a seguir, entre las que se encuentra el rediseño de las aulas para aumentar la distancia entre los estudiantes, limitar la entrada de los padres al centro, desinfectar las mesas, las sillas y los pupitres, entre otras.

«Para todos será una experiencia nueva, difícil de manejar, porque no habrá transición entre un curso terminado y uno nuevo. Todo, sicológicamente, tiene un impacto en cada persona y ello requiere supervisión especializada, sobre todo cuando se trata de niños y adolescentes.

«No obstante, insisto, es deber de la familia instruir a sus menores para que mantengan las normas de higiene y disciplina, que no presten sus útiles escolares, que se laven las manos después de merendar y comer, que no se acerquen mucho entre ellos.

«Es esencial reiterar el uso correcto del nasobuco, que debe cubrir la boca y la nariz, porque ya ha sido probada la persistencia del virus en las fosas nasales. En el momento de retirarlo, no se debe “barrer” el rostro ni debemos dejarlo en el cuello, para evitar que desde una zona no estéril se propague la infección. Los docentes deben velar por los más pequeños, quienes no tienen el nivel de conciencia necesario, y además deben predicar con el ejemplo.

«Los adolescentes son un grupo social imprescindible en frenar la cadena de contagios. Ellos no solo velan por su salud al mantener las conductas adecuadas, sino que, igualmente, con ello cuidan a los demás miembros de su familia. Aquellos que han estado ingresados, luego se convierten en los mejores promotores de salud con sus semejantes, y es importante que eso ocurra. La prevención depende de todos».

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